¡No pasarán!, gritaron las y los artistas, escritores, poetas, filósofos, religiosos y humanistas. ¡No pasarán!, gritaron trabajadores, campesinos, estudiantes y maestros. ¡No pasarán!, juraron las mujeres de la ciudad asediada, los milicianos que la defendían; y -contra la razón y por la fuerza- los fascistas pasaron y cayó Madrid, y España entera se hundió en la larga y sangrienta noche de la tiranía.
No pasarán se había gritado antes en Alemania y pasaron: la República de Weimar se vino abajo y las consecuencias de esa caída las pagó, con sangre, la humanidad entera.
Las obsesiones, prejuicios e intereses de un puñado de oligarcas y fanáticos pasaron, tanto en Alemania como en Italia y España, a convertirse en una fe profesada por enormes multitudes. Millones de mujeres y hombres, de todas las clases sociales, marcharon hipnotizados y cantando, bajo la cruz o la suástica, a matar muchos millones de personas más.
Nada más contagioso que el miedo a la diferencia, que el miedo al que se ve, habla, se viste o tiene un credo, una preferencia sexual o unas ideas distintas. Nada más contagioso que el odio en el que ese miedo cerval se convierte cuando un Hitler, o un Mussolini o un Franco o un Felipe Calderón lanzan sus arengas histéricas e incendiarias y llaman, en el nombre de dios o de una raza, a salvar a la Patria, a protegerla del judío, del comunista, del populista, de la marea progresista.
“Aquellos que luchan en favor de dios -decía el escritor judío alemán Stefan Zweig- son siempre los hombres menos pacíficos de la Tierra. Como creen percibir mensajes celestiales tienen sordos los oídos para toda palabra de humanidad”. Testigo y víctima de su tiempo -uno de los más aciagos de la historia- Zweig, convencido de que el fascismo se apoderaría de la Tierra, decidió suicidarse. En su última carta y luego de pedir se le despidiera de sus amigos sentenció: “Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, que soy muy impaciente, me voy antes que ellos”.
Por mi parte, aunque respeto la decisión de Zweig a quien tanto admiro, soy mas terco y menos impaciente y, a pesar de percibir las ominosas señales del resurgimiento del fascismo en el mundo y en mi propia Patria, no he de hacerme a un lado de ninguna manera: en primera línea he de formarme, junto a muchas y muchos ciudadanos para defender pacífica y democráticamente las libertades que hemos conquistado.
En el infierno de la guerra aprendí a respetar a quienes luchan por la justicia y la libertad, y a despreciar a quienes lo hacen por dinero o peor aún en el nombre de un dios cualquiera. Me repugnan los profetas que mandan a otros a matar y morir, los que -como esos del Yunque, de Vox o del sector más retrógrado del PAN- incitan a la violencia, promueven el racismo, pretenden limitar derechos y libertades de otras y otros y apelan a los instintos más primitivos del ser humano.
Hoy es otro el fantasma que recorre el mundo: ya ronda el fascismo por toda Europa, ya se ha instalado en Brasil con Bolsonaro, ya comienza a manifestarse en México. Sabe el PAN que el fundamentalismo, además de ser políticamente rentable, es el único camino que le queda. Es preciso estar conscientes de que no hay peste que sea más virulenta y se extienda más rápido que esta. Trivializar la amenaza, burlarse de ella, ignorarla y cruzarse de brazos es un suicidio. “La tolerancia -decía Thomas Mann- es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”. A tiempo estamos todavía de unirnos para que en nuestra Patria imperen la paz, la libertad y la democracia, para que no se impongan el miedo, la violencia, la sinrazón. A tiempo de actuar para #QueNoPaseElFascismo…
@epigmenioibarra