Por Carlos Fazio
Mañana, 6 de enero, el presidente Enrique Peña realizará una visita oficial a Estados Unidos. Llegará a su encuentro con Barack Obama con su legitimidad por el piso y políticamente debilitado. La crisis humanitaria heredada del régimen de Felipe Calderón se profundizó durante los primeros dos años de su gobierno, y en la coyuntura los crímenes de Estado de Tlatlaya e Iguala/ Ayotzinapa exhiben con crudeza la violencia del sistema. A ello se agregan escándalos de opacidad, corrupción y conflicto de interés desatados por la llamada Casa Blanca de la pareja presidencial Peña/Rivera y el tren rápido México-Querétaro, que vincula en un nudo de complicidades a Televisa y el Grupo Higa del empresario Juan Armando Hinojosa con los negocios turbios del presidente y la consorte. Para colmo de males, Luis Videgaray, ministro de finanzas del año y pensador global, fue descobijado por The Wall Street Journal, cuando reveló una transacción entre el secretario de Hacienda y el empresario incómodo del sexenio, para la compra de una propiedad en Malinalco, Edomex.
El encuentro Peña/Obama será otra puesta en escena de la política como espectáculo. Pero la realidad les cambió radicalmente a ambos. A partir de enero Obama deberá gobernar con un Congreso bajo control republicano, lo que acotará sus márgenes de maniobra. Y en cuanto al valiente modernizador de Davos (Suiza); estadista mundial 2014 de la Appeal of Conscience Foundation y salvador de México ( Time Magazine dixit), la crisis Tlatlaya/ Iguala/ Casa Blanca le estalló en la cara y lo ha mantenido desde hace tres meses en una virtual condición de pasmo.
Debido a las circunstancias, en esta ocasión Obama deberá controlar los dislates escénicos y el carisma que exhibió aquí en México, en mayo de 2013, cuando en una operación de mercadotecnia con fines de legitimación publicitaria a favor de su anfitrión, asumió la nueva épica del entonces naciente gobierno peñista, y transformó discursivamente, como por arte de magia, un país sacrificado por el terror y una violencia fratricida sin fin, en una nación próspera, de clase media urbana en expansión y con jóvenes nacidos para triunfar.
Aquel México falazmente idealizado por Obama exhibe hoy a una población enojada hasta el hartazgo, que se manifiesta cada día a raíz de los crímenes de lesa humanidad de Iguala/ Ayotzinapa, que con participación directa de agentes del Estado tuvo como blanco a casi medio centenar de jóvenes normalistas de extracción campesina pobre. A lo que se añade la ejecución sumaria extrajudicial de 20 muchachos de entre 16 y 22 años y una jovencita de 15 –señalados como presuntos delincuentes según la narrativa oficial−, a manos de soldados del 102 batallón de infantería del Ejército Mexicano, en Tlatlaya, el 30 de junio del año pasado.
El naufragio del otrora tan aplaudido Mexican moment, no distraerá el abordaje de la agenda oculta del encuentro Obama/Peña en la otra Casa Blanca. La agenda encubierta tiene como punto nodal la consolidación de Norteamérica como un espacio geográfico integrado por Canadá, Estados Unidos y México, bajo el control económico-militar de Washington, para la competencia intercapitalista en los mercados y la apropiación/ despojo de los recursos geoestratégicos mundiales. En la etapa, la acentuación de la crisis estructural del sistema llega acompañada de guerras económico-energéticas, convulsiones geopolíticas y operaciones de desestabilización del eje Pentágono/OTAN en zonas de influencia de Rusia y China; y en el plano subregional está marcada por el giro histórico, de signo incierto, contenido en el anuncio de una próxima reanudación de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
En ese contexto cabe recordar las recomendaciones que en octubre diera a conocer el Consejo de Relaciones Exteriores, poderoso gobierno mundial en las sombras con sede en Nueva York. En su informe América del Norte: hora para un nuevo enfoque −reseñado por David Brooks en La Jornada−, el CFR (por sus siglas en inglés) insistió que para fortalecer a Estados Unidos y su presencia en el mundo (ergo, para preservar la hegemonía imperial), se debe profundizar laintegración con Canadá y México, vía el desarrollo e implementación de una estrategia para la cooperación económica, energética, de seguridad, ambiental y social.
El reporte aboga por una estrategia de seguridad unificada para América del Norte. Pero mientras se llega a esa meta, Obama debe apoyar los esfuerzos de Peña por fortalecer la gobernación democrática (un giro semántico a la otrora seguridad democrática de Álvaro Uribe en Colombia, auspiciada por Washington). También recomienda profundizar la estrategia transfronteriza con México, mediante la combinación de la protección del perímetro de seguridad con un mayor uso de inteligencia, evaluaciones de riesgo, capacidades compartidas y acciones conjuntas; claro está, con la subordinación de las fuerzas armadas de México al Comando Norte del Pentágono, que desde 2013, a través de la Iniciativa Mérida, ha intensificado los cursos de entrenamiento a militares y civiles nativos en guerra irregular, contraterrorismo y contrainsurgencia.
Otra recomendación es apoyar las reformas históricas de México en materia energética. El CFR insiste en la necesidad de una estrategia regional que incluya una ampliación de las exportaciones, el fortalecimiento de infraestructura y la promoción de mayores conexiones transfronterizas de energía. Y como dijo el ex presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick −firmante del informe junto con el general (r) David Petraeus, ex director de la CIA−, dado que la reforma energética en México aún no se ha implementado, es muy importante que Estados Unidos ayude en esa implementación. Allanada la contrarreforma al 27 constitucional, el botín está en las aguas profundas del Golfo y en la infraestructura hidrocarburífica transfronteriza con eje en la cuenca de Burgos. A eso fue llamado Peña a Washington; a profundizar la entrega.
Fuente: La Jornada