Peña, un presidente ¿divorciado?

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Por Sanjuana Martínez

Los problemas maritales entre Enrique Peña Nieto y su señora esposa, Angélica Rivera, ya no son un secreto. Es público y notorio que la pareja presidencia pasa por horas bajas, tal vez, las peores de su historia en común.

Las escenas de desamor se acumulan. Los desplantes de una y el otro, se convierten en escándalo. La distancia que los separa se agudiza. La historia de amor de cuento de hadas, empieza a parecerse a una historia de malquerencia.

Los problemas conyugales de Peña y Rivera son también una cuestión de Estado. Primero, porque demuestran el fracaso estrepitoso de la fórmula Televisa en Los Pinos, y luego porque sentarán un precedente para que el gobernador priísta de Chiapas y su radiante esposa televisiva, dejen de creerse la próxima pareja presidencial.

Finalmente las infidelidades y mentiras entre ellos han terminado por destruir su unión. Errores garrafales de ambos, no han permitido que el matrimonio se dirigiera a buen puerto.

En un país machista como México, obviamente las críticas están dirigidas contra ella. Pero Peña Nieto tiene mucha responsabilidad en que su matrimonio haya fracasado. Primero, porque nunca dejo de serle infiel y segundo, porque jamás le dio su lugar. Es evidente que la falta de amor, terminó por separarlos.

Empecemos por sus errores. El señor Presidente sostuvo una relación marital durante nueve años con Maritza Díaz Hernández, incluso después de casado con Rivera. Esa intensa relación de amor duró 9 años, es decir, la mayor parte mientras Peña Nieto estaba casado con Monica Pretelini, fallecida en extrañas circunstancias. Todo parecía indicar que cuando enviudó, se casaría con su compañera amorosa con quien tiene un hijo, Diego Peña Díaz. Pero no fue así. Su ambición lo llevó a preferir aceptar el papel que Televisa le tenía asignado con novia, casa y todo lo demás incluido en Los Pinos, a tener una vida feliz al lado de la mujer que siempre había amado.

Peña Nieto, pensó que se podía tener a dos mujeres a la vez sin pagar el precio que ello conlleva. Sostuvo ambas relaciones de manera intensa. Aprovechaba cualquier pretexto para ver y quedarse con Maritza y luego volvía al hogar presidencial con las pilas recargadas para soportar el papel que le habían impuesto.

Peña Nieto estuvo así un año. Vivió intensamente una prolongada relación que incluso era conocida por compañeros y amigos de ambos. Al fin y al cabo, en México, tener casa chica es cuestión de orgullo y dentro de la infame clase política que tenemos, incluso, se aplaude.

Pero, siempre hay un pero, el señor Presidente no contaba con la reacción de una iracunda Angélica Rivera a la hora de enterarse de su larga infidelidad. La actriz de Televisa no estaba dispuesta a aceptar un papel de mujer sumisa, abnegada, una mujer de otra época, capaz de aceptar el engaño y la traición conyugal a cambio del glamour que le ofrecen Los Pinos y toda su parafernalia.

Rivera sabía de la existencia de ese hijo que Enrique tenía fuera del matrimonio, un hijo a quien le dio sus apellidos en el 2010. Diego Peña Díaz había nacido en Estados Unidos por orden de Arturo Montiel, el temido y siniestro padrino de Peña Nieto que ya se sentía presidenciable y para evitar mayores escándalos dio esa indigna orden, fuera de toda humanidad contra la madre y la criatura.

Para Angélica Rivera, una cosa era tener un hijo fuera del matrimonio, un hijo legítimo, y otra muy distinta era aceptar que su marido seguía sosteniendo una relación amorosa con la madre del menor. Eso si que no lo iba a admitir y así se lo hizo saber a Maritza.

En mi último libro Las Amantes del poder (Editorial Planeta) narró detalladamente esa escena digna de una telenovela mexicana, en donde la Primera Dama sienta a su lado a su esposo y le hace prometer terminar definitivamente su relación extramarital. Él se lo jura para evitar el escándalo político y personal, para terminar con la tremenda pelea hogareña.

Peña Nieto juró que terminaría su relación con Maritza pero lo hizo cerebralmente, su corazón, su alma estaba con esa mujer y no con la que ocupaba su alcoba en Los Pinos.

Fue entonces cuando Angélica Rivera le llamó a Maritza para delante de él insultarla y amenazarla: “Enrique me ha prometido que no volverá contigo. ¿Entendiste?”, le gritó y luego de paso, insultó de manera terrible al hijo de ambos, ese niño no aceptado por la Primera Dama.

Ella creyó que ese era el punto final de la historia. No fue así. La imagen de Maritza Díaz Hernández la persiguió durante estos años, particularmente porque es la imagen de una mujer valerosa que fue capaz de alzar la voz para denunciar la discriminación que sufre su hijo.

Y no hubo punto final, porque cualquier mujer que prohíbe a su esposo la convivencia con su hijo, recibirá a cambio, con el paso del tiempo, la factura por esa decisión egoísta. Peña Nieto abandonó a su hijo, luego de que la actriz de Televisa así lo exigiera. Se sometió a la decisión de ella, pero esto tuvo consecuencias en su relación matrimonial. Nadie que abandona y discrimina a un hijo podrá ser feliz. Y Peña Nieto empezó a somatizar su acto ruin y mezquina con enfermedades físicas y lo peor, con enfermedades del alma y el corazón.

A pesar de que Peña Nieto acogió a las tres hijas de la actriz, ella no fue capaz de aceptar al hijo legítimo, ni permitir que conviviera con sus tres medios hermanos.

Si Angélica Rivera hubiera tenido un gesto de grandeza al aceptar en el seno familiar la presencia de Diego Peña Díaz, tal vez, a ambos les hubiera ido mucho mejor. Ella se habría destacado por su actitud generosa y abierta, al estilo de Danielle Mitterrand, la Primera Dama francesa que aceptó a Mazarine Pingeot-Mitterrand, hija ilegítima del presidente francés. Pero claro, hay una gran diferencia de nivel entre ambas. Más bien, ni punto de comparación.

Angélica Rivera prefirió protagonizar un papelucho mediocre y trivial de cualquiera de sus telenovelas al más puro estilo Televisa, apareciendo como una terrible villana. Y él, su esposo presidente, aceptó someterse, aunque eso significará sacrificar a su propio y maravilloso hijo. Pero esto no es una telenovela. Es la vida real. Y eso en la práctica tarde o temprano termina llevando a la pareja presidencial al abismo.

Hace más de un año que ambos ya no viven en la misma casa. Me lo dijo una fuente confiable muy cercana. Ella prefiere habitar su casa de Miami y el sencillamente, está obligado a cumplir con su función desde la residencia oficial.

Al parecer, fue ella quien decidió poner tierra de por medio. Ya no podía más. Los pleitos eran comunes, pero desde hace más de un año se incrementaron. Y claro, estaba el otro asunto: las infidelidades. Peña Nieto ya no tiene una relación con Maritza, no porque él no quisiera, sino porque su ex compañera decidió de manera determinante terminar con él, después del maltrato que recibió de la Primera Dama y luego de la discriminación a la que ha sido sometido de manera injusta, su pequeño hijo. Sin embargo,   Peña Nieto es genéticamente e históricamente infiel y volvió a las andadas. No es gripa, eso no se quita con una aspira ingerida a la fuerza.

Obviamente, las desavenencias terminaron por ser exhibidas. Los últimos desencuentros en la visita oficial a Francia, pero antes, durante la visita de Felipe y Letizia a México. Y ahora, en las vacaciones de ella y sus amigos en Italia.

Y es que no puede ir bien, lo que mal empieza. La historia montada por Televisa tiene un mal final, va directo al divorcio, aunque en México, el presidente de la República, no se enferma, no se muere, ni mucho menos, se divorcia. El presidencialismo es eso, un espejismo de un ser omnipresente, todopoderoso y sobrenatural.

Peor aún, la Primera Dama ha ido cosechando a pulso, el desprecio de su pueblo, primero mintiendo de manera soberana sobre el origen de su supuesta fortuna y su casita blanca; y luego, exhibiendo su frivolidad en revistas del corazón con una vida ostentosa llena de lujos junto a sus hijas e hijastros, mientras la mitad de los mexicanos vive en extrema pobreza.

La falta de sensibilidad de la actriz de Televisa no es nueva, pero pocos la conocían. Una mujer que es capaz de separar a un hijo de su padre, es capaz de hacer cualquier otra cosa.

Por lo pronto, los mexicanos estamos condenados a seguir presenciando los capítulos de este interminable vodevil de quinta, mientras el país se va a pique en todos los sentidos.

Y sí, pueden estar seguros, habrá divorcio, obviamente después de que termine el sexenio. Ahora toca, seguir simulando.

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Fuente: Sin Embargo

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