Por Bernando Barranco V. *
En los pasillos del Vaticano se percibe gran tensión. Algunos dicasterios se han convertido en cuartos de guerra. Después de su llegada de Irlanda, “El Papa está amargado”, reporta la agencia Ansa. No es para menos: justo en el momento de mayor vulnerabilidad de Francisco, sacudido por escándalos de pederastia clerical en Chile, Irlanda y Pensilvania, Carlos María Viganò, un exnuncio ultraconservador y también alto funcionario de la curia, publica una carta de 11 páginas en las que acusa de encubrimiento al pontífice argentino.
Viganò concluye: “El Papa Francisco debe ser el primero en dar un buen ejemplo a los cardenales y obispos que encubrieron los abusos de McCarrick (Theodore Edgar, el excardenal y arzobispo emérito de Washington) y renunciar junto con todos ellos”.
Es un hecho inaudito, un prelado con resonancia en los medios conservadores demanda la renuncia del Papa. ¿Quién es Viganò? ¿Un exterminador de pontífices? El atrevimiento de Viganò fue orquestado y aún se perciben las réplicas de alta magnitud en actores y medios que han cerrado filas contra las reformas de Francisco. Hay muchos intereses en juego, y la exigencia de su renuncia abre con zozobra la anticipada atmósfera de la sucesión pontificia. Pero también los contrataques de simpatizantes del ala bergogliana se dejan sentir. Todo el aparato de Francisco juzga y delibera de manera implacable la sinuosa trayectoria del arzobispo rijoso. Se exaltan los resentimientos de Viganò, sus ambiciones frustradas y su inclinación ideológica por la ultraderecha católica estadunidense.
¿Por qué Francisco afronta un momento de vulnerabilidad? ¿Por qué se elige este momento, justo en la delicada visita a Irlanda, uno de los epicentros de pederastia clerical? La bomba soltada por Viganò fue de gran precisión. Como preámbulo, se debe destacar que Francisco no afrontó la pedofilia con la severidad requerida ni con medidas contundentes. Continuó la “tolerancia cero” más como retórica que como política de Estado. Cayó en desacato a medidas dictadas por la ONU en Ginebra sobre los derechos de la infancia. Prominentes miembros de la comisión creada por Francisco para combatir el abuso sexual renunciaron; Marie Collins y Peter Saunders, activistas y víctimas sobrevivientes de abuso clerical, denunciaron falta de voluntad del Vaticano y se fueron. Por si fuera poco, se le reprochó a Francisco ser condescendiente con algunos miembros de su estructura acusados de encubrimiento y abusos sexuales; entre ellos el actor más visible es el cardenal George Pell, secretario de Economía de la Santa Sede, quien ahora enfrenta cargos muy delicados por la justicia de Australia. Pero hay otros, como Rodríguez Maradiaga, cardenal de Honduras, señalado por encubrimiento.
En enero de 2018 Francisco visitó Chile, una de las visitas más tensas de su pontificado. La población y sectores católicos de este país le reprochan su apoyo público al obispo Juan Barros, encubridor de Fernando Karadima, un pederasta tipo Marcial Maciel. La defensa de los obispos fue un desastre. La presión de los medios a nivel internacional le lleva a realizar una investigación, vía el arzobispo Charles Scicluna, un maltés experto en derecho canónico, quien concluye evidenciando una amplia red de complicidad eclesial en aquel país sudamericano. El Papa pide perdón, reconoce que fue mal informado y convoca en Roma a una reunión extraordinaria con todos los obispos chilenos. En pleno, todos renuncian, se formaliza una crisis institucional de la Iglesia chilena mientras que Francisco recibe a diversas víctimas.
En agosto pasado, el Informe Pensilvania es devastador. Más de mil infantes abusados y 300 sacerdotes pederastas en ocho diócesis de aquel estado en los últimos 70 años. Son detalladas las perversidades de muchos curas al violar a niños con demencia patológica. El Papa vuelve a publicar una carta en la cual reitera su compromiso de acabar con esta lacra; expresa su vergüenza. Se solidariza con las víctimas y critica el clericalismo de la Iglesia. Justo a la mitad de la delicada visita a Irlanda, uno de los países más católicos de Europa –con más de 14 mil casos de abuso–, emerge en los medios el misil del exnuncio Viganò: acusa de encubrimiento a Francisco y exige su renuncia.
Francisco resiente la embestida de la galaxia medieval de la derecha católica. No sólo es un ataque; es una provocación. No sólo es un inédito gesto hostil, sino el objetivo es minar la credibilidad mediática que Francisco ha alcanzado en estos cinco años de pontificado. En Irlanda, las calles semivacías son tomadas por las protestas de activistas y dicha tensión es recogida por el primer ministro irlandés, Leo Varadkar, al pedir al Papa que pase “a la acción” en el tema de los abusos.
La carta explosiva de Carlo María Viganò no tiene desperdicio. Confirma el sistema estructural de complicidades que toca las más altas esferas de la jerarquía eclesiástica. En torno a la escabrosa trayectoria del cardenal estadunidense Theodore Edgar McCarrick, además de Francisco exhibe también, aunque con matices, a los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Es muy severo con los secretarios de Estado Angelo Sodano y Tarcisio Bertone. Desliza la Omertá y encubrimientos al más alto nivel de la Iglesia. Pone en evidencia el código sinestro de ocultamiento clerical y el protocolo cómplice que tanto ha denunciado en México Alberto Athié.
El Papa Francisco ha elegido el silencio y prefiere no comentar sobre la demanda de renuncia ni las severas imputaciones. En el avión, de regreso a Roma, declaró ante los periodistas: “Cuando pase un poco de tiempo y hayan sacado sus conclusiones, quizás yo hable”. En cambio, los obispos norteamericanos lo presionan, le demandan dar la cara, investigar a fondo las imputaciones y responder la delicada misiva.
No es la primera vez que Carlo María Viganò aparece en la palestra. En el escándalo Vatileaks figuran sus cartas en las que denuncia la corrupción de la curia romana y fustiga al otrora poderoso cardenal Bertone por promover el llamado Lobby Gay. También el 16 de julio de 2017 firmó un documento que reprochaba las herejías contenidas en el documento sobre la familia Amoris Laetiti. Este grupo de católicos está vinculado al lobby petrolero, que también cuestionó la encíclica de Francisco Laudato Sí. Está emparentado a la derecha religiosa que arropa a Donald Trump. Además, el grupo tiene lazos con los cardenales rebeldes en la curia romana encabezados por Raymond Leo Burke y Gerhard Ludwig Müller.
Los católicos conservadores buscan frenar las reformas y la manera de concebir la Iglesia del Papa Francisco, y no sólo su apertura a los homosexuales y comunión a los divorciados vueltos a casar. Temen que en el próximo Sínodo de la Amazonía de 2019 se abra y se discuta el espinoso tema del celibato sacerdotal. Recordemos que muchas comunidades y pueblos originarios en el Amazonas conciben una autoridad religiosa con la fertilidad y la sexualidad.
Ante la actual crisis, Francisco no va a renunciar. Es jesuita, está educado para ejercer y forcejear por el poder. Pero la guerra conservadora está declarada, desde 2015 no ha dado tregua. Ahora, de manera oportunista, la derecha usa la pederastia eclesial como bandera cuando ella misma ha ejercido esa práctica, la ha encubierto y ha guardado silencios cómplices entre sus correligionarios.
Pero no debemos perder de vista que Francisco cumple 82 años en diciembre. Sea por renuncias o fallecimiento, se está operando una anticipada atmósfera sucesoria. Casi la mitad de los cardenales actuales han sido nominados por él. Y aun cuando no podemos afirmar que en el colegio cardenalicio predomine un ala progresista entre los cardenales actuales en un eventual cónclave, se perfila el nombre del cardenal filipino Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila, quien no cuenta con más de dos tercios de los votos necesarios del colegio.
Tampoco podemos decir que el ala conservadora sea preponderante, pues hay varios nombres, pero las pujantes y conservadoras Iglesias en África, muy en desacuerdo con Francisco, podrían proponer al ultraconservador cardenal africano Robert Sarah, de la Guinea Francesa y actual Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para afirmar la certeza de la tradición católica como valor propio.
Expertos vaticanistas como Sandro Magister sostienen que si no hay predominio entre los bandos –sea por conceso o compromiso–, la figura de Pietro Parolín, actual secretario de Estado, podría emerger como alternativa. Él es bien visto por una amplia franja de cardenales y se le identifica con Francisco, aunque no del todo con sus audaces reformas.
Se respira un aire pesado en Roma. El del flagelo de la pedofilia es usado contra Francisco paradójicamente por los conservadores que la han ejercido bajo el manto protector de la impunidad eclesiástica. Su pontificado está sacudido de manera severa, pero él no renunciará, si bien esto lo obliga a hacer concesiones. ¿Cuáles? Los conservadores arremeten contra el Papa reformista y están creando, en nombre de Dios, un clima golpista.
* Sociólogo experto en el estudio de las religiones.
Fuente: Proceso