“El amor es la soledad en compañía”.
Eduardo Nicol
Llegó el momento de quedarse en casa. Suicida e inútil hubiera sido encerrarse antes de tiempo. De nada hubiera servido hacer caso a los llamados histéricos de quienes, con el pretexto de contener el covid-19, querían paralizar al país desde hace tres semanas. De todas maneras, la epidemia habría llegado y el costo —acrecentado— lo hubieran pagado los más pobres, los millones que viven al día, los que fueron abandonados a su suerte por el viejo régimen.
Ahora sí toca a quienes no desempeñan trabajos sustantivos encerrarse en su hogar. Es momento de abrir el corazón, ver a las y los otros, reflexionar, crear vínculos, imaginar las formas en que habremos —como familia, como comunidad, como país— de abrirnos paso hacia adelante, y es el momento, también, de cerrarle la puerta a los canallas, a los infames, a los mentirosos que quieren que en México imperen el caos y la muerte.
Ya llegará el tiempo de que la justicia ajuste cuentas con los canallas. Más temprano que tarde veremos caer en prisión a Felipe Calderón. Las 25 niñas y 24 niños que no debieron morir en la guardería ABC, los masacrados, los desaparecidos en su guerra, las incontables víctimas de su alianza criminal con Genaro García Luna y el cártel de Sinaloa, la democracia mancillada, traicionada, prostituida, el erario saqueado; sus muchos crímenes habrán de alcanzarlo.
Caerán también, como resultado de su propia falta de ética, aquellos “líderes de opinión” que en el pasado se vendieron al régimen corrupto y que hoy pretenden sacar raja política de la crisis. Dejarán también las audiencias de ser cautivas; han mentido tanto los medios que comenzarán a perder su relevancia, su autoridad. Se divorciaron de la gente, dieron la espalda al país, se volvieron instrumento de la canalla fascista; pagarán las consecuencias.
Ha llegado la hora de la solidaridad y el heroísmo que, en circunstancias extraordinarias como las que enfrentamos, suelen —en este país que tanto amamos— ser también extraordinarias. Brillarán los que deban quedarse afuera para sanar y salvar, para garantizar la movilidad de las personas, alimentar y proteger vidas y haciendas.
Brillarán, estoy seguro, los que se queden en su casa no solo para protegerse a sí mismos sino, sobre todo, para proteger a los demás. El encierro será una oportunidad de abrirse al conocimiento, al amor, a la familia. Leeremos mucho, veremos muchas series, nos abrazaremos más, buscaremos —a la distancia— estar más cerca y más hondo de las y los hijos que se fueron, de las y los nietos que están lejos. Reinventaremos la familia.
Yo tengo 68 años, tengo diabetes hace 25; he vivido la guerra, he cubierto catástrofes provocadas por el hombre y por la naturaleza. He tenido el enorme privilegio de vivir dos victorias históricas, de ver a dos pueblos alzarse y vencer. Con Neruda puedo decir: “confieso que he vivido”.
Me ha arrastrado el poder abrumador del viento, he visto al agua desmandarse y a la tierra resquebrajarse. Y he visto cómo lucha, codo a codo y prevalece, el ser humano. Nunca, sin embargo, viví algo como esto.
Sé que —entre el cambio civilizatorio provocado por la insurgencia femenina y esta epidemia global— mi mundo, el de todas y todos, se vendrá estrepitosamente abajo. Esto no me espanta; me anima. Aunque ahora toca quedarse en casa, tengo, tenemos, una oportunidad de levantar este mundo desde sus ruinas, de hacerlo más justo, más digno, más vivible.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio