Por Marcelino Viera-Ramos
Son innumerables las veces que he escuchado decir en estos últimos días que es imposible “racionalizar,” “entender” o “explicar” lo sucedido en Sandy Hook Elementary School, Connecticut, USA. Tal imposibilidad avecina el evento al límite externo de lo lingüístico: el horror paraliza el habla y todo el sentido que viene con él. Definitivamente, así es. El filósofo italiano Georgio Agamben hace referencia a ese límite de lo lingüístico abordado por una persistente aporía cuando hace su análisis de Auschwitz. No obstante a ese instante donde nuestra humanidad es arrastrada por el peso de la animalidad, un segundo, minuto, hora, o día más tarde acumulado en su métrica temporal llega con su demanda simbólica: sea como sea ella tiene que llegar …fallida e incompleta. La que presento acá, claro está, también lo es. Pero no menos que el caso, por ejemplo, de la prohibición de armas de fuego de alto calibre, registro de los poseedores de armas de fuego, y otras medidas-leyes que el actual gobierno de los Estados Unidos, comandados por el Vice-Presidente Joe Biden, procura llevar a cabo como paliativo de la “enferma sociedad” norteamericana.
En su artículo publicado en Rebelión el 19 de Diciembre (“¿Por qué mató Adam Lanza a sus padres, a veinte niños y a seis adultos?”), Luis Roca Jusmet muy bien diagnostica el “miedo” como efecto central en el imaginario social norteamericano que llevó a la tragedia (aunque su objetivo es acceder a una lectura psicoanalítica de lo sucedido yendo a lo individual de la tragedia). Sin embargo me gustaría arriesgar una interpretación basada en principios políticos y económicos que puedan dar cuenta de ese miedo.
Ya en el siglo XXI no se puede obviar la realidad de un mundo globalizado donde el Capitalismo ingresa en todas las áreas de la vida (dejando solo espacios recónditos de resistencias que no tardan mucho en ser re-capturadas por el Capital). Fácil es argüir que Estados Unidos es el modelo por excelencia del ideal capitalista. Por lo que al tomar esta premisa como cierta y sumarle otra realidad, la de ser el país con mayor registro de tragedias con armas de fuego, se podría hipotetizarse que el Capital tiene algo que ver con esto; y no solo eso, sino que actuaría con mayor intensidad en esta región de lo que lo hace en otros lugares del mundo. Muchas lecturas hacen referencia a la violencia del Capital sea ésta a través de la acumulación primitiva re-actualizada en la división del trabajo, en la alienación o en la deshumanización. Sin embargo estas lecturas presuponen dos agentes: uno que ejerce la violencia sobre el otro y viceversa (por ejemplo: los trabajadores son oprimidos violentamente o éstos devuelven la violencia al burgués. Un sin fin de lecturas similares son hechas por los Estudios Culturales o Latinos en los mismos Estados Unidos cuando se trata de abordar la “marginalidad”). La lectura que quiero proponer del trágico evento en Newtown, Connecticut, es que la violencia no fue sometida por un agente exterior, sino que es la misma lógica discursiva del Capital implicando esa violencia.
Según advierte el filósofo Leo Strauss, Thomas Hobbes (filósofo inglés del siglo XVIII del cual se sustentarán muchos principios liberales) establece un verdadero cambio en la concepción de la política moderna. Su aporte al pensamiento político consiste en su interpretación del derecho natural que da origen al absolutismo. Sin embargo no es su conclusión lo que me interesa resaltar si no su método de acceso al absolutismo: el miedo.
Hobbes proclamó tanto la secularización total del Estado, y por ende una posible oposición a la nobleza que se sustentaba en la gracia divina, como también la afirmación en la razón en tanto que vía de instauración del orden social. El poseedor de esa razón y libertades individuales es el Leviathan—CommonWealth, Estado absoluto, Soberano, etc.—quien, habiéndosele traspasado tales atributos individuales, hace uso de ellas para salvaguardar la felicidad de toda la sociedad. ¿Por qué se le traspasaría estos atributos al Leviathan si el hombre es racional y libre? Se haría porque “hay una guerra perpetua de cada hombre contra su vecino”. Así, el Leviathan es necesario y “la única manera de elevar tal poder común [un Common-Wealth] es confiriendo todos sus poderes y fuerzas sobre un solo hombre, o sobre un ensamble de hombres, que puedan reducir todas sus voluntades, por la pluralidad de voces, en una sola voluntad”.
Como sabemos, el absolutismo no es un régimen de gobierno popular en el siglo XXI, la Revolución Francesa y hasta los mismos pensadores británicos, como John Locke, proclamaban la supremacía de la Ley sobre el soberano. Sin embargo, puede verse como la estructura de traspaso de facultades de los individuos al soberano (Leviathan) quedó en la estructura republicana de gobierno. Entonces ahora no será más el Rey el poseedor de tales atributos individuales congregados en él, sino las Constituciones y Leyes las que posean esos atributos.
Leo Strauss observa que la tradición filosófica a la que recurre Hobbes toma a los Epicúreos: “Él acepta el punto de vista de que el hombre es, por naturaleza u originalmente, un animal a-político e incluso un animal a-social. También acepta las premisas de que el bien es fundamentalmente idéntico con lo agradable” (169). No obstante será la “auto-conservación” en lo que enfatizará ya que procura reducir al hombre a su estado de temores individuales. La guerra de “todos contra todos” es una premisa que anticipa y justifica tal traspaso de facultades individuales al Leviathan con el objetivo de establecer un orden social.
Pero a su vez desprende una clara concepción de Hombre también eje de la modernidad. George Herbert Mead aprecia: “Desde el punto de vista de Hobbes cada ser humano es necesariamente egoísta, que busca lo que él quiere; y esto trae a la comunidad un inevitable conflicto entre todos los individuos que también están buscando lo que ellos quieren”. El Hombre de Hobbes es uno que busca la supervivencia haciendo de ésta, dice Strauss, “el derecho más sagrado”. Esto quiere decir que el prójimo, el par, es un ser violento que puede tomar la vida de uno al menor descuido. De ahí, que para Hobbes, en la guerra de “todos contra todos” el miedo a la muerte se convierte en la pasión más poderosa que gobierna al ser humano y constriñe su libertad. Strauss afirma: “Lo más poderoso de todas las pasiones es el miedo a la muerte y, más particularmente, el miedo a la muerte violenta en manos de otros: no la naturaleza pero ‘la terrible enemiga de la naturaleza, la muerte’”.
Roca Jusmet propone una interesante lectura lacaniana a través del “pasaje al acto.” No obstante yo le agregaría el componente político-económico que brevemente acabo de señalar. Es verdad que lo forcluído de lo simbólico es devuelto en acto, pero no cualquier acto. La alienación del sujeto por una realidad violenta que es devuelta a la misma sociedad que la ejerce cuando la precaria subjetivada se enfrenta a su muerte no es casual. El famoso análisis clínico de la tesis doctoral de Jacques Lacan (“ De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad”, el caso Aimée) nos permite pensar el carácter paranoico (persecutorio) de la psicosis. Ese mismo vecino que busca su felicidad a toda costa, incluso más allá de la vida del prójimo, se transforma persecutorio y alienante poniendo en riesgo la subjetividad, de ahí que matar y morir es un medio de trascendencia a las limitaciones (fallas) simbólicas. Dicho de otra forma, el joven Adam Lanza es efecto de una discursividad que comprende una lógica de mercado puesta en su más cruda realidad: matar y morir antes de no-ser y perder toda subjetividad, toda búsqueda de felicidad.
La lectura que propongo es sumamente pesimista. No creo que las leyes sobre la posesión de armas de fuego puedan solucionar el problema ya que el “problema” radica en la misma discursividad que lo acoge. Terminar con estas matanzas implica cambiar la concepción misma del ser humano. Sin embargo, a más de una semana del lamentable suceso, los medios de comunicación repiten y confirman esa misma premisa: Adam Lanza es la prueba fehaciente de la guerra por la sobrevivencia ( The National Rifle Association—NRA—en Estados Unidos propone poner en cada escuela del país por lo menos un policía armado. Así que a la violencia se la combate con más violencia) . ¿Cómo mostrar, entonces, que no estamos en guerra con nuestro prójimo cuando el mundo nos muestra todo lo contrario? ¿Cómo devolverle a los individuos sus facultades de raciocinio, esencia social-política y libertad sin caer en los viejos discursos mesiánicos?
Fuente: Rebelión.org