Por Javier Valero Flores
Al gobernador César Duarte se le estropeó lo más preciado de la obra por supuesto, en términos partidistas de un gobernante, la sucesión.
La avalancha de licencias solicitadas, para los funcionarios de elección popular, y de renuncias para los funcionarios designados, además de inédito por el número evidencia la seria situación por la que atraviesa el priismo local.
El hecho de que el priismo chihuahuense cuente con 10 aspirantes, sólo puede tener una lectura: Su incapacidad para construir 2 o 3 precandidatos suficientemente fuertes como para que los militantes, o los dirigentes reales de este partido, pudieran optar para designar a su candidato (en adelante, el escribiente se atendrá a la ortodoxia en el lenguaje, ese término se usará para designar indistintamente a los aspirantes hombres y mujeres).
Más allá de las obvias buenas o malas relaciones políticas existentes entre todos los aspirantes, se advierten claramente dos grupos entre ellos, y dos, las senadoras, a las que no se les podría encuadrar en alguno de esos acuerpamientos, o que, incluso, a la senadora Graciela Ortiz pudiera ubicársele en las cercanías del también senador Patricio Martínez, quien encabezara, a su vez, un serio distanciamiento con el exgobernador Fernando Baeza.
Así, los dos grupos representan a quienes han protagonizado un álgido enfrentamiento a lo largo del sexenio. Por una parte, el de los “delfines” de César Duarte y, por otra, los del exgobernador José Reyes Baeza.
En el primer grupo se ubican los alcaldes con licencia Javier Garfio y Enrique Serrano y al exsecretario de Educación, Marcelo González Tachiquín. Además, muy recientemente, el exalcalde juarense Héctor Murguía decidió jugársela con el gobernador Duarte. Se convirtió en el mejor de sus panegiristas.
Enfrente, el exalcalde Marco Adán Quezada; el exdiputado federal y local, Víctor Valencia, el exdirigente estatal, Oscar Villalobos y el exdelegado del ISSSTE, Jorge Esteban Sandoval, a quien, por otra parte, no se le ubicaría tan estrechamente en ese grupo como a los otros tres.
A su vez, la senadora Lilia Merodio, si bien sus orígenes, en los primeros niveles de la política local, se encuentran al lado de Murguía, no tiene, aparentemente, un grupo local con la presencia política como la descrita para sus contrincantes.
Y esos son los vínculos locales más aparentes, encontrar la madeja de las relaciones que cada uno de ellos (o sus grupos) tiene en el ámbito nacional, es más complicado.
Los Baeza tienen una relación con el grupo Atlacomulco de atrás, lo que les ha servido para las posiciones que detentan, la dirección del Issste y la embajada en Costa Rica, en lo que ha influido también, seguramente, la relación de Reyes Baeza con el Secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong.
A su vez, al calor de la Conago, Duarte ha construido su propia relación con los gobernadores y, de la mano con el senador Emilio Gamboa Patrón, coordinador de los senadores priistas, han constituido uno de los grupos políticos nacionales más importantes al interior del PRI.
Por otra parte, a la senadora Ortiz se le acredita una muy estrecha relación con el presidente Peña Nieto, en virtud de haber sido la Secretaria de Elecciones del Comité Nacional en 2012.
En tanto, la senadora Merodio es cercana al líder de la federación burócratas federales, también senador del PRI, Joel Ayala Almeida.
Durante los meses y años previos el mandatario estatal paseó por todo el estado (literalmente) a quienes, desde su óptica y preferencias, integraban el grupo del que debería emerger el candidato del PRI.
Lo hizo como si viviéramos en un gobierno federal panista. Pretendió convencer a Peña Nieto que podía conducir el proceso y hasta designar al candidato.
Así, los alcaldes de Juárez y Chihuahua, Enrique Serrano y Javier Garfio, respectivamente, presidieron cuanto acto público era encabezado por el gobernador Duarte, independientemente del lugar en el que se celebrara, o del rubro que fuera, lo mismo en Juárez, que en Chihuahua, en Parral o en la sierra.
A tan selecto grupo, el Gobernador Duarte sumó al ex alcalde juarense, Héctor Murguía, después de nombrarlo Coordinador de Políticas Públicas, puesto que creara el ex gobernador Reyes Baeza para designar al profesor Mario Tarango.
Ratificado por el gobernador Duarte, Tarango desempeñó ese cargo con muy bajo perfil.
No ocurrió así con Murguía, éste le imprimió una exhibición mediática y un protagonismo desusados a grado tal que, en virtud de las secuelas del accidente que sufriera el gobernador Duarte, éste lo designó como su representante en el II Informe de Enrique Serrano. Se robó las cámaras y puso en entredicho la especie de que el actual alcalde juarense fuera el favorito de Duarte.
Luego, para ponerlo a salvo de las restricciones legales, lo designó representante del gobierno de Chihuahua en la Conferencia Nacional del Gobernadores (Conago).
A pesar de las preferencias del mandatario, éste aceptó la existencia real, políticamente hablando, de las senadoras Graciela Ortiz y Lilia Merodio como serias aspirantes a la candidatura, al incluirlas en el grupo que reuniera en la Casa de Gobierno, con la complacencia del entonces delegado del Comité Nacional del PRI, Julián Luzanilla.
Todo lo intentó el grupo gobernante, el mandatario ballezano por delante, para evitar a como diera lugar la posibilidad de que Marco Quezada pudiera considerarse en los círculos dirigentes del PRI como un aspirante formal.
Los vencieron los tiempos, la fuerza del grupo Delicias y las ilegalidades con las que pretendieron cortar la carrera política del cuauhtemense. Todo cambió a la llegada de Manlio Fabio Beltrones a la dirigencia nacional priista.
Pocas dudas puede haber acerca del mecanismo que utilizará este partido para designar a su candidato.
Será el de siempre, el que más confianza le otorga a sus militantes cuando han tenido la Presidencia de la República. A quien la ocupe le otorgan poderes casi divinos.
Peña Nieto ejercerá, como ya lo ha hecho en el vecino Durango, a cabalidad la facultad extraestatutaria que los priistas le otorgan a su presidente: El “dedazo”.
Más aún, de ser cierta la información dada a conocer por Murguía, -se rompió el pacto, habíamos acordado no pedir licencias sino hasta la emisión de la convocatoria- le imprime más agravios al proceso, porque ¿Cómo podían dejar de pedir licencia, en virtud de la norma constitucional, para quienes es más que evidente, y más dudosa -concediendo que hubiese algunos resquicios legales que les permitiesen a los alcaldes no solicitar licencia- para otros, pero que evidentemente los que aspiraran deberían separarse de sus cargos?
¿O quiere decir que al Teto Murguía le dijeron que era el único que sería apartado de un cargo “con atribuciones de mando”, para ser ungido como candidato?
Porque, de ser cierta esta especie, entonces Garfio y Serrano estarían descartados, desde la óptica y preferencias de César Duarte y éste se habría decantado por el juarense.
¿Resiste el análisis tal especulación? No, lo ocurrido en Durango abona a la idea que lo harán con la mejor de las ortodoxas del PRI. En cuanto el Comité Nacional emita la convocatoria para elegir a su candidato, a los pocos momentos, el órgano dirigente informará que fulano o fulana ha recibido el “beneplácito” de los sectores y las estructuras del PRI para ser el abanderado en las próximas elecciones.
Eso hicieron en Durango y ahora el PRI goza de una “estrechísima” unidad, luego de que el exgobernador Ismael Hernández Deras y el actual, Jorge Herrera Caldera, protagonizaran un enfrentamiento semejante al de sus compañeros de Chihuahua.
¿Quién será el candidato que le opondrán a sus adversarios? Seguramente el que cuente con dos características muy por encima de sus compañeros: Quien tenga las mejores relaciones con el Presidente Peña Nieto y, además, supere claramente a los demás en las encuestas realizadas por la presidencia de la república que, por supuesto, no son las efectuadas al gusto de los aspirantes, tal y como hemos sido abrumados en las últimas semanas.
En eso no se equivocan los dirigentes del priismo, para designar a sus candidatos lo hacen con base en encuestas realizadas que retratan fielmente las preferencias de los votantes.
De este modo, los “chapulinazos” se impusieron en los dos partidos que disputarán la gubernatura; nos llaman a votar y a los pocos meses, tal como lo han hecho, también, Juan Blanco y Jaime Beltrán del Río (alcalde de Delicias), abandonan el cargo para ir por el otro.
¿Se imaginan qué ocurrirá en 2017, cuando haya alcaldes de dos años que buscarán convertirse en diputados locales en 2018, luego de sólo un año de gestión?