Del caso de Cuauhtémoc Gutiérrez hasta las llamadas Juanitas, ¿qué características (y obstáculos) presenta la política mexicana para las mujeres que han deseado convertirse en candidatas, ocupar asientos en las cámaras o convertirse en representantes de alguna institución pública? La doctora Ivonne Acuña, académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Ibero, especialista en opinión pública, política, sociedad y género, analiza estas condiciones.
Por Ivonne Acuña
En año de elecciones intermedias y so pretexto del Día internacional de las Mujeres cabe preguntarse ¿por qué ha sido tan lenta la incorporación de ellas a la vida política de México?
Por supuesto, muchos pueden ser los argumentos que lleven a responder esta pregunta: pocas oportunidades para hacerlo, dado que las mujeres deben primero cumplir con el papel de género que les ha impuesto la sociedad y que se relaciona con el trabajo doméstico y la crianza de niños, así como su falta de interés por participar políticamente, una poca o nula preparación y conocimientos en torno al operar político, una inclinación “natural” por otros temas y actividades, su escaso interés en cuestiones relacionadas con el ejercicio del poder político, etcétera.
Estas y otras razones pueden agruparse en dos visiones: una a partir de la cual se ha sostenido que las características biológicas o rasgos psicológicos de las mujeres explican su falta de vocación para dedicarse a la política; y otra, menos conservadora, de acuerdo con la cual el supuesto desinterés mostrado por las mujeres responde al condicionamiento social que las prepara para desarrollar únicamente las labores “propias de su sexo”.
Como se puede observar, ambos conjuntos de explicaciones sitúan “en las mujeres” la respuesta a su escasa participación política, por lo que está en ellas la solución; es decir, depende de su voluntad, buena disposición y preparación cambiar la situación que durante siglos las ha mantenido alejadas de la política.
Sin embargo, interesa aquí explorar una propuesta hecha décadas antes por Judith Astelarra, quien afirma que no son las mujeres y sus características lo que las separa de la política, sino la misma conformación de ésta la que impone obstáculos a la participación política femenina.
Desde su punto de vista la pregunta ¿qué les ocurre a las mujeres que no les interesa ni participan en la política? Debe ser sustituida por otras dos: ¿qué pasa con la política que no le interesa a las mujeres? y ¿hay algo en la política que impide su participación? http://goo.gl/lOhAx5
A 29 años de haber sido hechas estas preguntas su vigencia es apabullante, y lleva a preguntarnos por la baja participación política de las mujeres en México, afirmación sostenida por las cifras que muestran su subrepresentación, tales como: de 18 secretarías de Estado, sólo cuatro tienen a la cabeza una mujer; de 11 ministros con que cuenta la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sólo dos son mujeres; el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación está encabezado por siete agistrados, de los cuales una es mujer; en la Cámara de Diputados, que es la que más se acerca a la paridad de género 50/50, de 500 diputados 206 son mujeres; no es así en la Cámara de Senadores donde de las 128 curules sólo 45 están ocupadas por mujeres; de las 32 entidades federativas ninguna tiene como gobernadora a una mujer y de los dos mil 441 municipios que conforman la República Mexicana tan sólo 165 son gobernados por mujeres. http://goo.gl/DZ4SAE
Siguiendo entonces la postura de Astelarra se puede preguntar: ¿qué hay en la política mexicana que obstaculiza una mayor participación de las mujeres? De nuevo, las respuestas pueden ser múltiples, pero aquí interesa explorar sólo una: la reticencia de la clase política masculina para abrir espacio a esa participación debido a que sostiene una imagen subvalorada de las mujeres. Este argumento se sostiene en hechos concretos que, a manera de ejemplo, serán presentados enseguida.
Primero, la protección que ha recibido Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, ex presidente del PRI en el Distrito Federal, quien ha sido acusado de propiciar y comandar una red de prostitución en las mismas oficinas locales de su partido. Esta red ¿estaba o está? formada por mujeres jóvenes, entre quienes podría haber menores de edad, originalmente reclutadas como edecanes a quienes, una vez contratadas, se exigía brindar servicios sexuales al mismo Gutiérrez de la Torre y muy probablemente a la red de hombres que le rodean y que seguramente se beneficiaron de la prostitución a que ellas eran inducidas. No conforme con esto, el PRI ha incluido en su lista de plurinominales para ocupar una curul en la Cámara de Diputados a nivel federal a la madre de este líder, conocido como el “príncipe de la basura”, Guillermina de la Torre Malváez, lideresa de pepenadores en el Bordo Poniente, y algunos otros de sus colaboradores.
Lo anterior ratifica que aunque formalmente Cuauhtémoc Gutiérrez no está ya al frente del PRI capitalino sigue operando como tal y que las denuncias presentadas contra él tarde o temprano serán “encarpetadas”.
Segundo, la oprobiosa actitud del alcalde de San Blas, Nayarit, Hilario Ramírez Villanueva, Layín, quien levantó en dos ocasiones y ante miles de invitados el vestido de la jovencita con quien bailaba durante la celebración de su cumpleaños 44. Esto ocurrió arriba del escenario mientras tocaba la banda El Recodo. No hubo nadie que reclamara a este sujeto por su abusivo comportamiento, el cual se enmarca en la prepotencia que supone el cargo que ocupa, el ser hombre más corpulento y mucho mayor que ella.
Ambos hechos representan claramente el desprecio que algunos “políticos” sienten por las mujeres y la posición social que les conceden al seguir considerándolas como “seres de segunda”, susceptibles de ser prostituidas, abusadas y ridiculizadas.
¿Cómo puede esperarse entonces que sujetos que dan a las mujeres un trato tan humillante e indigno las vean como sus iguales y esperen compartir con ellas los espacios en los que se desarrolla la actividad política?
Ahora, no se piense que los actos discriminatorios contra las mujeres, mismos que las mantienen lejos de los cargos públicos, son siempre tan obvios, el caso de las llamadas Juanitas es una forma más en la que ciertos hombres les niegan su derecho a participar y por añadidura las utilizan para lograr sus objetivos.
En esta ocasión, siete mujeres compitieron y ganaron una curul en las elecciones intermedias de 2009, por los partidos PRI, PAN, PVEM y PT, y solicitaron licencia indefinida a partir del 1 de enero de 2010, a sólo 48 horas de haberse instalado la LXI Legislatura, para ceder su lugar a los hombres que iban con ellas como suplentes.
Esta estrategia permitió llenar la cuota de género en candidaturas, vigente entonces del 60/40, y continuar la costumbre de colocar preferentemente a hombres en los puestos de representación popular.
Aunque ahora la legislación electoral impide la repetición de este fenómeno al exigir que la fórmula esté constituida por personas del mismo sexo, en el interior de los partidos políticos se siguen dando prácticas que aseguran la subrepresentación femenina, como ubicarlas al final de las listas de plurinominales, asignarles distritos electorales donde el partido tiene escasas posibilidades de triunfo o limitándoles los recursos para realizar la campaña, por mencionar sólo los procedimientos más conocidos.
Por lo anterior, se puede sostener que la aún baja participación de las mujeres en la política mexicana encuentra como uno de sus principales obstáculos la misoginia de muchos de los hombres que componen la clase política, y no las características, intereses o vocaciones de las propias mujeres, como afirmara Astelarra hace casi tres décadas.
Fuente: Universidad Iberoamericana