Como si fuera la estación del Metro Balderas a la hora pico, la obra del escritor Paco Ignacio Taibo II se congestiona. Héctor Belascoarán Shayne, el célebre detective de sus novelas policiacas, está de vuelta (si acaso en alguna ocasión se fue). Su biografía de Pancho Villa en español llega a la edición número 27 y ahora saldrá una nueva con motivo de la conmemoración nacional. También este año aparecerá la versión en inglés en Estados Unidos. Finalmente, en las librerías pueden encontrase sus dos últimos libros: La libertad, Tres historias de la historia y La historia del gueto de Varsovia.
–¿Podemos hablar de que hay un renacimiento Belascoaranista?
–Tal cual. Se va a publicar en España la obra completa de Belascoarán en dos tomos. El primero ya salió, el segundo aparecerá en febrero. Y luego está la serie de televisión en Netflix, el revival Belascoaranista que ha provocado y cómo se han disparado las ventas de sus libros.
Bueno, no es realmente un revival. Belascoarán siempre ha estado vendiéndose con regularidad, tanto sus novelas completas como las versiones sueltas. Ha estado vivo. Pero la serie de televisión creó una reanimación de su lectura que se empezó a notar en las ferias de libros de estos últimos meses. El éxito fue grande en países como México, Italia y Grecia. De hecho, está la posibilidad que salga la segunda temporada de la serie.
–Antes que tú y que Rafael Ramírez Heredia incursionaran en el género, Rafael Bernal escribió El complot mongol. Después ha proliferado ¿Por qué comienzas a escribir novela policiaca y qué paso?
–Cuando Rafael Ramírez y yo comenzamos con el género neopoliciaco en México, nos propusimos revivir El complot Mongol. El libro era una pieza suelta que permaneció suelta, de un autor muy desigual. Cuando hablamos con Joaquín Ortiz para sugerírselo, nos respondió: “Pues ya, porque tengo tres cuartas partes de la edición embodegada”.
Los otros que estaban ahí, y que debieron haber fundado el neopoliciaco mexicano, eran Jorge Ibargüengoitia, con Las muertas y Dos crímenes, y Vicente Leñero, con Los albañiles. Pero se negaron a decir que eran novelas policíacas. Como que tenían el síndrome de literatura de altura. No crearon género. Lo que Rafael Ramírez y yo hicimos fue crear género en México.
Íbamos acompañados de una ola que, hoy sabemos, fue internacional, pero entonces no lo sabíamos porque era una oleada invisible. Cuando estaba escribiendo Días de combate, Manuel Vázquez Montalbán estaba escribiendo Tatuaje. En Estados Unidos estaba publicando Roger L. Simon. Ross Thomas era un challenging en Nueva York. Jünger Alberts lo hacía en Alemania y Jean-Patrick Manchette en Francia.
Cuando nos conocimos, gracias a los buenos oficios de la Semana Negra de Gijón, nos dimos cuenta de que éramos una corriente. El primero en establecerlo de manera evidente fue un programa en Francia que se llamó De la bandera roja a la novela negra, que empezaba diciendo: “¿Dónde estabas tú en el 67, 68, 69?”, y luego contando las novelas policiacas.
La generación del 68 había entrado a la novela policiaca bajo la idea clara, transparente y decidida, de que la guerra continúa por otros medios y la batalla contra el sistema había encontrado refugio en la novela negra, Ésta te permitía hacer, simultáneamente, una novela de acción y, por lo tanto, de gran público, y una novela de reflexión, sobre las fuerzas y orígenes del mal. Éramos la generación que decíamos: “El capitalismo es pinche”.
Nos conocimos y escribimos prólogos uno de otro. Fue un fenómeno común el ayudarnos a ser publicados de manera internacional, rompiendo fronteras.
–¿Por qué fue considerado un género menor?
–Hay un analfabetismo funcional. Hoy, en México, los arquitectos de lo políticamente correcto siguen pensando que el policiaco es un género menor. Lo que pasa es que no se atreven a decirlo. Y eso que algunos autores de la primera línea del experimentalismo literario se han acercado al policiaco, porque descubren en él una fuente narrativa muy interesante.
En España, la batalla la ganó Vázquez Montalbán, que era un intelectual todo terreno. Estaba muy difícil discutir con un dirigente político, con un excelente poeta, con un novelista experimental y además con el creador neopoliciaco español, con él iban Andreu Martín y Juan Madrid. Les costó mucho menos trabajo ganarlo en España que en México.
▲ Villa está de vuelta gracias “a cuatro personas (Jesús Vargas, Friedrich Katz, Pedro Salmerón y Taibo II) que en los últimos 20 años hicimos libros sobre él y que arrasaron con la leyenda negra”, asegura Paico Ignacio Taibo II en entrevista.Foto Yazmín Ortega Cortés
–Pancho Villa está de vuelta.
–Sí, y no tengo el mérito yo solo. El mérito lo tenemos cuatro personas que en los últimos 20 años hicimos libros sobre Villa no discutibles, que arrasaron con la leyenda negra. Los trabajos de Katz, los míos, los de Chuy Vargas y los de Pedro Salmerón la barrieron. Hicimos pomada la leyenda negra que está oculta, escondida, que se resistía a reconocer al personaje de Villa como héroe popular, y que le ponía por delante juicios como “salvaje, asesino, polígamo”, bla, bla, bla.
Los libros que contaban realmente quién fue Pancho Villa cambiaron el tono con el que hoy se reconoce su figura. Habrá muchas películas gringas en que Villa aparezca borracho, pero un mexicano medianamente informado sabe que no bebía alcohol.
Es un personaje realmente interesante. Muy malo en los discursos públicos, maravilloso en la conversación en corto. El verbo en torno a la hoguera, la plática, el chismerío, la anécdota, eran fabulosos. Su conversación con Zapata es memorable. Afortunadamente fue tomada taquigráficamente. Sabemos que no había en ellos ninguna voluntad de ser Presidente, todo lo contrario. Decían cosas como: “Yo, en la Ciudad de México, de que me subo a la banqueta me mareo”. “¡Ya vámonos! Tú al sur a hacer la Reforma Agraria y yo al norte hacer las brigadas con la División del Norte, los desarrollos Agrarios Campesinos”.
Para alguien como yo, que vengo de la novela, tenía la virtud de que era un cajón interminable de anécdotas. Así que, al hacer la historia de Villa, tienes un cúmulo de historias que van salpimentando y dándote el personaje. Eso permite una lectura abierta que deja que el lector juzgue.
–Tú libro de Villa tiene cientos de páginas. ¿Cómo una obra tan voluminosa puede ser al mismo tiempo tan popular?
–Porque a mucha gente le pasa lo mismo que a mí: cuando te gusta un libro no quieres que termine.
Me han pasado cosas increíbles con el libro de Villa. Estoy en Durango y nos paramos con una señora que está haciendo gorditas en el comal. Mi guía, Jerry Segura, me presenta. La señora me saluda: “¡Qué bien que vino!” Se limpia las manos en el mandil y saca de abajo del comal una edición de Pancho Villa medio chamagosa por el humo. La habían leído nueve o 10 personas. “¡Uy, está buenísimo!”, me dice. “¿Sabe por qué lo leímos?” Yo, con una enorme curiosidad, le pregunto: “¿Por qué?” “Porque nos lo recomendó el general. Dice que está muy bueno”, me responde. ¡Órale! Saco la timidez del clóset y le comparto mis dudas: “Perdón, señora, ¿qué general?” “Pancho, porque viene a veces. Madero nunca viene, pero Pancho a veces viene y cuando vino, dijo, léanse el libro de Taibo porque está muy bueno.
“¡En la madre!”, me dije. Me despedí de besos y abrazos de ella y le firmé su ejemplar.
Cuando llegué a la conferencia que iba a dar, me dije: “¿A que no tienes huevos? ¿A que no te atreves a decirle al público que este es un libro interesante porque lo recomendó Pancho Villa?” Y no me atreví, no llegué a tanto.
–¿Por qué reivindicar hoy a Villa?
–La reivindicación de Villa va a permitir poner sobre el terreno qué era y qué es la insurgencia popular. Él es un tipo que durante 50 días de gobernador de Chihuahua crea 50 escuelas. En la 4T nos falta sortear el laberinto burocrático de conducir un Estado. Villa lo resolvía por la vía del hecho. Creo que esta imagen va a impactar a los lectores y les va a decir que el problema con las cosas es hacerlas.
Poner a la orden del día a Villa es igual que si discutes a Madero, a Zapata o a Juárez. Es el pasado que vive con nosotros. Tiene reglas. No lo puedes sacar y transportarlo a nuestros días y ponerlo de ejemplo. Pero, con él, sí puedes reflexionar de dónde venimos, quiénes somos, a dónde vamos.
Esa es la importancia de Villa. Escribí su biografía para incorporarlo al santoral laico. Soy descaradamente villista de corazón.
Fuente: La Jornada