Revelaciones de Tatiana Clouthier: AMLO, una máquina para lograr objetivos

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Desde 2012, Tatiana Clouthier se manifestó abiertamente en favor de Andrés Manuel López Obrador, según confiesa ella misma en su libro Juntos hicimos historia, y refrendó ese apoyo en el proceso electoral de 2018. En este volumen, publicado por editorial Grijalbo, la autora destaca la forma en que vivió –“entre cansancio, alegría y tensiones y miedos”– los cerca de 150 días como coordinadora de campaña de quien hoy despacha ya como presidente de la República. Proceso adelanta fragmentos sustantivos de esta novedad editorial que será presentada este mes en varias ciudades del país.

Por Tatiana Clouthier/ Proceso

Uno de los rasgos que más me llaman la atención de Andrés Manuel es el gran conocimiento que tiene de la historia y el claro propósito en su vida. Andrés es una máquina para lograr objetivos, tiene claro a dónde va y está tres pasos adelante. Además, tiene un gran sentido del humor y es muy sagaz. La gente a veces no puede creer que sea un hombre muy diver­tido. Y se ve en los mítines: tiene una chispa y es muy vivaz. Por ejemplo, tras el segundo debate, realizado el 20 de mayo de 2018, en la Universidad Autónoma de Baja California, en Tijuana, se complicaron las cosas en la Ciudad de México y me urgía verlo, porque no podíamos tratar el tema por telé­fono. Cancelé una reunión que tenía con el periodista Julio Hernández López, autor de la columna Astillero, de La Jor­nada, y desde entonces parece que se quedó con la idea de que yo no había querido darle una entrevista, y la realidad es que me tenía que ir a ver a Andrés.

Fui a alcanzarlo a Puerto Vallarta, Jalisco. Una vez que nos encontramos, fuimos a comer, y ya sentados, le pregunté: “¿De dónde sacaste lo de la cartera?”. Mi pregunta se refería a la puntada que tuvo nuestro candidato de, en plena transmi­sión televisiva, sacar su billetera y mostrarla al público, para después esconderla bajo el brazo. “Voy a cuidar mi cartera… no te acerques mucho”, le dijo Andrés a Ricardo Anaya. El candidato del PAN había tenido la osadía de invadir el espa­cio vital de López Obrador y pararse frente a él, a menos de un metro de distancia, aun cuando las reglas del debate per­mitían moverse por el escenario, pero no traspasar el espa­cio personal. Anaya no obedeció esa instrucción y, entonces, tuvo su escarmiento. Al revivir ese episodio, Andrés contó el origen de ese contrataque: “Mi hijo Jesús me dijo: ‘papá, no te dejes ya de Anaya, no te dejes’”. Anaya había sobrepa­sado lo permitido y se buscó esa lección.

La urgencia por la que tuve que ir a Vallarta era que la autoridad electoral decía que no estábamos al día en el repor­te de gastos, y eso era motivo de anulación de la elección. Entonces, era un tema delicado y no podía decírselo por telé­fono, necesitaba que él diera instrucciones para que el equi­po proporcionara la información porque otros se quejaban de burocracia y él no le daba la importancia que para otros tenía. Andrés me respondió que todo estaba en orden. Tam­bién había una demanda contra él en un juzgado y necesitaba firmar un papel, pero me dijo: “¡Yo no voy a firmar! No voy a caer en su juego”. Germán Martínez y Chuy Cantú me dijeron: “Está caliente el tema de la fiscalización de recur­sos, porque no han subido más información”. Pero mien­tras todos andábamos estresados, Andrés estaba relajado.

Al llegar a Vallarta me subí a la camioneta y me senté en la parte de atrás. César (Yáñez) le dijo:

—Aquí viene Tatiana.

—¡Ah! ¿Te invitaron los de la campaña? —preguntó Andrés.

—No. Vengo a hablar contigo —le dije.

—¡Ah! ¿De esas pláticas de cinco minutos?

—Sí, de esas…

Llegamos al hotel donde se hospedaría, uno con vista al mar. Lo acompañó el gerente y los huéspedes del hotel se salieron de la alberca. El gerente se desvivió por atenderlo.

Una pregunta recurrente durante la campaña fue si Andrés se dejaba aconsejar, pues existe la idea equivocada de que es intransigente. Yo creo que los consejos no sirven en la vida, si sirvieran habría fábricas. Mi pensamiento es: doy información y la gente decide qué hace con ella. La lógica no es: “Te hago caso y sigo bien tus consejos”. Yo conside­ro que las personas damos puntos de vista y uno hace lo que le da la gana. Es decir, yo le mandaba información a Andrés y le decía: “Éstos son los temas que están haciendo ruido”. A veces le comentaba: “Andrés, no hay necesidad de tensar tanto en algunos temas”. Por ejemplo, cuando hubo actos de violencia que se le adjudicaron a los de la Coordinado­ra Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) contra los seguidores de José Antonio Meade, candidato del PRI, en Oaxaca, creía que nos iba a tronar el chirrión por el palito. Desde mi óptica, ya había quedado suficientemente claro que no íbamos con la reforma educativa y no valía la pena meter­se más en el asunto. Igual ocurrió en la confrontación con los empresarios, le sugerí que nos dejara a los voceros hacernos cargo del debate, que ya no había necesidad de jalar el hilo, porque yo veía clara la estrategia de nuestros adversarios.

Era obvio que los otros candidatos estaban empeñados en hacer enojar a Andrés porque estaban buscando el “¡Cálla­te, chachalaca!” de 2006. De hecho, en el segundo debate, cuando Andrés Manuel dice la frase de Riqui Riquín Cana­llín parecía que le iba a hacer recordatorios familiares; sin embargo se contuvo. Estaba molesto. Fue un segundo en el que pensé: “Aquí la ganamos o la perdemos”. Pasó por mi mente: “Lo va a insultar”, porque eso es lo que estuvieron buscando a lo largo de toda la campaña. El mote de Riqui Riquín Canallín es un tipo de insulto, para fortuna de noso­tros se volvió chistoso, aún más gracias a los chavos de las redes, que lo tomaron en automático como una broma y lo cambiaron en algo positivo, no obstante se pudo haber con­vertido en un punto en su contra.

Pienso que entre las personas que estuvimos cerca del candidato hubo más autocensura: son más los que se abste­nían de decirle las cosas que quienes sí decían lo que pen­saban. Un día estábamos en Los Mochis y le dije: “Andrés, necesitas venir a esta reunión”, porque era de la idea de que tenía que balancear entre la calle y las reuniones privadas o de la sociedad civil. Y me contestó: “Pareces maestra regañona”. Los que no le hablaban directamente era por autocensura. Cada quien decide si se expresa o no.

A lo largo de la campaña, veía a Andrés una vez a la sema­na y cuando se necesitaba que apareciéramos públicamente juntos; hablaba con él a veces diario hasta dos veces y a veces pasaban dos o tres días y no conversábamos. Si no tenía nada relevante que decirle, ¿para qué le hablaba? Él sí me decía, una y otra vez: “En ti confío”. Es muy probable que esa con­fianza se haya fortalecido, en parte, por la relación que tengo con Beatriz, su esposa.

En el tema del cuidado personal de Andrés es importante reconocer que César Yáñez hizo muy bien su trabajo y de forma impresionante. Él le daba su medicina a la hora que le tocaba, lo cuidaba, no permitía que se subieran a la camioneta donde él viajaba si no había previo permiso. En una ocasión me pegó una regañada; César me reclamó: “Tú te puedes brincar las comidas, pero el licenciado no”. Eso pasó en Monterrey, donde hubo un acto en el que no le die­ron de comer, como estaba previsto. César me mandó un mensaje de WhatsApp: “No era comida y es la última vez que pasa. El licenciado tiene que comer”. César cuidaba que no se hablara de cosas que lo molestaran a la hora de los ali­mentos: “Ahora vamos a comer, déjenlo”.

Una de las anécdotas que me impresionaron de Andrés Manuel ocurrió en Vallarta, Jalisco, cuando el chofer le ace­leró al vehículo para salir del evento y Andrés Manuel le dijo: “Vas a aplastar a la gente”. Y justo en ese momento se cruza una señora con una carriola y un niño con necesidades espe­ciales. Andrés Manuel tiene una gran capacidad de percibir al otro. Además, en la campaña siempre le daban un montón de cosas. Andrés sí lee los papelitos que le dan. Me acuerdo que me dio uno y me dijo: “Dile a Rocío Nahle que esta per­sona necesita resolver su asunto; dile a fulanito que tiene que resolver esto, llévate esto para no sé dónde…”. También en carretera, cuando se paraban, e íbamos en caminos meno­res donde no se va a tanta velocidad, Andrés Manuel tenía mucha paciencia para tomarse fotos. Incluso, cuando estaba comiendo y yo pensaba: “Ha de estar hasta la madre”, la gente le pedía una foto y él se paraba como si fuera la primera foto que se hubiera tomado en su vida, y así se aventaba cientos, y cuando llegábamos al tercer acto del día, se paraba con el mismo ánimo, como si fuera la foto de las ocho de la mañana.

Hubo un acto público en donde el doctor Jorge Alco­cer Varela se me acercó y me dijo: “Dígale a Andrés Manuel que ha subido mucho de peso y que le baje a las grasas”. Y sí era cierto: hubo un momento de la campaña en que nuestro candidato lucía más panzón, incluso hasta cambió de tallas de camisas. Entonces, llamé a Beatriz y le dije: “Oye, me dice Alcocer que Andrés tiene que cuidarse, tiene que caminar. No sé en qué momento ni cómo, pero que tiene que comer distinto”. Y es muy obediente, porque muy pron­to nos dimos cuenta de que ya no pedía postre a la hora de la comida. Tras el infarto, Andrés Manuel entró en una rutina de caminar todos los días; la campaña te hace perder muchos hábitos. Me tocaron varios momentos a lo largo de la mis­ma en que lo vimos comer más medido. Los medicamentos es otro tema en el que Andrés es muy disciplinado. En la mañana, César le daba las pastillas. En ocasiones, me tocó que Andrés le preguntara: “¿Ya me tomé el medicamento?”. “Sí, ya se lo tomó, licenciado, se lo di en la mañana”, res­pondía César.

En términos de salud, lo apoyaban aunque tomaba ries­gos. Por ejemplo, un día llegamos a Querétaro y caía un aguacero, por lo que los organizadores nos dieron unos paraguas. La gente se estaba mojando y hay una foto de él empapado con el micrófono, pero no se movía. Hubo otro evento en Monterrey, en San Nicolás, en pleno junio a las dos de la tarde. Era una plaza donde había un techo y toda la gente estaba a pleno rayo del sol. Nos pusimos una cachu­cha y al sol igual que el resto de la gente.

Retomando la idea del aspecto humano de la campaña, hubo cosas que tuvieron un impacto positivo para los bonos de nuestro abanderado. Ejemplo de ello fue la intervención de Beatriz, al presentar su vida con él. Los videos padrísi­mos que grabaron y que hizo Epigmenio, cuando ella canta. También aquella toma que subió Andrés cuando se están despidiendo, Beatriz está arriba de un auto para irse y se ven como novios. Contemplar esa parte de él es retomar la pro­fundidad humana de Andrés. Así le balanceabas cosas que le querían criticar. Andrés hizo de cada momento una opor­tunidad para transmitir a un ser humano.

Este afán de AMLO por recorrer el país y saludar a la gen­te conllevó algunos riesgos. En Puebla, cuando fue a la zona de los huachicoleros, le hablé a César y le conté que empre­sarios que tienen negocios ahí nos dijeron: “Estamos viendo la agenda de Andrés Manuel y está muy arriesgado porque va a entrar de noche a tal lugar y es de alto riesgo”. Le hablé a César y le dije: “Alerta, porque aquí pasa esto. Nada más hay que tener el doble de cuida­do”. De igual forma, algunos medios llamaban y nos pregun­taban en qué vuelo iba a llegar Andrés Manuel y en qué hotel se iba a hospedar, pero nunca les decía. También nos pre­guntaban en qué carretera iba porque lo querían seguir o alcanzar en algún punto, y sólo les decía: “Va a estar en tal municipio y en tal plaza a tales horas”. Jamás revelamos tra­yectos ni hoteles. No podíamos correr riesgos. Muchos perio­distas nos criticaron: “Pues qué desorganizados son”, sin embargo era a propósito porque no sabíamos dónde pararía la información. Segura estoy de que también los hacen otros. Hay muchos intereses. A veces pasamos por idiotas y hasta pueden pensar: “Estas viejas no saben nada. Son unos desorganizados”, y a veces es preferible.

Armando, un chofer que le manejaba en la zona del nores­te, me contó que dos o tres ocasiones los pararon grupos armados. Yo nunca estuve ahí, pero me cuentan que nunca pasó a mayores.

No puedo dejar de compartir la gran sorpresa que fue para Ceci, quien me ha acompañado desde la precampaña hasta hoy, cuando, al llegar a la casa de Andrés Manuel, vimos llegar a un hombre en pants grises y una cachucha, y darse cuenta de que era el propio AMLO. Iba solo, sin guaruras, sin protección y con una tranquilidad poco imaginable.

Estoy en la Cámara de Diputados, a la que me incorporé el 1 de septiembre por la vía plurinominal. Desde que lle­gué, lo primero que reclama la gente es: “No vemos la auste­ridad”. Y les respondo: “Espérense, llevamos menos de dos meses. No voy a resolver en 60 días lo que tengo que resolver en tres años. Estamos haciendo cambios profundos, pero lle­van tiempo, entre otras cosas porque hay muchos afectados, estamos pisando callos muy profundos, estamos afectando intereses históricos, estamos dejando sin negocio a muchos. Hay demasiados adoloridos. Combatir la corrupción y el dis­pendio no quiere decir que todo sea terciopelo. De entrada se ahorraron 520 millones de pesos por parte de la cámara”.

Lo que Andrés dice no es de dientes para afuera. Hay una congruencia entre lo que hicimos y lo que dijimos. Como he contado, mucho tiempo trabajé en la administración muni­cipal de San Pedro y lo primero que hicimos fue dejar de comprar libretas para recados. Se partían las hojas usadas en cuatro, se engargolaban y ésas eran las libretas para tomar recados. ¡El dinero público y los árboles se cuidan!

Dejamos de recibir regalos porque todos los regalos lle­gan al puesto; y los que se recibían se ponían en una canasta y el día de Navidad se rifaban entre todos, desde la seño­ra que hace el aseo hasta la directora, porque el regalo es para el puesto, no para la persona. Cuando eso lo empiezas a cambiar, comienzas a hacer las cosas distinto. Es en lo que yo coincido con Andrés, que sí es posible hacer las cosas de otra manera. Eso es lo que yo le quiero regresar a la Cáma­ra de Diputados: la dignidad.

Este adelanto de libro se publicó en la edición 2209 de la revista Proceso.

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