Por Jenaro Villamil
En enero de este año, Eduardo Del Río, Rius, acudió a su homenaje en el museo El Estanquillo. Sabía que su cáncer había avanzado. Estaba triste, pero consciente del tránsito. Preocupado por el país, por la debacle del peñismo, por los desaparecidos, por el periodismo.
Sin tapujos, ahí anunció que estaba a punto de morir, que estaba cansado, pero emocionado por tener a tantos herederos y seguidores. El Estanquillo estaba abarrotado. Jóvenes y jóvenes seguidores que aún leen más a Rius que a Marx, que han conocido de historia de México, de América Latina y de Estados Unidos gracias a sus libros, que abandonaron el catolicismo por su influencia, que se burlan del autoritarismo encopetado y tricolor.
Sin perder el humor ácido que caracterizó al autor de historietas como Los Agachados y Los Supermachos, Rius dio “gracias a Dios, por si existía”. Él, uno de los ateos más célebres, de los primeros en defender la dieta vegetariana, y uno de los críticos más insistentes del poder de la Iglesia, de las jerarquías y los inamovibles.
Rius nació en la cuna del sinarquismo, en Zamora, Michoacán, hace 83 años, y desde ahí emprendió su propia “guerra” por la cultura y no por el fanatismo. Sus últimos años vivió en Tepoztlán, Morelos, con sus libros, su hija y su esposa, siempre atento a lo que ocurría.
Sus trazos sencillos, sus personajes entrañables como Caltzonzin, sus señoras con rebozo, sus caciques panzones, los burócratas arribistas, los políticos mentirosos, se convirtieron en un referente para varias generaciones porque Rius se transformó en uno de los autores más leídos por libros de historietas.
Por ejemplo, La Panza es Primero lleva 1 millón de ejemplares vendidos, Marx para Principiantes (quizá más leído en México que el propio El Capital del economista y filósofo alemán) tiene 400 mil ejemplares vendidos, Filosofía para Principiantes se convirtió en un texto de preparatoria con 150 mil ejemplares vendidos, Manual del Perfecto Ateo, El Mito Guadalupano, La Biblia, esa Linda Tontería, entre decenas de otros, también han sido reeditados una y otra vez.
Ariel Rosales, editor de Penguin Random House, conoció a Rius desde sus primeros trabajos. “Nadie ha vendido tanto como él en la historia de la historieta política”, me dijo un día. Sus libros tienen hasta más de 20 reediciones. Su serie de Los Agachados y Los Supermachos se venden aún en los tianguis de libros, en las librerías de viejos, en los puestos de periódicos.
Su último libro, editado en abril de este año por Penguin Random House, se llama Los Presidentes dan Pena, una compilación de los excesos, desfiguros y corrupción desde Guadalupe Victoria hasta Enrique Peña Nieto.
Una de sus obras autobiográficas indispensables es Mis Confusiones. Ahí relató Rius el episodio de cuando lo detuvieron los agentes de la Secretaría de Gobernación, en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, en pleno movimiento del 68. Lo querían asesinar. Gracias a la intervención del general Lázaro Cárdenas, paisano de Rius, expresidente, dejaron libre al monero.
Rius participó en prácticamente todos los medios impresos críticos de la época: desde Proceso a La Jornada, en El Universal y La Prensa.
Fundador y animador de revistas de moneros como La Gallina, Marca Diablo, La Garrapata, El Chahuistle, El Chamuco y Los Hijos del Averno.
Al confirmarse su fallecimiento, recordé lo que Rafael Barajas, El Fisgón, me dijo hace unos días apenas: “Rius ya está mal, en cualquier momento se nos va”, para quedarse por siempre, pensé.
Rius dejó una escuela no de imitadores en sus trazos sino de alumnos en el compromiso político y periodístico por la crítica, el humor ácido contra los poderosos, la generosidad con los humildes, la obsesión por la divulgación.
Entre esos herederos de la escuela Rius está el propio Barajas, José Hernández y Antonio Helguera (los MonoSappiens de la revista Proceso), Helioflores, Rappé, el actual director de El Chamuco, Rocha, Riuste, entre muchos otros más que se volvieron sus escuderos imprescindibles.
En las redes sociales, el nombre de Rius se convirtió en Trending Tópic en Twitter, mientras Facebook e Instagram se inundaron de sus cartones, sus tiras, su imagen, su sonrisa.
“Rius alfabetizó políticamente a una generación convencida de la necesidad del cambio. Su labor como educador popular fue inmensa”, redactó Luis Hernández en su cuenta @lhan55.
Helioflores, quizá el mejor de los moneros y cartonistas vivos de la generación de Rius y Naranjo, escribió también en su cuenta de Twitter:
“Inmenso dolor por la partid de mi gran amigo y maestro RIUS. El más grande de todos”.
Paco Calderón, el cartonista del periódico Reforma, en las antípodas ideológicas de Rius, escribió con innegable sentido del humor:
“Me entero que falleció Rius. Requiem eternam dona eis Domine, et lux perpetua luceat eis. Requiescat in pacem. Aunque él no lo crea”.
Con Rius y Naranjo se mueren dos de los grandes referentes del cartonismo en México. Rius estaba consciente que nunca como ahora se vive un momento tan intenso, tan crítico e importante para los moneros, para los caricaturistas, para los cientos de autores de memes que recuperan el estandarte del humor y la crítica.
Larga vida a Rius que nos acompañará siempre, cada vez que digamos: la panza es primero.
Fuente: Homozapping