El viejo Rockefeller percibió, en la segunda mitad del siglo XIX, que el control del petróleo estaba en los dispensadores de las gasolineras. Su lógica acertó, y hoy el espíritu de su ambición de poder, movido por la avaricia, está entre nosotros por los mismos execrables motivos.
Esa ambición y el sobrexplotador capitalismo decimonónico –con el nombre propagandístico de liberalismo– le permitieron a John Davison Rockefeller erigir a la Standard Oil en un monopolio petrolero mundial. Extraía, transportaba, refinaba y distribuía el combustible allí donde la mirada aquilina del genearca de los Rockefeller se fijaba.
El hombre que acumuló la fortuna más grande del mundo inventó su propia teología: la competencia era un pecado, y había que eliminarla; la rosa para mostrarse más bella y fragante requiere de que sacrifiquemos los capullos a su alrededor; ley de la naturaleza y ley de Dios es que las empresas que más crezcan sean también las más aptas para sobrevivir.
Esa teología fue canon de negociantes, políticos e intelectuales a su servicio durante las dos últimas décadas del siglo XX. En la nueva etapa del capitalismo depredador (el neoliberalismo), el contagio teológico de los Rockefeller y sus pares se extendió a todo el mundo. No es exageración. La frase de uno de los empresarios televisivos del grupo que asesora al actual Presidente de México lo dice todo: A la competencia hay que golpearla y ya en el suelo seguirle pegando.
El mercado libre puede existir, pero no en el capitalismo como tendencia.
Los miembros de la dinastía Rockefeller no le han ido a la zaga al padre. A mediados de los noventa, David Rockefeller alentaba en las Naciones Unidas las gavias de la globalización. Allí dijo: Todo lo que necesitamos es justamente una gran crisis para que todo mundo acepte el Nuevo Orden Mundial. Sus intelectuales han dicho que no dijo esto, y acusan de inventarlo a la prensa conspirativa
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La realidad ya le había entregado a los dueños del mercado global la crisis de la deuda en América Latina a principios de los ochenta. Crisis igual a oportunidad, según el evangelio de los Rockefeller. Oportunidad que se inicia en México con el boom petrolero, cuya riqueza producto de sus reservas petrolíferas dilapidó la empresa privada, sobre todo la que se asienta en Monterrey, para luego quedar endeudada. Ahí estuvo el gobierno, por cierto, para salvarla con cargo a los contribuyentes pequeños y medianos.
A los pueblos de los que se adueñaban las petroleras, como la Standard Oil, les fueron bien conocidas su voracidad y sus atrocidades. México fue uno de ellos, según el relato de Valentín Campa –fue obrero de La Corona, una subsidiaria de la Royal-Dutch, situada en Tampico– en su libro Testimonio. Los métodos de esta petrolera eran semejantes a los de la Standard Oil en otras partes: el despojo, el terror, el asesinato.
Aparentemente erradicada como monopolio por el gobierno de Estados Unidos, luego de una prolongada lucha legal, la Standard Oil hizo lo que toda empresa capitalista hace donde están prohibidas las prácticas monopólicas: simular fragmentarse para concentrar su propiedad accionaria, activos y utilidades bajo una empresa controladora.
De las Siete Hermanas –controlaban 90 por ciento del mercado mundial del petróleo desde 1928– al cabo quedaron cuatro mediante las fusiones caras a los Rockefeller. Y con las otras empresas petroleras, señaladamente la Royal Dutch Shell (de capital británico y holandés) y la British Petroleum (de capital británico), constituyeron un cártel. Enrico Mattei, un empresario petrolero y presidente de la compañía estatal de los hidrocarburos de Italia, acusaba a las grandes petroleras de cartelizarse. Murió en un accidente aéreo. Años más tarde se descubriría que no fue tal, sino una explosión deliberada.
Ahora la Exxon Mobile y la Chevron de los Rockefeller operan en México gracias a la estupidez, rapacidad y traición de quienes nos gobernaron hasta el 30 de noviembre de 2018.
¿No se benefician estas petroleras gigantescas del robo de huachicol? ¿No le compran a los huachicoleros? ¿No se han sumado ellas, identificadas con los republicanos, que siempre han tenido por gran padrino al clan Rockefeller, a la labor de zapa de los enemigos del gobierno que encabeza López Obrador? ¿No nos venezolanizan como aquellas gasolineras en manos de mexicanos, priístas en un gran número (la forma de premiar los gobiernos del PRI a parte de sus correligionarios), que manipulan la escasez de la gasolina desde la derecha? Y, en fin, ¿su propensión monopólica no se hará sentir en el expendio de la gasolina, según la lógica de John D. Rockefeller, en el camino hacia el control de la industria mexicana de los hidrocarburos?
Fuente: La Jornada