La que nació en los tiempos del desafuero como una consigna que coreaban las multitudes, se ha vuelto para mí la expresión concreta de un compromiso, de un deber ineludible con mi país y mi gente, que he de cumplir puntualmente —siguiendo lo que me decía el otro día Carlos Payán— “aunque me cueste la vida”.
“No desmontes, no te bajes del caballo por ningún motivo —me aconsejaba, me ordenaba amorosamente Payán—; este es uno de esos momentos que dan sentido a la vida, y López Obrador —sentenciaba— es un hombre único al que hay que brindarle todo el apoyo”.
Hablábamos de las rabiosas embestidas de la reacción, del linchamiento mediático del que es objeto el Presidente más votado de la historia, de la resistencia que enfrenta en el aparato del Estado, de las pugnas dentro de la izquierda, del poco tiempo que queda por delante para sentar las bases de la transformación.
Yo ya cumplí 70 años y no tengo tiempo que perder. Me urge ver a mi patria liberada de la corrupción, ese cáncer que la tenía al borde del sepulcro; de la violencia demencial que nos impuso con su guerra Felipe Calderón; de ese sometimiento del poder político al poder económico; del autoritarismo, y del imperio de la simulación y la mentira.
Y como tengo urgencia de paz, de justicia, de bienestar para las grandes mayorías, de democracia no solo no regateo mi apoyo al hombre capaz de conducir este proceso de liberación sino que, además, estoy convencido de que es un honor estar con Obrador.
¿Por qué?
Porque, como él mismo lo dijo en la entrevista que le hice en Palacio Nacional hace más de un año: “transformación es un eufemismo; aquí lo que está en marcha es una revolución”. Y es una revolución como no ha habido otra en la historia, que se produce sin violencia y en libertad, en la que no se ejerce —como es usual y necesario en las revoluciones— ningún tipo de represión ni de control sobre la prensa, la oposición o los grandes empresarios.
Porque en lugar de pretender perpetuarse en el poder puso, desde el primer momento, su cabeza en la picota con la revocación de mandato y se ha comprometido a irse si pierde la consulta.
Porque, pese a lo que piensan incluso intelectuales y politólogos serios, es un presidente (el primero en la historia) que no tiene a su servicio ni a fiscales ni a jueces, ni manda sobre la Suprema Corte, y que ha dinamitado la Presidencia omnipotente.
Porque consciente de que ejército que no combate se corrompe y ejército que combate se corrompe aún más, puso a los militares a trabajar al servicio de la gente, se rehusó a aplicar la receta políticamente rentable de combatir la violencia con violencia, y le ordenó sumarse a las tareas de construcción de paz.
Porque Sembrando vida, Jóvenes construyendo el futuro, los programas de becas, las pensiones para adultos mayores, la salud como derecho universal y gratuito no son —como dicen los conservadores— “limosnas”, “programas asistenciales” sino acciones de justicia social consagradas en la Constitución.
Hasta el último segundo, del último minuto, del último día de su mandato, he de apoyar a López Obrador. A quienes aspiran a sucederlo, a sus compañeros de lucha y de partido les llamo a deponer, hasta ese instante, sus intereses particulares. Un sexenio no basta para transformar a México; pero si en este sexenio nos distraemos, le regateamos a López Obrador nuestro apoyo y si fracasa, todo se habrá perdido.
@epigmenioibarra