Un año que prepara otros peores

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Por Guillermo Almeyra

En todos los países se cuecen habas, aunque algunos, como México, parezcan reducidos a no comer sino habas. En efecto, el gobierno de la oligarquía y del PRI-PAN y sus lacayos está anulando sistemáticamente todas las conquistas materiales, sociales y culturales de la Revolución Mexicana en sus ataques a los campesinos, los ejidos, las defensas frente al TLCAN y al integrar los recursos y los bienes comunes de la nación en un plan integral energético estadunidense que ponga el agua, el petróleo y los minerales al servicio de las trasnacionales desde la frontera colombiana hasta el Ártico. Este retroceso a inicios del siglo XX, en tiempos de Porfirio Díaz, requiere, como es lógico, construir un régimen como el del porfiriato y acabar con los derechos ciudadanos o humanos.

Pero también en Francia el presidente de la organización Medef, patronal, proclamó ya en 2007 que el propósito era volver a antes de 1945 (o sea, a la colaboración de los grandes patrones con los nazis y sus agentes de Vichy) y borrar todas las conquistas sociales impuestas por el Consejo Nacional de Resistencia después de la ocupación alemana mientras entre los franceses crece y se afirma una extrema derecha racista y xenófoba. En Italia, la derecha no oculta por su parte su voluntad de hacer lo mismo y acabar con la Constitución basada en el trabajo y proteccionista resultante de la eliminación del fascismo, y en Hungría y en otros países de Europa central y de los Balcanes también se desarrolla, como en Grecia, una derecha muy agresiva y fascista.

En 2013, en América Latina, los principales gobiernos progresistas (Brasil, Argentina y Venezuela) pasaron un año difícil y entran en un periodo de turbulencias económicas y sociales que la derecha utilizará con fines revanchistas. En China y en Rusia (también en Cuba) crecen brutalmente las diferencias sociales y la juventud busca soluciones imposibles individuales a los inmensos problemas sociales, económicos y ecológicos que plantea la crisis capitalista mundial. La negativa de Estados Unidos a combatir la emisión de gases con efecto invernadero acelera brutalmente, al mismo tiempo, el cambio climático, con tornados, tifones, inundaciones y temperaturas extremas que cada vez golpean más duramente a todo el planeta pero, en particular, a los países menos industrializados.

Cuando, sin el contrapeso del temor a la movilización de sus víctimas, se aplican en todas partes medidas que retornan al tipo de explotación del siglo XIX, la izquierda tradicional abandona incluso las ilusiones de reformar el capitalismo y se adecua a éste, tornándose liberal. La socialdemocracia alemana, que nació anticapitalista y revolucionaria, derivó desde principios del siglo XX hacia el intento de lograr reformas democráticas y favorables a los obreros, pero dentro del sistema capitalista, rompió sus lazos con el pasado y abandonó la Internacional Socialista (que es un club liberal socialista de partidos de todo tipo, incluso capitalistas). Los socialistas franceses, españoles, belgas, italianos perdieron hace décadas sus miembros y sus programas obreros. Hasta la agrupación griega Syriza, bajo la influencia de Alexis Tsipras, se acerca a los socialdemócratas alemanes en el gobierno con Angela Merkel y refuerza su orientación de centroizquierda.

La falta de perspectivas, el repudio a los partidos que aparecen todos iguales y todos interesados solamente en compartir el botín de las instituciones a costa de los trabajadores, la desmoralización resultante de la imposibilidad de modificar la situación económica y política sólo con luchas y resistencias que, por valientes y decididas que sean, no bastan porque están aisladas y son locales, han dado como resultado para los trabajadores y los explotados y oprimidos de todo tipo, a escala mundial, una situación semejante a la que imperaba en el siglo XIX en Europa occidental antes del desarrollo del movimiento obrero y del marxismo. Eso se refleja en las universidades y en la mayoría de la intelectualidad en el auge de la irracionalidad, el conservadurismo, el pragmatismo, el sometimiento a los gobiernos o a las grandes trasnacionales que imponen y financian el tipo de programas.

A mediados del siglo XIX todavía coexistían y actuaban en Europa occidental los restos de los partidos del pasado ya obsoletos (carbonarios, nacionalistas revolucionarios a la Mazzini, republicanos, jacobinos, blanquistas), pero las grandes luchas obreras y populares, con otros métodos y formas de organización, dieron origen, con esos sectores de lo viejo, a algo nuevo, los grandes partidos obreros de masa. Éstos, a su vez, al abandonar en el siglo pasado una visión internacional de la lucha, demostraron ser inadecuados para las nuevas formas del capitalismo actual, globalizado, dirigido por el capital financiero.

Las luchas retornan así nuevamente al plano local –el de los grupos de autodefensa, de las policías comunitarias, de los intentos autonómicos como el del neozapatismo chiapaneco– y al de las movilizaciones puntuales –como la de los YoSoy132– y reclaman, en todas partes, la formación de nuevas direcciones, basadas en los trabajadores, cuya forma dependerá de las características y tradiciones histórico-culturales existentes en cada región, pero que tendrán todas, como signo fundamental, la independencia frente al Estado y las instituciones capitalistas, así como la ruptura con el paralizante nacionalismo del paisito para construir solidaridades regionales y esfuerzos de integración de las luchas a nivel regional. No hay otra opción porque de otro modo no hay límite al retroceso. Al internacionalismo del capital debe responder el internacionalismo integrador y anticapitalista de sus víctimas.

Fuente: La Jornada

 

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