Por Francisco Ortiz Pinchetti
Tal vez sea porque como reportero novato fui testigo de la admirable entrega por la democracia de Salvador Rosas Magallón en Tijuana y de Norberto Corella en Mexicali, allá en el lejano 1968, y de su resistencia al lado del pueblo bajacaliforniano ante el fraude electoral en las elecciones municipales de ese año.
Quizá sea porque me tocó reportear el despertar democrático de 1983 en el Norte de México, cuando el PAN ganó los principales municipios de Chihuahua, Sonora y Baja California. O porque fui testigo durante cinco meses ininterrumpidos, día tras día, de la histórica lucha de los chihuahuenses en 1986, con don Luis H. Álvarez en huelga de hambre durante 41 días y Francisco Barrio al frente de los miles de ciudadanos que marcharon por las calles y carreteras y tomaron los puentes internacionales.
Tal vez porque me tocó también cubrir la campaña y el triunfo de Ernesto Rufo Appel en Baja California, en 1989, el primer gobernador panista de la historia. Y la revancha panista de 1992, cuando Pancho Barrio ganó la gubernatura de Chihuahua y esta vez sí le fue reconocida.
La denodada pelea de Vicente Fox y los guanajuatenses ante el fraude electoral de 1991 y la nueva, victoriosa campaña de 1995. Posiblemente porque me tocó recorrer el país, siempre en ejercicio de mi profesión periodística, al lado de Manuel Clouthier, Diego Fernández de Cevallos y Vicente Fox, y conocer de cerca en pláticas entrañables e incontables entrevistas la solidez de los principios doctrinarios asumidos como nadie, vitalmente, por Carlos Castillo Peraza…
A lo mejor por todo eso junto y mucho más –inolvidables jornadas ciudadanas, resistencia civil, caminatas kilométricas, despojos electorales, historias heroicas, congojas, amenazas, represiones, miles y miles y miles de rostros esperanzados en el advenimiento del sufragio efectivo a lo largo de más de cuatro décadas como testigo privilegiado de la transición mexicana a la democracia— es que siento coraje y profundo desprecio por los “panistas” que han llevado a su partido a esta situación deplorable y vergonzosa. Válgame.