Photoshop se adapta a la generación Instagram

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A 25 años de la creación de Photoshop, el programa de edición de imagen de la familia Adobe, y tras la turbulencia que le generaron plataformas superficiales de edición como Instagram y Snapchat, el software ha decidido evolucionar, diversificarse y hacerse más accesible.

La historia de la tecnología digital está llena de innovaciones a las que se elogia por haber cambiado al mundo: la Mac, Windows de Microsoft, el buscador Netscape Navigator, el iPod e innumerables más. Luego, están los muchos productos que cambiaron al mundo, a los que, de pronto, los superó algo más nuevo Y supuestamente mejor.

Lo que es más raro en la tecnología es el producto que causa grandes cambios, se topa con turbulencia y, luego, después de algunos ligeros ajustes, encuentra un sorprendente público nuevo.

Hace poco, fue el cumpleaños 25 de uno de esos camaleones que envejecen, el Adobe Photoshop, un programa para editar imágenes que se creó cuando sacábamos fotografías en rollos de película y las imprimíamos en papel. No solo ha sobrevivido, sino ha prosperado a lo largo de cada importante transición tecnológica en su vida: el ascenso de la web, el debilitamiento de las publicaciones impresas, el ascenso y la caída de la impresión doméstica y la supernova de la fotografía digital.

Photoshop logró tener el extraño estatus de un producto que se convirtió en un verbo en inglés – al igual que Google y Xerox. En el camino, se convirtió en pararrayos de la controversia debido, entre otras cosas, a la forma en la que se puede utilizar para convertir el cuerpo de las mujeres en íconos poco naturales para portadas de revistas, o el uso que le dan los propagandistas o los amigos de las redes sociales que alteran sus fotos de las vacaciones.

Sin embargo, ahora, con toda su distinción cultural, se arriesga a perderse de un mercado muchísimo más grande de aficionados a las fotos informales y sus teléfonos inteligentes. Antes, para bien o para mal, se arreglaban con el Photoshop. Ahora, por lo común, ello se hace con Instagram o con Snapchat, y pareciera que todos son editores de fotografías. Sin embargo, no todos necesiten o siquiera quieren un programa sofisticado como Photoshop.

“Cuando me hice cargo del negocio en el 2010, me di cuenta de que el crecimiento en nuestro negocio no equivalía a lo que estaba pasando a nuestro alrededor”, observó David Wadhwani, el ejecutivo a cargo de los programas informáticos creativos en Adobe. “La expresión visual estaba al alza por todas partes. Nuestro negocio era un negocio sólido, pero no estaba creciendo al ritmo que nosotros pensábamos que debería crecer”.

Así es que Adobe está tomando un gran riesgo reinventando Photoshop y, espera la compañía, haciéndolo menos dependiente de las ventas a un grupito de clientes profesionales.

De tener éxito, la agresiva reinvención de Photoshop podría servir como modelo para otras compañías, en particular para Microsoft, que se arriesga a perder negocios debido a los sagaces desarrolladores de aplicaciones. También indica un camino hacia los programas informáticos para aparatos móviles que, al paso del tiempo, engrosaron más, mientras se hacían más potentes las PC se podían hacer más pqeueñas, reducir el precio y se podía terminar atrayendo a un público muchísimo más amplio o al menos, asegurar que el que tienes no te abandone.

De hecho, el nuevo plan de Adobe para Photoshop comenzó en el 2011. En lugar de vender copias autorizadas de Photoshop y sus otras aplicaciones creativas de alta calidad por cientos de dólares cada una (la copia de Photoshop solía venderse en 700 dólares), Adobe empezó a ofrecer acceso mensual por tan solo 10 dólares mensuales.

Los leales recibieron furiosos el cambio en el precio porque no les gustó la idea de rentar en lugar de comprar. Debido a que los ingresos por las suscripciones llegan con el tiempo, el cambio también cobró un precio en el balance de Adobe. Su ingreso neto anual declinó 65 por ciento en el 2013 y cayó 13 por ciento el año pasado.

Sin embargo, la compañía ve al descenso como un costo de corto plazo del plan a largo plazo. Al bajar el precio de Photoshop, Adobe espera democratizar el acceso, conseguir nuevos usuarios que, en el pasado, no habrían podido pagar 700 dólares por el programa informático.

La tendencia parece prometedora. Adobe tiene ahora 3.5 millones de suscriptores en la serie de aplicaciones Creative Cloud (que incluye a Photoshop) y espera tener casi seis millones para el fin de este año. Los ingresos anuales generados por esos suscriptores alcanzarán los 3 mil millones de dólares. Adobe está en camino de superar el récord de 3 mil 400 millones de dólares que ganó con la venta de los programas informáticos empaquetados en el 2011.

Existen riesgos, claro. Las aplicaciones para editar fotos de baja calidad se están volviendo populares, rápidamente. Es posible que la reacción de Adobe no sea lo suficientemente rápida. Y cuando te acercas a tipos nuevos de clientes, podrías ofender a los antiguos que apoyaron al negocio durante décadas. ¿Encontrarán una alternativa de alta calidad si Photoshop empieza a parecer demasiado burda?

No obstante, la compañía avanza con determinación. Adobe tiene planes más grandes para disgregar a Photoshop en diversas aplicaciones, algunas de las cuales desarrollará ella misma; otras las harán terceras partes que tendrán acceso a los sistemas de procesamiento de imágenes en línea de Adobe. En algunos casos, hasta serán gratuitas.

“El objetivo es pasar de decenas de millones de personas que se benefician con la tecnología de Photoshop a cientos de millones de personas al paso de los años”, notó Wadhwani.

Que Adobe se mueva hacia las aplicaciones y la nube le ha generado ovaciones de los optimistas en Wall Street. Para comprender el porqué, ayuda conocer la historia de Photoshop.

Photoshop empezó como una forma de posponer el trabajo de una tesis doctoral. A finales de los 1980, Thomas Knoll, quien estudiaba visión informática en la Universidad de Michigan, empezó a crear una colección de herramientas para su hermano menor, John, quien era especialista en efectos digitales en Industrial Light & Magic (ILM). El programa, al que los hermanos llamaron Display, seguía creciendo y pronto lo estaban usando muchos de los amigos de John en ILM.

En 1988, Adobe estuvo de acuerdo en comprar el programa, pero realmente no tenía expectativas elevadas. Adobe no les dio a los hermanos recursos extras para terminar el programa informático, y ni siquiera les pidió que fueran a Silicon Valley a trabajar en él. John permaneció en ILM donde planeó nuevas características para Photoshop, mientras Thomas continuó en Ann Arbor, donde escribió cada línea del código en la primera versión.

“El resultado final fue que nunca terminé mi doctorado”, contó Thomas. Sin embargo, después de unos dos años, sí terminó Photoshop. El 19 de febrero de 1990, se comenzó a embarcar el Photoshop 1.0. Fue un éxito instantáneo. En la siguiente década, se vendieron más de tres millones de copias de Adobe.

Cada vez llegaba alguna nueva oportunidad – desde la red hasta las impresoras de inyección de tinta y cámaras digitales – y, rápidamente, Adobe ajustaba al Photoshop a la nueva tecnología. Photoshop crecía cada vez.

En cierta forma, entonces, el que Adobe recurra a las suscripciones basadas en la nube y a las aplicaciones móviles es similar: el negocio de los programas informáticos ha cambiado y Adobe está cambiando con él. Ahora les ofrece algunas de las mejores características de Photoshop a desarrolladores externos, quienes pueden agregar capacidades avanzadas para la edición de imágenes a sus aplicaciones sin ningún costo. 

Adobe también está construyendo una serie de aplicaciones que ofrecen partes específicas de Photoshop y otros programas a una gama más amplia de usuarios.

“Cuando veo que todo esto está sucediendo, estoy de acuerdo con lo que están haciendo”, dijo Maeda, quien ahora es socio en la firma de capital de riesgo, Kleiner Perkins Caufield & Byers. “Creo que la generación más joven de diseñadores está buscando herramientas nuevas, y no les importa para qué aparato serán”.

Fuente: The New York Times

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