Por Pedro Miguel
Los buenaonditas sufren intensamente porque su mundo está desapareciendo.
Un sórdido vendaval surgido desde el oscuro fondo de la sociedad ha puesto en peligro los acomodos que construyeron afanosamente durante décadas. Su agobiante precariedad cincuentamilpesera parece haberse quedado sin perspectivas de mejoría inmediata por el cruel acoso que sufren universidades y centros de investigación. Sus sesudas investigaciones sobre el ombligo de las sirenas se ven amenazadas por esa necedad, francamente estalinista, de orientar el quehacer académico a la atención de las necesidades del desarrollo nacional. Sus organizaciones de la sociedad civil padecen el acoso represivo de Hacienda y la canallada de obligarlas a pagar impuestos. Sus pobres y sus indígenas están siendo manipulados por programas sociales que masifican, en forma groseramente clientelar y con propósitos aviesamente electoreros, beneficios cuyo otorgamiento era privilegio reservado a la beneficencia del tercer sector y a la filantropía: les han destrozado el monopolio de la generosidad. Para colmo, muchos buenaondita trabajadores de la cultura han perdido valiosas oportunidades, porque a esta barbarie convertida en gobierno el arte le importa un rábano y ha destruido los puentes con las comunidades culturales del extranjero. Oh.
Los buenaonditas son animalistas, ambientalistas, feministas, federalistas, pacifistas y derechohumaneros, pero sus causas son sistemáticamente atacadas por un régimen que envenenó a los gatos de Palacio Nacional, impulsa el exterminio ferrocarrilero de los jaguares de Yucatán –qué fijación con los felinos, carajo–, odia a las mujeres, atropella el pacto federal, militariza a la sociedad, se negó a enviar armas a los ucranios (o sea que, obviamente, respalda la salvajada rusa), desaparece y tortura a sus opositores y last, but not least, quiere sobajar al CIDE, lo cual es insulting and unacceptable.
Los buenaonditas son apartidistas y de preferencia, apolíticos; por eso, con toda convicción, votan por los candidatos de la oposición, promueven la abstención en las consultas populares y critican descarnadamente las monstruosidades de Morena, ese atajo de fanáticos ciegos y agresivos, sin más cerebro que para adorar a su mesías.
Los buenaondita son justicieros, enemigos acérrimos de la corrupción y están muy bien informados. En un par de periódicos se enteran de cada uno de los fracasos de la Cuarta Transformación –que tiene los suficientes como para nutrir diariamente los encabezados principales de esos diarios–; con un columnista cobran conciencia de que Palacio Nacional es una jungla ingobernable donde los colaboradores del Presidente se acuchillan unos a otros cada mañana, o incluso dos veces al día; con otro opinador –un poco exaltado y frenético pero muy profesional– confirman que AMLO y su familia son multimillonarios de clóset; en los artículos de una lumbrera de la historia y la televisión comprenden que México ha llegado a una fosa abisal de la cultura y que urge la construcción de nuevos héroes nacionales, los cuales surgirán de entre los opositores más estruendosos.
Como consecuencia, la ferviente militancia apartidista de los buenaonditas pasa obligadamente por la denuncia de las guarderías cerradas, del fracaso de las criminales estrategias contra la pandemia, de las escuelas de tiempo completo abandonadas a su suerte, de los niños con cáncer, de los feminicidios, de los periodistas asesinados, de los ecocidios, los conflictos de intereses multimillonarios, la inflación, los horribles gasolinazos; ¿qué otro delito de lesa humanidad se le puede achacar a este régimen abominable? La lista es casi infinita. No importa que se trate de mentiras, verdades a medias o datos sacados de contexto. Porque si algo veneran los buenaonditas es la honestidad intelectual y el rigor metodológico.
–Va. ¿Qué propones?
–Nada. Que esto se acabe cuanto antes.
–Eso. Entonces ve y vota el 10 de abril para deponer al Presidente.
–Ah, no. Va a ser una farsa.
–¿Farsa? Pero si la están organizando Lorenzo y Ciro, a los que tanto defiendes…
– #ConLorenzoNo. Fin de la discusión, foca lamegüevos.
Justo es reconocer que los buenaondita vernáculos #NoEstanSolos porque en este mundo #TodosSomosBuenaondita: tienen de su lado a la OEA, a Usaid, a Human Rights Watch, a la NED y en noches de gala, hasta al Parlamento Europeo, una gallina culeca cuyos huevos no se los comen ni los gobernantes del viejo continente.
Los buenaonditas despreciaban a Calderón (siempre y cuando no les otorgara becas o subsidios) y se burlaban de Peña Nieto (a condición de que creara regímenes fiscales especiales para sus ONG), pero a López Obrador lo detestan con toda su alma. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa: sí, vivan los pueblos originarios, viva la informalidad cashual y viva la inclusión; pero tener a un naco plebeyo en la silla presidencial es un exceso de populismo. Me da muchísimo coraje.
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Fuente: La Jornada