Por Carlos Murillo González
Periódicamente diarios y revistas comunican sobre cuáles carreras universitarias tienen mayor índice de desempleo o cuáles mejores posibilidades de progreso, las que están de moda, las que tienden a desaparecer y así. En los últimos años las crisis económicas y las condiciones de inseguridad en países como México han creado ejércitos de profesionistas des o sub empleados y la “fuga de cerebros”.
Irónicamente en un país necesitado de especialistas de todas clases, tanto para el desarrollo de la nación, como para elevar la calidad de vida de la gente, parece no importarle al Estado y opta por absurdos como disminuirles presupuesto a las universidades; permitir universidades privadas “patito” que ofrecen profesiones populares, pero saturando aún más el mercado laboral; o bien, dejando ir talentos a otros países por la falta de oportunidades aquí o por los bajos sueldos.
Como quiera que sea, la realidad de esta situación nos deja un camino de frustraciones y sueños truncados, empobreciendo a la sociedad haciendo más marcadas las clases sociales. Esto además sin contar la buena o mala preparación escolar (un problema en sí mismo iniciado desde la primaria) lo costoso que resulta tanto para el Estado, y no se diga las familias, cada estudiante universitario, para terminar en el ejército industrial de reserva con un destino más bien gris para quienes no tienen el poder económico o las posibilidades de hacer un posgrado, lo cual además no es garantía de éxito profesional.
El resultado de lo anterior deriva en el desperdicio de talento con un alto grado de insatisfacción para quienes sacrificando tiempo, dinero y esfuerzo, terminan muchas veces peor que como empezaron: sin ejercer la profesión elegida y sin futuro. Así es como es frecuente encontrar infinidad de profesionistas empleándose de vendedores de cualquier cosa, haciendo trabajos extra para cubrir sus gastos o simplemente pasando meses e incluso años sin ejercer o para encontrar un puesto digno de su especialidad.
Esta realidad incluye tanto a profesiones bien establecidas y muy requeridas (medicina, administración de empresas, derecho, ingenierías, docencia…) como las súper especializadas o poco conocidas (oceanografía, bibliotecología, gestión cultural…) y qué decir de las ciencias sociales y humanidades (lingüística, psicología, periodismo…) en todas ellas y de todas ellas salen infinidad de personas con un destino incierto dadas las circunstancias.
En el estado de Chihuahua, cuya reputación hasta hace unos diez años, de ser gran proveedora de empleos profesionistas por su pujante industria maquiladora, aun en sus mejores tiempos solamente aseguraba trabajo para una tercera o cuarta parte de sus egresados universitarios ¡Y era la mejor opción de México! Siendo una entidad atractiva para profesionales de todo el país. Ahora simplemente se ha convertido en otro estado más exportador de cerebros.
Es común ver en las grandes ciudades del estado, principalmente Juárez y Chihuahua, una amplia gama de profesionistas dedicándose a variadas cosas (algunas de ellas incluso denigrantes): parkeros, segunderos, taqueros, pepenadores, etcétera. Mientras muchos de las y los “suertudos” se esclavizan subempleándose en empresas para las que no estudiaron (cocina, ventas y trabajos temporales de todo tipo, jardinería…) o los peores escenarios: poniéndose al servicio del crimen organizado, trabajando para el Estado como mediocres burócratas o largándose del país para nunca más volver.
Estudiar una carrera nunca ha sido el camino para quienes buscan hacerse millonarios, aunque pueda ayudar para ese objetivo. Desafortunadamente tampoco contamos con una cultura favorable al fortalecimiento o mejora de los estratos sociales haciéndolos más preparados, unidos o cultos; incluso a veces es un estorbo contar con un título universitario. En Ciudad Juárez, por ejemplo, es tal el detrimento de los estratos universitarios, que para encontrar trabajo es preferible ocultar la profesión.
Anteriormente se pensaba en hacer una “carrera profesional” como una buena inversión, sinónimo de prestigio y garantía de éxito económico. Hoy es fácil escuchar a médicos quejarse por la falta de pacientes, ver abogados “coyoteando” clientes afuera de los juzgados o ingenieros trabajando de técnicos en la maquila. Si le atravesamos la cuestión de género resulta todavía peor: las profesionistas tienen menos oportunidades de desarrollarse, ganan menos que sus colegas hombres y sufren el acoso sexual de los mismos.
Los tiempos de crisis económicas en sistemas obsoletos e inhumanos como el capitalismo neoliberal, el trato a las y los profesionistas no difiere mucho de quienes no han tenido o querido tener la oportunidad de pasar por la universidad. Hasta las profesiones científicas, tan importantes para la humanidad, están estancadas y al servicio de los intereses avaros de empresarios inescrupulosos a quienes sólo les interesa la ganancia por encima incluso, del bienestar social y el cuidado ambiental o bien están desamparadas de gobiernos y gobernantes apátridas que no invierten ni apoyan la ciencia por considerarla ajena a sus intereses políticos.
El panorama no es benévolo para las y los profesionistas chihuahuenses (y mexicanos en general) pues el neoliberalismo se la pasa de crisis en crisis y, combinado con la corrupción estatal, son nocivos para toda la gente, dejándonos más vulnerables frente al mercado laboral-empresarial. Quienes nos hemos empobrecido aferrándonos fielmente a nuestra profesión, nuestro único consuelo es el amor a la misma.