Parafernalia presidencialista agotada

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Por Javier Valero

En una deslucida ceremonia, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, entregó el III Informe del presidente Enrique Peña Nieto. Tuvo oportunidad de lanzar muchas frases, a pesar de que el marco legal establece, solamente, la facultad de entregar el documento.

Luego, como ya se ha hecho costumbre, al día siguiente –ayer–, Peña Nieto, con toda la libertad del mundo, convocó a un acto al que llama “3er. Informe”, ante los suyos –bueno, algunos, muy pocos, no tan “suyos”– y lanzó, como es costumbre, también en todos los presidentes, su propia versión del país en el que vivimos.

Por supuesto que en ese acto nadie osaría –porque nadie se lo propone, porque en ese recinto nadie forma parte de los millones de mexicanos que sí tendrían “tema” para inconformarse con Peña Nieto– siquiera lanzar un pequeño grito; vamos, hacerle una pregunta al presidente.

Pero en el primer acto, Jesús Zambrano, el más reciente de los ex presidentes del PRD, ahora convertido –por obra y gracia del PRI– en presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, se lanzó con todo (aunque cuidando el lenguaje) contra esa forma de informar.

Dijo: “No puedo dejar de expresar que será –estoy seguro–, desde el día de hoy, motivo de debate el planteamiento de la conveniencia y necesidad de que el titular del Ejecutivo, el Presidente de la República, venga personalmente a entregar el Informe y que pueda discutir, escuchar, los distintos puntos de vista de la pluralidad política que compone hoy nuestro Poder Legislativo”.

Y ardió Troya, los priistas enviaron, molestos, a la diputada Yulma Rocha a increpar a Zambrano. No se vale darle la espalda a quienes tanto le deben los dirigentes perredistas y menos que pretendan cambiar un ceremonial tan grato para los ojos y oídos del priismo nacional.

Pero Zambrano tocó uno de los asuntos medulares del México de hoy: O cambiamos la parafernalia del ritual presidencialista sufrido hasta hoy, o profundizaremos la crisis de todo tipo por la que pasamos.

Esa parafernalia se repite hasta en el más pequeño de los municipios del país; el culto al señor presidente –o señor gobernador– es extremadamente lesivo a la salud de la vida pública, porque no se trata solamente de lo referente al día del informe sino al halo que protege a la figura del titular del Poder Ejecutivo, una de cuyas evidencias recién soportamos cuando el Secretario de la Función Pública –dependencia que por un decreto presidencial ya había desaparecido– exoneró a Peña Nieto y a Luis Videgaray de cualquier conflicto de interés, en la compra de las casas por todos los mexicanos conocidas, al menos de oidas.

Más aún. La actual forma de entregar el informe impide que el poder Legislativo se convierta en el verdadero contrapeso del Ejecutivo y posibilita que los gobernadores actúen a sus anchas en las entidades, pues las “fiestas”, los saraos y el eterno besamanos que se “dejan” instrumentar, se convierten en auténticos hoyos al presupuesto de los gobiernos municipales y estatales y, por supuesto, son la vívida imagen de la parafernalia presidencialista que creímos desaparecería con la llegada del PAN a la Presidencia de la República.

¡N’ombre! Sucedió al revés. Se pusieron de acuerdo –en la docena blanquiazul– priistas y panistas en cambiar el formato del informe presidencial, en aras de que nadie molestara a “su” presidente. Sabedores, los priistas, que podrían regresar a la Presidencia, aceptaron tal propuesta. Hoy, no solamente el presidente, la totalidad de los gobernadores así “informan”. Van y dejan el documento al Congreso del Estado, donde se encuentran los “incómodos”, y al día siguiente efectúan su gran fiesta… a costa del erario.

Cambiarlo por un formato que le permita al presidente leer su informe y que al día siguiente, o unos días después, acuda a responder los cuestionamientos y las preguntas de los diputados, es el paso (uno de ellos) necesario para empezar a desmontar todo el andamiaje presidencialista que hemos sufrido.

Así podría concretarse aquellas acertadas frases que el entonces diputado federal, Porfirio Muñoz Ledo, le lanzó al presidente Ernesto Zedillo que no eran más que la lapidaria frase lanzada por Francesc de Vinatea, primer jurado de la capital del reino, al rey Alfonso IV de Aragón:

“Cada uno de nos, somos tanto como vos, pero todos juntos mucho más que vos”, en lo que fue una brillante manera de recordar el papel que debiera tener el congreso.

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