Por Pedro Miguel
En septiembre de 2020 un grupo de senadores panistas denunció ante la Fiscalía General de la República al doctor Hugo López-Gatell Ramírez, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, y principal estratega epidemiológico del gobierno federal para hacer frente a la pandemia de covid-19, por homicidio, lesiones, sabotaje y ejercicio ilícito de servicio público. Según su alegato de 27 páginas, la actuación del epidemiólogo habría provocado muertes y padecimientos graves a una infinidad de personas y habría incurrido en diversas ilegalidades en su desempeño como funcionario público (https://is.gd/lzTwoL).
Tales acusaciones eran tan disparatadas que caían por su propio peso y nadie las tomó en serio, salvo los propios quejosos y algunos de sus simpatizantes. Ya desde antes, la estrategia contra la pandemia se encontraba sometida a una intensa campaña propagandística de desprestigio dirigida desde la oposición política, las empresas farmacéuticas afectadas por el combate a la corrupción y viejos y nuevos ideólogos de la oligarquía desplazada del poder presidencial. La ofensiva contó también desde un principio con las cajas de resonancia de la inmensa mayoría de los medios y de las consabidas granjas de bots en las redes sociales.
Es importante comprender que para esos estamentos, huérfanos desde un año antes del apapacho y la complicidad de Los Pinos, la pandemia se volvió la única posibilidad de articular un discurso opositor con cierta verosimilitud y con alguna garantía de éxito: a ningún país le va bien en una epidemia y mientras más trágicos fueran sus saldos mayor cantidad de munición tendrían para atacar al gobierno de la Cuarta Transformación; a más hospitalizados y muertos, a mayor saturación hospitalaria, mayores serían las probabilidades de los críticos de lograr que la sociedad aceptara la propaganda antigubernamental.
Para esa campaña, López-Gatell se convirtió en el blanco más obvio de los ataques por la simple razón de que su figura representa el conjunto de los esfuerzos antiepidémicos del gobierno federal. Con el propósito de acabar con el especialista, las televisoras pusieron a sus comentaristas más destacados a una faena de denostación diaria; enjambres de paparazzi fueron desplegados para espiar todos y cada uno de los pasos del doctor y se envió a sus conferencias a reporteras y reporteros con consigna de confrontar al expositor. De pronto, académicos de varias especialidades hasta entonces desconocidos fueron reconvertidos al vapor en especialistas en epidemiología y fueron echados a andar como “contrapesos” al verdadero epidemiólogo; uno de ellos hizo carrera fulgurante como fabricante de gráficas que pretendían desmentir las cifras oficiales y otra escribió un rápido compendio de calumnias que fue publicado como libro. Ambos convergieron después para fundar una organización “caritativa” que se ha dedicado a reunir donaciones por medio de tarjeta de crédito con propósitos desconocidos.
Pronto, los odiadores encontraron aliados y cómplices en la judicatura. Algunos togados cambiaron el género del fallo judicial por el del diagnóstico médico y empezaron a emitir docenas de amparos para obligar a la vacunación de menores. Y no pasó mucho tiempo antes de que algún juzgado diera entrada a una demanda colectiva coordinada por Javier Coello Trejo –el célebre abogado chiapaneco al que la antigua procuraduría debió su mote de torturaduría, por la proliferación de los apremios físicos en el tiempo salinista en que la encabezó– que volvió a la acusación de homicidio en contra de López-Gatell. Desde luego, esta nueva maniobra ha gozado de amplia cobertura por la mayor parte de los medios, columnistas, comentaristas y locutores.
El fin de todas estas acciones es desacreditar la estrategia de salud pública frente a la pandemia para golpear a la presidencia lopezobradorista, lo cual no sólo es perverso, sino también peligroso, porque si ese objetivo se lograra el país se quedaría sin punto de referencia para mitigar los efectos del virus, lo que a su vez produciría una tragedia sanitaria mucho más honda y extendida que la que ya se vive.
Por fortuna, los zopilotes no han logrado avanzar gran cosa en este terreno por la simple y sencilla razón de que los esfuerzos oficiales antipandémicos han sido eficaces: gracias a reconversión hospitalaria realizada el año antepasado, los establecimientos del sector salud han podido hacer frente a la demanda y la mayoría de la población adulta está ya vacunada con dos dosis y la tasa de mortalidad ha caído en forma sustancial. Todo ello, gracias a una sociedad que no se deja tomar el pelo por los profetas del desastre y que ha visto con sus propios ojos el espíritu de servicio en los puestos de vacunación, y gracias al equipo formidable que coordinan el secretario Alcocer Varela y el subsecretario López-Gatell.
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Fuente: La Jornada