Por René Delgado
Los profetas miran con recelo el futuro próximo con el mesías y promueven permanecer en el presente continuo.
Los asusta imaginar en la Presidencia de la República a una fuerza distinta a las conocidas y, entonces, aun cuando se dicen liberales y abiertos al cambio, instan a reducir la alternancia a una cuestión de turno entre los jugadores bien vistos en la liga. No les gusta la idea de entender la alternancia como una alternativa. Pensar en un nuevo reparto, ejercicio y sentido del poder, los aterra al punto de apartarlos del análisis y llevarlos a la adivinación, especializada en los presagios negros.
Los tutores de la democracia temen una calamidad, sin lamentar la ruina desde donde predican. Aferrados al presente continuo advierten: todavía nos puede ir peor. Mejor no moverle, mucho menos ensayar algo distinto.
Aborrecen la política popular y abierta como adoran la política cupular y cerrada.
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Son curiosos los profetas que abominan al mesías. Desde el púlpito del elitismo o los salones donde conversan, fustigan el populismo a partir de la lectura de los pliegues de su miedo. Brotan arrugas en su frente.
Nada quedará en pie. No podrá con la corrupción. Acabará con la libertad de expresión. Arrasará con las reformas. Ejercerá el poder absoluto. Desmantelará el mercado. Resucitará al Estado. Sacará a los presos de las cárceles y encerrará a la sociedad en su fatiga. Secará los ríos y los lagos para saciar su sed de poder. Y, sin duda, regalará las reservas internacionales a los pobres, fomentando la holgazanería y acrecentando la inexistente deuda nacional.
Todos los males por venir pueden, según ellos, conjurarse en un tris dominical. Basta votar en contra, beneficiando al segundo lugar de la incompetencia sin importar quién sea. Reivindican la razón de la sinrazón, condenando la emoción derivada del malestar y el descontento social acumulado.
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Desde la lógica del pavor, cuanto auguran los custodios de la democracia tutelada jamás ha ocurrido. Si la impresión es la contraria, en todo caso es un espejismo. Algo temporal y pasajero. Nos va mal porque vamos bien, más de uno ha explicado sin enredos. Cuando todo esté a punto, bastará la credencial de elector para acceder al paraíso sin escala en el infierno.
En ese momento aún sin fecha, la bonanza quedará fija en el calendario. Gobiernos más eficaces y honestos que los conocidos. Fiscales generales y especializados, autónomos e independientes, aunque ahora estén en la congeladora. Magistrados sin toga ni bolsillos, pero de gran talla, parecidos a los actuales, a quienes podrá llamarse por su apodo. El libre mercado corregirá la desigualdad social y emparejará las regiones, todos con educación y empleo en un país de una sola y altísima velocidad. Los maestros importados de Harvard darán clases en inglés, desde preescolar. Los inversores nacionales y extranjeros formarán fila, aún más nutrida, en la ventanilla única de nuestro anhelo. Las cárceles estarán al cien como las escuelas. Los muertos y los desaparecidos lamentarán haberse ido. La tasa de crecimiento exigirá usar cinturón de seguridad, dado su vértigo, aunque ahora avance a paso de tortuga. En Woodlands, el Infonavit construirá las viviendas de interés social y en Saint Tropez las casas de interés político. Qué Acapulco, ni qué Acapulco. Vamos, bastará decir qué se necesita para tenerlo.
Un paraíso sin par, a condición de no verse tentados por la idea de buscar otro derrotero ni cambiar el curso.
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Los profetas son singulares, pero parejos. Así como no reconocen aciertos en la campaña del mesías, tampoco reconocen errores en la campaña de los suyos.
En la lógica de que las cosas suceden porque ocurren, explican que el puntero corra mucho y los segundos se queden atrás. Así, porque sí.
Nada les dice la privatización de los partidos, las prerrogativas, las candidaturas y las campañas de sus favoritos. Tampoco que el Pacto por México le haya dejado en exclusiva el monopolio y el territorio de la oposición a Morena, mientras el panismo, el perredismo y el priismo disfrutaban las mieles del ejercicio de la partidocracia, la política del canje y el reparto de posiciones y prebendas a partir del principio de cuotas y de cuates.
Aquel se aprovechó por no tener qué hacer, mientras aquellos se empeñaban en legislar mal las reformas y la administración, después, las implementaba peor. Un abuso.
Ante ese paisaje, los profetas miran con recelo el futuro próximo y promueven permanecer en el presente continuo.
Fuente: Reforma