Por Epigmenio Ibarra
Los capos saben que las acciones pacíficas de López Obrador les harán más daño que la estrategia de guerra de Calderón. Les conviene por tanto la restauración del viejo régimen y operan al servicio de éste o al menos con cierto nivel de coordinación pues persiguen los mismos intereses…
Una guerra civil no es una guerra, sino una enfermedad… lucha uno contra sí mismo”. Antoine de Saint-Exupéry Yo no soy de esos que piensan que la corrupción y la impunidad son destino ineludible para nuestra patria y que, “como aquí nos tocó vivir, no nos queda de otra”.
No soy de los que creen que siempre hemos de ser víctimas de los mismos gobernantes abusivos, prepotentes y criminales. Tampoco soy ingenuo para ver en el horizonte un futuro idílico, libre de conflictos, pero soy capaz de imaginarme —con muchas y muchos mexicanos he luchado por ello— un México distinto; más digno, más justo, más equitativo. Un México en paz.
En la guerra fui testigo tanto de los más excelsos heroísmos como de las más abyectas villanías. Sé muy bien de lo que es capaz el ser humano y he llegado a entender que las banderas ideológicas —por más firmes que parezcan sus colores— se destiñen con la sangre.
Sé lo que los pueblos pueden hacer contra otros pueblos o contra sí mismos, y también sé —lo vivimos hace dos años por estos días en CdMx— de lo que un pueblo decidido y solidario es capaz.
Por eso estoy convencido de que serenar a este país ensangrentado, al que Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto convirtieron en una gigantesca fosa clandestina, es posible, aunque tomará tiempo.
No se trata solo de creer en esa utopía, que como decía Eduardo Galeano, nos sirve para caminar.
Se trata de saber imaginar lo que nunca se ha tenido, de imaginar el país que merecemos, y luchar por él. Se trata de entender que vivimos uno de esos a los que Stefan Zweig llamó “momentos estelares de la historia” en los que es posible dar cuerpo a la esperanza, de construir la paz, que solo puede ser fruto de la justicia y por tanto responsabilidad colectiva.
Tomará tiempo que la apuesta de AMLO, de no seguir con esta guerra tan sangrienta como inútil y combatir las causas estructurales de la violencia, comience a dar frutos. Pero solo esta estrategia de generar bienestar, empleo, oportunidades para los jóvenes hará posible la reconstrucción del tejido social y el imperio de una paz duradera en este país que dejaron destrozado y erizado de fusiles.
Hace meses advertí que antes que disminuir las masacres y actos de barbarie del crimen organizado aumentarían y buscarían un impacto mediático para tener un efecto desestabilizador.
Los capos saben que las acciones pacíficas de López Obrador les harán más daño que la estrategia de guerra de Calderón. Les conviene por tanto la restauración del viejo régimen y operan al servicio de éste o al menos con cierto nivel de coordinación pues persiguen los mismos intereses.
Capos y gobernantes corruptos fueron durante décadas las dos caras de una misma moneda. Tienen ambos, en el gobierno democrático, al mismo enemigo.
Para ambos la guerra, que aumenta el costo de la droga en las calles de Estados Unidos y sus márgenes de coacción sobre la ciudadanía en México, es un gran negocio. No quieren, no les conviene que se acabe.
Es la avaricia lo que les mueve a ambos. Son el miedo y el odio lo que los sostiene. Hoy derrochan plata y plomo para destruir la democracia recién conquistada. Temen la paz y a una ciudadanía libre de odio y temor, capaz de imaginar lo inimaginable.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio