Roma regula la prostitución lejos de turistas

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La ciudad eterna está colisionando con la profesión más antigua del mundo. Las chispas vuelan. Las hileras de prostitutas se han disparado en el corazón del catolicismo, una oleada que los funcionarios de Roma están denunciando como una mancha en la dignidad de los habitantes de la ciudad. Pero en una ciudad de pecadores, tanto como de santos, las prohibiciones totales a la venta de sexo han fracasado, dejando a las autoridades de la ciudad con un nuevo enfoque.

Su plan consiste en acorralar al creciente número de trabajadoras sexuales en un conjunto de calles distantes de las zonas turísticas; un distrito escondido de luces rojas. Los defensores del plan razonan que las chicas que trabajan en esta actividad podrán servir a clientes masculinos, más allá de los delicados ojos de esposas, abuelas y niños.

Las “zonas de tolerancia”, sin embargo, están cumpliendo con una fuerte resistencia de la Iglesia católica, el gobierno italiano y las propias prostitutas, levantando el telón de una ópera italiana centrada en lo que los críticos llaman un clásico intento de barrer el “pecado” bajo la alfombra.

A algunos les preocupan las caracterizaciones de género implícitas en un plan que, en efecto, segrega a las María Magdalenas de las mujeres “respetables” de Roma, sobre todo en beneficio de los hombres. Con prostitutas confinadas en zonas apartadas de la ciudad, los esposos, novios y jóvenes que gustan de pagar por sexo podrían gozar de mayor anonimato.

El choque resultante está trayendo a la superficie la pregunta incómoda de la prostitución rampante en un país que, a pesar de tener una fuerte marca de machismo, vive lo que los expertos llaman una dificultad increíble para hablar de sexo.

“¿Estoy sorprendida por el desorden que esto ha creado?”, se pregunta Andrea Santoro, arquitecta y presidenta del barrio romano de EUR. “No, no realmente (…) Siempre que se habla de sexo en este país la gente comienza a estresarse”.

TAN ANTIGUAS COMO ROMA

Roma está lidiando con un vicio tan antiguo como la ciudad misma. Las trabajadoras sexuales fueron calificadas como socialmente inferiores en los tiempos del antiguo Imperio Romano, mientras los clientes masculinos suelen ser de clases acomodadas. Algunos argumentan que aquí no ha cambiado mucho esto en 3,000 años.

“Todavía hay una gran hipocresía en Roma”, dijo Eva Cantarella, autora de libros sobre el sexo en la antigua Roma. “Las calles están llenas de prostitutas, pero si hablas con un hombre italiano va a decir ‘Oh, no, esto es horrible (…) Yo nunca he salido con una’. Lo cierto es que ellas no dejan de tener utilidades por su actividad”.

Esto se debe a una falta de voluntad para abordar socialmente la cuestión.

Las leyes sobre prostitución de Italia son vagas y todavía en gran medida se guían por criterios de medio siglo de antigüedad que prohíben los prostíbulos, pero toleran como legal que las mujeres ofrezcan sus servicios en la calle. Grupos religiosos que trabajan con prostitutas dicen que el “problema prostituta” es crítico, pues suman unas 12,000 en la ciudad, casi el doble de las que había una década atrás.

Los expertos atribuyen este fenómeno al aumento de pandillas delictivas que envían más esclavas sexuales a Roma desde Europa del Este y África, así como el efecto de los tiempos económicos difíciles en un grupo de países europeos, entre ellos Italia.

En ninguna parte la situación es tan grave como en EUR, un barrio de edificios monolíticos de tiempos del fascismo de Mussolini al sur del centro histórico de Roma; lugar donde las zonas de tolerancia se fijan para que se ejerza el oficio, sobre todo en la primavera.

ALIANZA IGLESIA-PROSTITUTAS

En una tarde reciente, Paolo Lampariello, jefe de un grupo de ciudadanos que apoya las nuevas zonas rojas, nos guió a través de la hierba y detrás de los arbustos. Con indignación señalaba condones usados y envoltorios de pantimedias. “No hay lugar sagrado. Las trabajadoras sexuales están operando en las escaleras de una iglesia local, incluso detrás de la estatua de Gandhi”, dijo Lampariello.

Sin embargo, la creciente oposición al plan de zonas de tolerancia ha provocado alianzas improbables entre la Iglesia católica, que lucha en el terreno moral, y las propias prostitutas, que mantienen preocupaciones más terrenales, como la posible caída de la comercialización de sus servicios.

En una tarde reciente en el distrito EUR, muchas trabajadoras sexuales huyeron al ser abordadas por un periodista. Pero las que no pudieron correr, como Nicola, una rolliza transexual uruguaya de 24 años de edad, se manifestaron abrumadoramente opuestas al plan.

Aunque gran parte del debate público se ha centrado en qué hacer con las prostitutas, los grupos de ayuda dicen que casi la mitad de las mujeres de la calle en EUR son en realidad travestis o transexuales masculinos, algo que en Roma causa todavía más incomodidad. Aunque las mujeres tienden a tener “protectores”, proxenetas o padrotes, que vigilan de cerca sus movimientos, los hombres suelen trabajar como agentes libres.

“Usted nos pone en una zona pequeña y la competencia va a ser feroz, bebé”, dijo Nicola, que no quiso dar su apellido. “Te estoy diciendo, esto va a ser un río de sangre. Los transexuales somos muchos”.

Una representación oficial en Roma del gobierno nacional, encabezado por el primer ministro Matteo Renzi, un ex boy scout y devoto católico, ha tratado de bloquear el plan, aunque las autoridades locales insisten en que todavía tienen los medios legales para seguir adelante.

Con editoriales y pronunciamientos, funcionarios de la Iglesia católica han denunciado fuertemente a los oficiales romanos, diciendo que la ciudad, e Italia en términos más generales, en lugar de prohibir la prostitución, debería adoptar una vía legal como la iniciada por Suecia, que criminaliza la compra pero no la venta de sexo.

Sin embargo, el alcalde de Roma, Ignazio Marino, dijo que los oponentes al plan no comprenden el alcance del problema. “Enfrentamos una gran agitación con este asunto en el país, pero tenemos que hacer algo (…) Se trata de no mantener las cosas como están”.

Fuente: The Washington Post

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