Por Roberto Zamarripa
En distintas entrevistas de despedida el presidente Enrique Peña transpira un enorme temor a ser avasallado. Precavido, defensivo, intentó justificar los desaciertos cobijado en un enorme manto de ignorancia sobre el cargo que asumió en diciembre del 2012: “No advertí o no tenía suficiente conciencia, como creo que nadie, hasta que llega aquí, del alcance de las decisiones políticas que hay que tomar”, dijo en entrevista con Rosa Elvira Vargas de La Jornada.
Ay, nanita. Haberlo dicho antes. Con tanto gasto en redes sociales algún asesor podría haber dado una googleada sobre Presidentes de México; aunque sea buscar en Wikipedia para subsanar la pequeña laguna.
A Denise Maerker en la televisión le explicó que al arrancar el sexenio presidencial suponía que su gestión podría parecerse a la que ejerció como gobernador en el Estado de México. “Pensé que podía parecerse y que simplemente era de escala y de dimensión; y sí es muy diferente, se parece muy poco”, confesó.
Se agradece la sinceridad. La respuesta define. Del rancho a la capital. La cápsula mexiquense que transportaba a un grupo depredador, avorazado y poco conocedor de la realidad y las necesidades del país fue abierta a mazazos y tuitazos; a gritos y sombrerazos; en medio del estruendo de balas de la narcoviolencia y de la estela de dificultades engrandecidas por la ineptitud del equipo de gobierno.
No sabían a lo que llegaban pero sí lo que ambicionaban. Las cuentas de las Secretarías de Estado son implacables: casas entregadas a damnificados que tienen que derruirse por su mala calidad pero que ya se pagaron al constructor amigo; transferencias multimillonarias en la Estafa Maestra para beneficios personales y de grupo; diezmos y moches; socavones y hurtos. La perra brava de Toluca hasta a los del gabinete muerde.
Obvio que el juicio sobre su mandato fue expresado en las urnas el pasado 1o. de julio. Peña lo admite aunque añade que la contundencia de la votación opositora tiene que ver con el entorno internacional de desgaste de partidos tradicionales y el desgaste del ejercicio de su gobierno, en particular por haber “trastocado intereses” con las reformas que emprendió y el incremento del precio de la gasolina.
En su balance añade dos factores: el escándalo de la Casa Blanca donde se arrepiente, dice, de haber involucrado a su esposa en la defensa de la adquisición del inmueble y de Ayotzinapa donde no advierte lentitud en las indagatorias, ni menosprecio por la magnitud del crimen sino asume solamente que le queda la pena por lo que los padres de los muchachos guerrerenses han sufrido. Insiste en que los jóvenes fueron incinerados en el basurero de Cocula.
La Casa Blanca no significó solamente una furia social y mediática por el abuso en la adquisición de un bien y el conflicto de interés que según Peña no se consumó porque el constructor Hinojosa no fue beneficiado con ninguna obra en su sexenio.
Aquella transacción fue un botón. La Casa Blanca y Ayotzinapa fueron gordos prólogos de capítulos abiertos de corrupción e impunidad. El conflicto de interés con Hinojosa lo fue también con una hilera importante de empresarios que viajaban en la misma cápsula mexiquense ignorantes y despreciativos de los problemas del resto del país.
Peña dice pagar el costo de las reformas energética, educativa y de telecomunicaciones y del gasolinazo.
“Aquí tienes que pensar no en las elecciones, no en definiciones electorales, sino en el bien del país”, dijo a La Jornada.
El Presidente de las decisiones (¿o indecisiones?) difíciles. Son buenas las intenciones pero pésimos los resultados. Eran tan necesarias las reformas para el país que terminaron por quitarle el poder a quienes las promovieron. Y ahora, hasta reversa les van a dar. Pues nomás Gorbachov.
Los actos de contrición, lamentablemente, son insuficientes. Es un tremendo accidente la derrota electoral. Es una pena y una grave circunstancia el país que se entrega.
robertozamarripa2017@gmail.com
Fuente: Reforma