Por Epigmenio Ibarra
Asqueado por toda la inmundicia que se hizo pública en la corte de Nueva York y asqueado por toda la que se ocultó deliberadamente al jurado y a la gente que, en los Estados Unidos en México siguió el proceso, llego -como un espectador a distancia más – al final, o casi, del juicio contra Genaro García Luna.
No pudo Washington, no pudieron sus fiscales, no pudieron los medios estadounidenses mirarse en el espejo. No quisieron, como para sobrevivir como nación era menester que lo hicieran; reconocer el fracaso sangriento de su estrategia contra las drogas.
No tuvieron la honestidad, la valentía y la inteligencia de aceptar qué, tanto los criminales que testificaron en contra de García Luna, como el “superpolicía” al que, desde hace tres años tienen en prisión, no son más que sus testaferros, sus sirvientes, la escoria que, para funcionar, necesita esa potencia mundial.
Sirviente de Washington fue Vicente Fox quien, primero abdicó ante los medios de comunicación masiva y, luego, cedió graciosamente el territorio nacional a las organizaciones criminales.
Ejecutor de las órdenes de exterminio y sirviente de Washington fue, también, Felipe Calderón, en cuyo sexenio y gracias a la guerra que nos impuso, se multiplicaron, crecieron, se consolidaron como poderosas empresas multinacionales y se convirtieron en una sanguinaria fuerza de combate, los carteles de la droga.
Escoria fueron y son estos dos panistas; un traidor a la democracia y un traidor a la Patria. Un presidente electo democráticamente y un usurpador; ambos responsables del encumbramiento -y del enriquecimiento- de García Luna. Como escoria del imperio, es también Enrique Peña Nieto que, simplemente, continuó la matanza.
Fallaron los fiscales, fallaron los abogados defensores, falló el juez, falló la justicia norteamericana; le fallaron a las y los ciudadanos de ese país que mueren a mansalva por la plaga del fentanilo o saturan el sistema carcelario más grande y más poblado de la historia.
Ni un solo apellido inglés salió a relucir. Nada se dijo de quienes pagaban esos tres mil millones de dólares al mes a los carteles por su mercancía. De quienes regentearon las bodegas donde se almacenaban los centenares de toneladas de droga. De la protección policiaca y judicial que exige esta operación criminal gigantesca y compleja.
Nos falló la justicia de los Estados Unidos a las y los latinoamericanos que hemos perdido, en estos 37 años de guerra contra la droga, a millones de compatriotas. ¡Qué guerra tan larga! ¡Tan injusta! ¡Tan devastadora! ¡Tan sucia!
¡Tan inútil!
La suerte de García Luna está echada. Decidirá su destino el jurado. Podrán condenarlo, absolverlo, pactar con él. Un extranjero más habrá sido juzgado. Como antes fueron los irlandeses, los italianos, los afroamericanos, los rusos, los colombianos y como hoy toca el turno a los capos y a los corruptos de México.
De nuevo y como decía Carlos Fuentes tratarán los estadounidenses de matar a Moby Dick; ese monstruo mítico que, fuera de sus fronteras, les amenaza y al que, fuera de sus fronteras, disparan, bombardean y tratan de aniquilar sin detenerse a pensar siquiera en las llamadas bajas colaterales.
Ese brutal desprecio por la vida hermana a dos conservadores, a dos cruzados: Ronald Reagan el iniciador de la guerra contra la droga en 1986 y Felipe Calderón quien nos la impuso en 2006.
Si en los Estados Unidos quieren cerrar los ojos y la boca, honrar a Reagan y continuar su cruzada; que lo hagan ahora en su propio territorio y contra sus propios carteles de la droga.
Aquí, desde el 2018, le pusimos alto a la matanza sistemática por parte del Estado y estamos empeñados en construir la paz. Para que esta sea posible falta que los responsables de la violencia -Felipe Calderón y Genaro García Luna entre otros- paguen, aquí en su tierra, por todos sus crímenes.
@epigmenioibarra