Por Pedro Miguel
En cualquier circunstancia temporal y regional la remoción de altos mandos es una medida de control de daños eficaz y aceptada para paliar una crisis, renovar la credibilidad de un régimen y obtener nuevos márgenes de gobernabilidad. También es un mensaje para aquietar a la sociedad y transmitirle confianza en la funcionalidad de las instituciones: no son éstas, sino sus responsables, los que han fallado. Y constituye, asimismo, la ubicación específica –que sea verdadera o no es otro asunto– de una responsabilidad por la gestación de una crisis, un desastre o un crimen de gobierno.
A primera vista puede parecer asombroso que la administración de Enrique Peña Nieto no haya pedido renuncias u operado destituciones para atenuar algunos de los daños acumulados en menos de tres años de ejercicio del poder. Lo hizo por única ocasión, a comienzos del sexenio, tras el desfiguro de una hija del titular de la Procuraduría Federal de Consumidor, Humberto Benítez Treviño, el cual se vio orillado a dejar el cargo. Después de eso sólo ha operado dos reubicaciones notables: la del ex comisionado para Michoacán –quien realizó una contribución decisiva para descomponer, complicar y acanallar la crisis en esa entidad, y fue colocado después de esa tarea en la Comisión Nacional del Deporte– y la de un procurador cansado, enturbiador de la investigación por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, que fue enviado a reposar en la Sedatu.
Por lo demás, el régimen peñista ha desperdiciado numerosas oportunidades para contener su acelerado deterioro mediante cambios en su equipo. Un resultado inevitable de la inmovilidad del gabinete es el fortalecimiento cíclico de la demanda social de que sea el propio Peña Nieto el que pida licencia al cargo, ante las pruebas reiteradas de su incapacidad para presidir el Estado. Y sin embargo, sus colaboradores del primer círculo se mantienen como atornillados a sus sillones. ¿Por qué no renuncian? ¿Por qué no procede el jefe a renovar a su equipo, aunque no sea para tranquilizar mínimamente a la ciudadanía –a la cual, está visto, no le concede la menor importancia– sino cuando menos para calmar un poco la creciente exasperación de Washington ante su catastrófico ejercicio de la presidencia?
Una razón posible en el empecinamiento es que el peñato calcula que a estas alturas ya resulta demasiado arriesgado el surgimiento de cualquier fisura en las filas del grupo gobernante. Acaso la unidad del régimen sea mucho más precaria de lo que aparenta por medio de la recuperación de ceremoniales monolíticos (y paleolíticos) como la designación de Manlio Fabio Beltrones al frente del partido presidencial.
No debe perderse de vista que el principal aglutinante del grupo en el poder es la red de protección y encubrimiento, cuyo administrador en turno es Virgilio Andrade; una suerte de implícita ley mafiosa que es instrumento de acceso a la corrupción institucionalizada y garantía de impunidad presente y futura, y que en la extremada impopularidad del régimen, una defección o una grieta en ese pacto no escrito podría tener resultados fatales para la preservación del régimen mismo.
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Desde hace un par de meses Facebook ha estado bloqueando mis cuentas con el argumento pueril de que Navegaciones Pedro Miguel no es un nombre real. Una tal Josefina –vayan a saber ustedes si es su nombre real–, de Community Operations de esa empresa, se comunicó conmigo para exigirme un documento de identidad. Se lo envié, con documentación exhaustiva de quién soy, una explicación de por qué desde hace 40 años no uso mi nombre completo en las cosas que firmo (es larguísimo), las pruebas de que Navegaciones es mi columna en este diario desde hace más de una década y la garantía de que no soy narco, terrorista ni pederasta. Pero el hostigamiento no ha cesado y la semana pasada mis cuentas volvieron a ser bloqueadas. No deja de ser graciosa la futilidad del empeño policial de Facebook y de su empleada, habida cuenta de que en esa red abundan cuentas de personas que se llaman, por ejemplo, Pito Loco, Tezcatlipoca Mafalda, Prinsheshita Hermosita, Shanti Kundalini,Coño Seco Tetas Viejas, Jesucristo Redentor Perfecto, Hasta la victoria siempre, Mahoma Grande, Francisco Franco Bahamonde, y miles y miles de apelativos sin asiento posible en documentos oficiales. O será que más bien se trata de un afán de censura. Me mudo a Facepopular, una red social realmente libre, y ya se me ocurrirá la manera de burlar este extraño celo esclarecedor de identidades. Gracias a quienes me han enviado mensajes de preocupación y/o solidaridad.
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Twitter: @Navegaciones
Fuente: La Jornada