Por Gustavo De la Rosa Hickerson
El 17 de febrero, el papa Francisco visitará Ciudad Juárez, una urbe increíble, que aunque vive en el dolor, diariamente a las 4 de la madrugada se despiertan sus más de doscientos mil habitantes obreros que se preparan para salir a trabajar por un sueldo de entre 0.77 y 0.95 centavos de dólar la hora.
Pocas ciudades en el mundo tienen en su seno a gente tan trabajadora, tan esforzada, tan solidaria y tan hospitalaria. Miles de héroes anónimos, ciudadanos con las mujeres al frente, sostienen nuestra pequeña urbe en donde más de 50 mil víctimas sobrevivientes de la guerra aún lloran a su finado, muerto en plena juventud, y esperan que el consuelo del Papa les permita dejar ir a su hijo, padre, esposo o hermanos que todavía esperan que reviva de entre las ruinas y regrese a casa.
Una ciudad habitada por fantasmas que tal vez después de Francisco puedan retirarse a descansar para siempre. Destaco a las 24 familias de Salvárcar que siguen esperando justicia, y la reparación integral del daño que les causó la decisión de un cártel de criminales que decidió asesinar a un grupo de estudiantes que festejaban un cumpleaños y el triunfo de su equipo de futbol americano; el Gobierno ni siquiera ha demolido la casa donde los chicos fueron asesinados y la PGR se niega a reconocer que los crímenes de los cárteles son delitos federales, 6 años después.
Una ciudad con más de 100 mil casas abandonadas y que ha recibido la noticia de que se construirán miles más en el desierto, sin agua, luz ni drenaje, porque aquí es negocio sembrar casas con créditos de Infonavit en los llanos del infierno climático.
Una ciudad que colapsará con su divina presencia porque no hay vialidades adecuadas, ni calles comunicadas, apenas cruzadas por caminos pavimentados y con una distribución catastrófica de fraccionamientos semivacíos.
Una ciudad que se prepara para un milagro y espera que con su visita ilumine a las veinte familias dueñas de la ciudad para que respeten la dignidad de los habitantes, paguen impuestos y repartan parte de sus inmensas riquezas acumuladas durante 50 años de vender a precio de ganga la fuerza laboral de esta ciudad.
Un pueblo que espera el milagro de que el Gobierno exija a las maquiladoras un sueldo profesional industrial para sus operadores, de por lo menos 3 dólares la hora de trabajo. Y que espera que desde ahora se impida que la autoridad los reprima salvajemente por manifestarse a puerta de fábrica.
Una sociedad que espera como milagro que los gobiernos federal y estatal finalmente atiendan a las víctimas de Salvárcar que han esperado pacientemente a que la justicia se haga.
Que espera el milagro de que los industriales paguen el costo social de atender las necesidades básicas de 500 mil trabajadores directos e indirectos de las empresas trasnacionales, o que el Gobierno pavimente el 50 por ciento de la mancha urbana hundida en la terracería de las calles citadinas.
Que desea que la SEP advierta que hay más de 20 mil jóvenes entre 12 y 17 años sin secundaria, algunos preparándose para tomar las armas de sus mayores caídos y formar el nuevo ejército de los cárteles.
Francisco, esta es una ciudad con una gran suma de corazones que laten al mismo tiempo esperando un milagro