Por Francisco Javier Pizarro Chávez
En su reciente colaboración, “Lo confieso, yo soy el culpable”, Ángel Otero Calderón evidencia las inconsistencias de encuestas de preferencias electorales, las cuales, asume con elegante ironía, son consecuencia de las diversas respuestas que ha dado a a quienes lo han encuestado, respuestas que a su vez son fruto de sus múltiples personalidades y estados de ánimo.
El artículo además de ser una pieza de gran manufactura literaria, plantea temas que gravitan de manera permanente también en el no menos esquizofrénico cerebro de los políticos profesionales.
Entre ellas hay dos que les hacen pasar muchas noches en vela en busca de una respuesta:
La primera: ¿Cómo se construye la percepción pública?
La segunda: ¿Qué es más importante la percepción que se tiene de un hecho o éste en sí mismo?
Teóricos de la comunicación, como el italiano Giovanni Sartori y el canadiense Marshall McLuhan, han tratado de dar respuesta a estas interrogantes desde distintas perspectivas: el primero, en su obra Homo Videns. La sociedad teledirigida, destaca la importancia que tiene la imagen en la sociedad moderna en la construcción de realidades.
McLuhan, va más allá. Sostiene en su libro el Medio es el mensaje que “los medios de comunicación no son sino una extensión de los órganos del ser humano”.
Los políticos profesionales han asumido, desde luego a su manera, ambas tesis como referentes básicas de la comunicación política, especialmente de la electoral. De ahí los fotomontajes, el bombardeo indiscriminado por todos los medios de comunicación posibles y de mayor cobertura, para posicionar ante los electores la imagen de sus candidatos.
Las encuestas también se han convertido en partes nodales de la mercadotecnia electoral. Más que instrumentos de medición de comportamientos y conductas sociales, su objetivo es crear realidades y estados de ánimo virtuales a favor del candidato que las promueve y por supuesto en contra de sus adversarios.
Como medios de propaganda que son, la finalidad de las casas encuestadoras no es “retratar la realidad en un momento determinado” como se decía antes, sino la de ayudar a construir en el imaginario colectivo, triunfadores y derrotados y de esta manera influir en el voto útil.
La apuesta de la mercadotécnica electoral es colocar las percepciones por encima de la realidad de tal forma que la sustituyen y sean capaces de modulan la conducta en este caso de los electores, como la mercadotécnica publicitaria lo hace con la de los consumidores.
¿Es esto en verdad posible? Sí y no. La realidad en efecto puede modularse, manipularse, afeitarse o distorsionarse mediante la propaganda electoral. De la misma manera que la publicidad construye artificiosamente necesidades de consumo y es un medio para vender un producto de mala calidad y/o francamente inútil, la propaganda política “vende partidos y candidatos”, creando estado de ánimos en los ciudadanos a través de la manipulación tanto de sus necesidades sociales reales, sino también de su inteligencia emocional.
En ambos casos, el efecto es sin embargo temporal y por tanto coyuntural, por una sencilla razón: la percepción finalmente no es sino la suma de sensaciones, las cuales a su vez son el reflejo de realidades diversas que en términos individuales nos llegan y hacemos acopio a través de nuestros sentidos y en lo colectivo de nuestras relaciones comunitarias y con el entorno socioeconómico, político y ambiental en que vivimos.
La propaganda tanto la “positiva” como la “negativa” tienden a moverse en el cómodo espacio de la percepción maniquea, entre el bueno y el malo y muy pocas veces en el siempre complicado análisis concreto de la situación concreta.
Se apela al sentimiento antes que al razonamiento lógico de la realidad, lo que se traduce en campañas políticas huecas, llenas de lugares comunes que lejos de brindar al potencial elector información valiosa para que emita un voto razonado, generan en él, como bien dice Otero Calderón, desconcierto y un sentimiento de incertidumbre, no solo en relación al presente, sino también al futuro.
No es casual que a lo largo de toda la contienda candidatos y partidos hayan hecho abstracción absoluta del presente y hayan tenido como ejes discursivos y temáticos el pasado y el futuro.
Lo anterior seguramente no es una omisión sino una intención. Solo el presente compromete. El pasado se mueve en el terreno de la añoranza, el futuro en el de la esperanza, asideros por demás endebles cuando lo que está en juego en esta elección es dicho en boca de todos los candidatos el “rumbo del país”.
Todos hablan de cambio, pero para empezar eluden ahondar en el presente que pretenden modificar y no profundizan en el cómo pretenden lograrlo y partir de cuales premisas.
En este contexto no es raro que a escasos días de que cierre la contienda, el foco de atención de la mayoría de los medios de comunicación, análisis y del grueso de electores sea que va a ocurrir después del primero de julio.
Otra vez la percepción le ha ganado la partida a la realidad, el pasado y el futuro al presente y la democracia representativa a la participativa.
Por tercera ocasión en unas elecciones presidenciales, el debate vuelve a gravitar en torno a a la limpieza de las elecciones y el respeto al sufragio, y no como debería ser, respecto a los proyectos que enarbolan los distintos candidatos, la forma en que pretenden gobernar y al servicio de quien, lo que es una lástima, pues la democracia debe garantizar no únicamente que los votos de los ciudadanos se cuenten bien, sino que también cuenten en la toma de decisiones de los gobernantes.