(La posibilidad teológica de una refundación de la iglesia, bajo el pontificado de Francisco)
Por Leonardo Boff
Es la opinión de no pocos teólogos que el modelo jerárquico y concentrador de la Iglesia actual ha
agotado ya sus potencialidades históricas y espirituales por no saber encontrar una salida (palabra predilecta del Papa) de la maraña institucional en que se metió, estructurada alrededor del poder sagrado ejercido de manera absolutista y, por tanto, incapaz de dirigirse al hombre de las libertades modernas. La propuesta del Papa Francisco es: “No tengamos miedo de revisar“(Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, de ahora en adelante EG n.43).
De acuerdo a sus palabras: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (EG n. 27). Está consciente de que tal intento incluye ciertas rupturas indispensables: “No hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas” (EG n. 129) “porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura” (la occidental: EG n. 118), puesto que “una sola cultura no agota el misterio de la redención de Cristo” (EG n. 118). Al contrario, “lo que debe procurarse, en definitiva, es que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura” (EG n. 129).
Afirmaciones tan osadas sólo son posibles en palabras de un Papa que ya no es más rehén de los esquemas envejecidos de la cristiandad europea, decadente y minoritaria en términos numéricos (24 % de los católicos). El lenguaje de este tipo de Iglesia perdió frescura y su teología es cada vez más repetitiva y tediosa.
El Papa viene de otra experiencia de Iglesia, periférica, más liviana y colorida, más flexible y que adquirió los tonos y sonidos de su encarnación en las diferentes culturas existentes en el Continente latinoamericano. Se siente libre para un nuevo proyecto de Iglesia, al igual que el cristianismo de los primeros días, cuando penetró en la cultura greco-romana, y, más tarde, en la germánica. Sólo entonces estará a la altura de los desafíos internos y externos, especialmente de cara a la devastadora crisis del sistema-vida y del sistema-Tierra que afecta a toda la humanidad y de la que no deja escapar siquiera a la Iglesia.
Para operar la refundación de la Iglesia, el Papa, limpia previamente el terreno en dos frentes: en el ámbito político-económico y en el ámbito eclesiástico.
¿A partir de qué mundo habla el Papa? De la economía política de la exclusión y la desigualdad social
El Papa Francisco es contundente: Condena el actual sistema económico- financiero como “injusto en su raíz” (EG n. 59), pronunciando un rotundo “«no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. (…) Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. (…) Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».” (EG n. 53).
Otorga absoluta centralidad a los pobres: “No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio»” (EG n. 48). Refuerza la idea con estas palabras sin ninguna condición previa: “nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social” (EG n. 201).
Tales palabras, también dichas por los Papas anteriores, permanecían tan sólo palabras. Ellos nunca se encontraban afectiva y efectivamente con los pobres. De ahí también su dificultad de entender la teología de la liberación que hizo de la opción por los pobres contra la pobreza y a favor de la justicia social, su marca registrada. Este Papa, por el contrario, va al encuentro con los pobres dondequiera que se encuentren, en la favela Varginha en Río de Janeiro, en la isla de Lampedusa, en Córcega, en aquella figura de Vinicio Riva, de apariencia horripilante, aquejada de neurofibromatosis que deforma totalmente el cuerpo. El Papa celebra su cumpleaños el 17 de diciembre, tomando café con los pobres de la calle, abraza fuertemente a los socialmente despreciados, pone sus manos sobre sus deformaciones y transmite la vivencia de que él es un ser humano como todos nosotros. Ataca el corazón ideológico y pervertido del sistema económico neoliberal, diciendo: “Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado” (EG n. 204).
La actitud del Papa frente a la economía es profético-denunciatoria. La acusa con una palabra dura de la tradición: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos” (EG n. 57). Al mismo tiempo asume un comportamiento ético-político: el de estar del lado de los pobres. Una de las metas de la evangelización es “la inclusión social de los pobres” (EG n. 17), que es “el criterio fundamental de la autenticidad de la evangelización” (EG n. 95). Nos parece oír la palabra fuerte y evangélica del teólogo salvadoreño de la liberación, su colega jesuita Jon Sobrino: “fuera de los pobres no hay salvación”.
¿A partir de qué Iglesia habla el Papa? “de una Iglesia sin salida“
El Papa Francisco es consciente de que el modelo romanocéntrico y eurocéntrico está “sin salida”; ya no presenta condiciones para rescatar la frescura del Evangelio y la alegría que el mensaje cristiano produce. Ha surgido lo que él llama “desertificación espiritual” (EG n. 86). La propuesta de refundación está centrada completamente en el encuentro personal con el Jesús histórico, no idealizado por ideologías posteriores de magnificación, sino inspirado por el Jesús de los evangelios que se hizo pobre, sencillo, humilde y que peregrinó en medio de un pueblo legándonos el evangelio de la fraternidad universal y la dignidad de ser hijos e hijas de Dios, semejantes a él, Hijo del Padre, que decidió vivir en medio de nosotros, dejándonos un mensaje de amor incondicional, de misericordia y de ternura para con los humildes.
Toda renovación de la Iglesia viene impregnada de la idea de la misión. Pero entendamos correctamente la misión. No se trata de conquistar personas para la religión cristiana, sino de liberar las personas para las otras personas, “insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos «mutuamente a llevar las cargas» (Ga 6,2)” (EG n. 67). El Papa enfatiza: “La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción” (EG n. 14). Abandona el término tradicional de la “nueva evangelización” por otro más rico: la “conversión pastoral” de toda la Iglesia, en el sentido de acercarse a las personas y caminar con ellas.
Estos cambios fundamentales incluyen al papado mismo (cf. EG n. 32). Notable fue la metáfora empleada en su entrevista con la revista de los jesuitas Civiltà Cattolica de septiembre 2013: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. (…) A las personas hay que acompañarlas, las heridas necesitan curación. (…) Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios clérigos de despacho.” En su discurso a los obispos del CELAM en Río de Janeiro les demanda “una revolución de la ternura”.
Toda la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium viene impregnada de alegría, de esperanza y de audacia innovadora. Quiere una Iglesia casa de todos y para todos, sin la maraña confusa de doctrinas. Elabora una posición fundada en el realismo filosófico según el cual la realidad siempre desborda el concepto o “la realidad es superior a la idea” (EG n. 231). Este principio de la primacía de la realidad sobre su representación evita que “la idea quede desconectada de la realidad y dé origen a idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan” (EG n. 232). Esto es lo que ocurrió en la Iglesia europea desde la Reforma protestante: la imposición de lo doctrinario sobre lo pastoral, del orden sobre la creatividad, de la conservación sobre la invención.
En gran parte, el Magisterio perdió el sentido común porque simplemente se encerró en sí mismo, gestó la ideología del infalibilismo papal, se alienó del curso de la historia humana o se opuso frontalmente a ella. Las cosas más obvias en la pastoral y la moral fueron objeto de sospecha para perplejidad y hasta escándalo de los fieles.
El Papa Francisco intenta rescatar la obviedad de la vida y traducir el mensaje cristiano a un lenguaje que todos puedan entender. Imputa como pecado el “deberiaqueismo” (neologismo que quiere decir “lo que se debería hacer” y en verdad no se hace).
Muestra especial dureza contra el “mundanismo espiritual“ (EG n. 93 passim) de aquellos cristianos que al pretender evangelizar, especialmente por los canales de televisión, se anuncian a sí mismos y “cuidan más de su apariencia”, en un “exhibicionismo litúrgico” (EG n. 95), más bien con colores ostentosos que con el mensaje evangélico. Son autorreferenciales con un “auto-contemplación egocéntrica” (EG n. 95). Espontáneamente nos vienen a la mente figuras mediáticas conocidas, más showmans que evangelizadores. Otros con una “tristeza dulzona” (EG n. 83) desarrollaron “una psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo” (EG n. 83). Y además hay otros que transforman la vida de la Iglesia “en una pieza de museo o en una posesión de pocos“ (EG n. 95).
Con humor afirma que hay evangelizadores “con cara de funeral” (EG n. 10), que viven una permanente “cuaresma sin pascua” (EG n. 6), los “pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (EG n. 85), con actitudes de “generales de ejércitos derrotados” (EG n. 96). Palabras inauditas en los escritos de un Papa.
Lo que el Papa Francisco quiere son cristianos audaces, innovadores, que se atreven a “primerear“ (el neologismo papal), es decir que están dispuestos a ser los primeros en la participación y el compromiso de anunciar la alegría y la belleza del encuentro con el don de Jesús (EG n. 20). Son los que encuentran “las salidas” para la Iglesia. La palabra “salida” es una categoría que atraviesa toda la Exhortación. Muestra una Iglesia que deja atrás la nostalgia de su castillo medieval y “sale” a sumergirse en un mundo moderno, complejo y contradictorio, pero sediento de sentido y de Palabra. Estas frases resumen el significado de la“salida”: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo… prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos” (EG n. 49).
Las reformas que el Papa Francisco preconiza hacer en el papado, en la Curia Romana, en la descentralización de las distintas funciones institucionales, tienen la intención de dar poder de decisión a las mujeres y dar centralidad a la categoría “pueblo de Dios”, y a partir de allí, una fuerte inclusión de los laicos en la definición de las formas de la Iglesia, lo que va a delinear otro rostro a la Iglesia Católica, abierta al diálogo ecuménico e interreligioso. En fin, una Iglesia del siglo XXI.
Una Iglesia con “salida“: hacia su refundación
El Papa Francisco partió de su aguda percepción de que la Iglesia, así como estaba, era una Iglesia sin “salida”. Propuso una “salida”: el sueño, la frescura y la fascinación y el retorno al Jesús histórico. Tal retorno, de cara a lo que había anteriormente, significa una verdadera refundación de la Iglesia. Para entender correctamente esta declaración tenemos que limpiar primeramente el terreno.
Lo que voy a explicar seguramente va a dejar perplejos a los cristianos que no han tenido la oportunidad de profundizar en cuestiones teológicas. La mayoría –los catecismos son en gran parte responsables de este reduccionismo– imagina que la Iglesia nació de las manos de Cristo. Los estudios exegéticos y teológicos de más de dos siglos han demostrado cuán compleja fue la formación de aquello que llamamos hoy la Iglesia considerada específicamente.
Pero antes de detallar este espinoso asunto debemos analizar correctamente la frase que solo aparece en Mateo (Sondergut) 16:18: Jesús dice: “Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá”. El contexto revela cuál es el verdadero significado de esta frase.
Jesús pone a prueba la fe de los Apóstoles: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Simón Pedro dando un paso adelante respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo! Pues yo te digo que tú eres Pedro…” etc (Mt. 16,15-18).
Recapitulemos bien: lo que hizo a Simón ser Pedro y piedra no es su persona, sino su profesión de fe. La fe de Pedro está en el centro. Es en esta fe en Jesús como Cristo e Hijo de Dios, proferida por primera vez por Simón Pedro, que siempre se construirá la Iglesia de ayer y de hoy. Lo importante no era su persona, sino su fe. Los siguientes versículos dejan esto claro. Jesús trata a la persona de Pedro, no de “bienaventurado”, sino de “Satanás” y “piedra de escándalo”,”porque no entendía las cosas de Dios, sino de los hombres”. Aunque había profesado correctamente la fe, la entendió falsamente. Imagino un Jesús, mesías político liberador y no el Mesías sufriente, aquel que iría a “padecer mucho por causa de los ancianos, sumos sacerdotes y letrados” (Mt. 16,21). Por lo tanto, la Iglesia está edificada sobre la fe de Pedro y de todos los seguidores que en los siglos posteriores repetirán la misma profesión de fe. Sin esta fe no hay Iglesia. Por eso, la definición teológica más precisa y real de Iglesia es “comunidad de los que tienen fe” (communitas fidelium).
Este es el sentido original, entendido de esta manera en los primeros siglos, y sólo más tarde, en las polémicas sobre cuál Iglesia tendría primacía sobre las otras, comenzó a ponerse el énfasis en la persona de Pedro y no sobre lo que realmente cuenta: en su fe. Cuando la gente se reúne en torno a esta fe profesada por Pedro, ahí nace la Iglesia, ya sea bajo un árbol de mango, en una comunidad de la periferia, o un pequeño grupo que se deja involucrar en la fe con la causa de Jesús. Ahí está la Iglesia y la presencia de Cristo. Aclarado este punto, podemos avanzar en el conocimiento de una posible refundación de la Iglesia.
Para que surgiese la Iglesia, tres condiciones previas fueron necesarias: la primera es la negación y la ejecución de Jesús en la cruz que tuvo el efecto de que su mensaje central, el Reino, no se pudiera realizar; la segunda es que la expectativa de los Apóstoles y de los primeros cristianos (cf. la primera Epístola a los Tesalonicenses de los años 51/52, la primera escritura del Nuevo Testamento) que Jesús vendría pronto en su pompa y gloria no se realizó. San Lucas lo entendió bien cuando dijo, al principio de los Hechos de los Apóstoles, que Jesús no es aquel que viene, sino aquel que fue y ascendió al cielo; eso creó espacio para que surgiese algo para llevar adelante el mensaje de Jesús; la tercera fue la decisión de los Apóstoles de fundar la Iglesia como algo autónomo, de “salir” y dejar de ser una secta judía que vivía en comunidad de bienes en Jerusalén y asistía al templo a rezar.
Se reunieron en Concilio en Jerusalén y decidieron: “Es decisión del Espíritu Santo y nuestra” de “salir” hacia los gentiles. Tomaron elementos del mensaje de Jesús (sus palabras, la eucaristía, el bautismo y los Doce) y fundaron la Iglesia concreta. La Iglesia, usando el lenguaje del Papa Francisco, nació de esta“salida” a los gentiles y al mundo; caso contrario habrían continuado siendo una secta judía, restringida a Palestina.
Por lo tanto, en sus elementos esenciales, la Iglesia fue preformada por el Jesús histórico. Pero no sólo eso. Fue necesaria la decisión de los Apóstoles de tener el valor de “salir” por el mundo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, fundando comunidades que continúan hasta el día de hoy.
Quien describió finamente este proceso de composición entre los elementos de Jesús y la decisión de los apóstoles fue el teólogo Joseph Ratzinger, luego Papa Benedicto XVI, en su inspirado folleto “O destino de Jesus e a Igreja: a Igreja em nossos dias” (Paulinas, Sao Paulo 1969, 9-29). Él se basa principalmente en la tesis de un teólogo evangélico que se convirtió al catolicismo, Erik Peterson, quien escribió un ensayo revolucionario ya en 1929, bajo el simple título de “La Iglesia“ (TheologischeTraktate, Munich, 1957, 411-429). Ahí aparecen las condiciones previas para la constitución histórica de la Iglesia. Tanto Peterson como Ratzinger concluyen sabiamente que la Iglesia concreta nació de una decisión de los Apóstoles, iluminados por el Espíritu Santo, entonces ella va a seguir viviendo si los cristianos y hombres de fe en Cristo resucitado y en su Espíritu renovaren continuamente esta decisión y encarnaren la Iglesia en las nuevas situaciones que se le presentan. La Iglesia, por tanto, no es una grandeza plenamente establecida y definida para siempre. Pero se presenta siempre abierta a nuevas “salidas” para poder anunciar, en lenguaje apropiado a cada pueblo y a cada tiempo, el mensaje liberador, alegre y hermoso de Jesús.
¿No es exactamente esto lo que está haciendo el Papa Francisco? El Papa está prolongando la decisión de los Apóstoles en el Concilio de Jerusalén y con sus ocho cardenales asesores está inaugurando una “salida” al repetir: “Parece bueno para el Espíritu Santo y para nosotros refundar la Iglesia de Cristo para el nuevo tiempo de la globalización de la humanidad”.
Esto será seguramente sólo el primer paso. Vendrán otros que irán configurando institucionalmente la Iglesia de otra forma, no más eurocéntrica, ni vaticanocéntrica, ni papacéntrica, sino jesuscéntrica, espíritucéntrica, pueblocéntrica (centrada en la categoría “Pueblo de Dios” como lo ha destacado el Papa actual en varias ocasiones) globocéntrica.
Hubo un hombre enviado por Dios para llevar a cabo esta misión mesiánica. Su nombre es Francisco de Roma, inspirado por Francisco de Asís. Ambos fueron llamados, en su tiempo, para restaurar y refundar la Iglesia de Cristo y de los Apóstoles. Ello está ocurriendo, sin duda con oposiciones, pero de forma consecuente, coherente y persistente. Tenemos otro tipo de Iglesia, ahora en el mundo globalizado y no sólo en una parte del mundo, Occidente. Será la Iglesia de Pentecostés, donde estaban representados los pueblos de la Tierra. Pentecostés fue sólo el comienzo. La Iglesia continúa y se prolonga hasta la actualidad.(Traducción ALAI).
* Leonardo Boff es un teólogo católico brasileño ecuménico, quien escribió “Eclesiogénesis: a reinvenção da Iglesia”, Record, Rio de Janeiro 2008.
Publicado en América Latina en Movimiento, No. 492: http://alainet.org/publica/492.phtml