Pobreza y más pobreza

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Octavio Rodríguez Araujo

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) nos presenta datos alarmantes que ya sospechábamos: la pobreza ha aumentado. La explicación de este fenómeno es más sencilla de lo que se cree: la riqueza que se produce en el país no se distribuye bajo criterios de justicia social. ¿Será muy difícil lograr esta deseable distribución? No, en teoría.

En teoría bastaría que se crearan más empleos, que éstos fueran mejor remunerados, que los impuestos sean progresivos y que a los pobres se les otorguen y subsidien ciertos bienes y servicios que mejorarían su calidad de vida. Lo que se ha venido haciendo con programas como Solidaridad y luego con Oportunidades es, como bien ha dicho Videgaray, contener la pobreza y no combatirla. Lo grave es que ni siquiera se contuvo, puesto que aumentó. Ergo, debe combatirse. ¿Con mayor crecimiento?

Se dice que a mayor crecimiento económico menos pobreza. Esto no es cierto, todos sabemos que crecimiento sin distribución no es desarrollo, y lo que se requiere es desarrollo y no sólo aumentar el pastel de la riqueza nacional. Desde finales de los años 50 lo dijo el economista Charles Kindleberger, del MIT, quien nos advirtió de los riesgos de confundir crecimiento con desarrollo. La tesis del crecimiento del pastel, de la que todavía habló Robert Mc Namara cuando fue presidente del Banco Mundial (1968-1981), es muy engañosa: se aumenta el diámetro del pastel (se entiende que circular), por lo que las rebanadas también crecen, pero la parte más angosta del semitriángulo de una rebanada se reparte entre los pobres y la parte más ancha, al igual que antes, se reparte entre los ricos.

A éstos, digamos, les toca 40 más pero a los pobres cinco más. Esto no es distribución, por lo que tampoco es desarrollo. Y, nos guste o no, el capitalismo siempre tiende a la concentración y centralización de la riqueza, no a su distribución. Está bien que crezca el pastel, pero cómo se corten sus rebanadas es especialmente importante. Es por esto que sólo las políticas de Estado pueden modificar esta condición, pero ello requiere voluntad política de los gobiernos que, obviamente, no existe. El problema es global y sistémico y no se resuelve con Oportunidades ni con Cruzadas contra el hambre. Bueno que existan, pero sólo servirán para medio contener la pobreza, no para solucionarla. Atole con el dedo, le llaman los científicos.

Con lo anterior no estoy sugiriendo que si Peña Nieto lee este artículo va a reflexionar y a buscar, con su gabinete económico, la forma de distribuir equitativamente la riqueza que se produce en el país. No, obviamente. El actual gobernante, como los anteriores, llegó apoyado por los llamados poderes fácticos, es decir, por las empresas nacionales y extranjeras más poderosas en México, y a ellas les tiene que responder, como bien lo dicta la lógica política, e incluso la formal.

No es de esperarse que el gobierno de un país capitalista actúe en contra del capital. Si no lo hubiera dicho Marx ya lo habríamos entendido simplemente usando el sentido común. Más todavía, no se ve en el horizonte social y económico por qué este u otro gobierno rectificarían sus políticas económicas para resolver el problema del crecimiento más allá de su contención. No hay, pese a la inconformidad que se percibe entre segmentos de la población, agrupaciones sociales/políticas que pudieran lograr suficiente presión para que el gobierno y los empresarios se sientan amenazados con inestabilidad suficiente para corregir sus políticas. Estamos, si no desarmados, escasamente organizados para jalarle las orejas a quienes gobiernan.

Por si no fuera suficiente, las formas que ha adquirido el capitalismo globalizado de inspiración neoliberal permiten a los empresarios buscar trabajadores y consumidores en cualquier otro país, si disminuyen en el propio. Se pierde Detroit, como se ha visto, pero no la industria del automóvil. Simplemente trasladan sus fábricas adonde mejor convenga, gracias a la distribución mundial del trabajo y a los desiguales salarios en el mundo. Hasta nuestros capitalistas más poderosos andan en busca de otros países para sus inversiones, pues lo que producen son mercancías y no satisfactores. ¿No hay mercado suficiente en México o en China, porque mis connacionales son pobres y no me pueden comprar?, pues exporto. ¿No conviene producir determinados productos en México, porque los salarios no son competitivos y la tecnología es muy cara?, pues los importo. Al final, si los pobres son tan pobres que ni producen ni consumen, pues los convierto en prescindibles, y para que no mueran de hambre les damos paliativos, aunque bien sepamos que no combaten la pobreza sino sólo la contienen.

rodriguezaraujo.unam.mx

Fuente: La Jornada

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