Por
El PAN está en vías de extinción. Lo está por la misma razón por la que desaparecieron los dinosaurios: incapacidad para adaptarse a los cambios. No es un “globo” periodístico; es una realidad. Así lo informó Proceso: “A pesar de quedar como segunda fuerza nacional tras las elecciones del pasado 6 de junio, el Partido Acción Nacional (PAN) está apenas en la línea del número de militantes necesarios para mantener el registro”.
Los líderes del PAN no supieron reaccionar a la explosión que significó AMLO y su movimiento. La vieron venir y no se hicieron a un lado. Se pusieron en donde no debieron: en el “tocadero”. Pretendieron pararlos; les faltó entereza y valor para hacerlo. Como lo he dicho en otras ocasiones: fueron mediocres aun en la maldad. Pasaron por alto la máxima de Maquiavelo: “A los hombres grandes no hay que tocarlos, pero si se les toca, es preciso acabar con ellos”. Tocaron a AMLO y no lo acabaron. Lo tenían en sus manos; se les fue vivo. Lo más grave: les faltó sensibilidad para medir el alcance de la onda expansiva que su liderazgo provocó.
Habiendo cometido el primer error, incurrieron en otros. No entendieron que la sociedad estaba harta de su hipocresía, frivolidad, mediocridad y complicidad. Desconocieron las circunstancias en que actuaban. No se deslindaron a tiempo de sus cómplices: los priistas. Las comparsas sólo se ven bien en los carnavales, no en política. En ese y en otros vicios incurrieron los líderes de Acción Nacional.
El PAN nació con un tufo clerical, oscurantista, confesional y pro peninsular. Sus líderes veían con buenos ojos la influencia española: cultura, religión y costumbres. Si bien eran partidarios de la libre empresa, los que se dedicaban a promover negocios en grande y en mediano grado, nunca terminaron por convencerse de la idoneidad del proyecto de los azules ni de la sinceridad y bondad de sus líderes. Su confesión de fe en la economía de libre mercado no los convenció.
En un tiempo los panistas odiaron todo lo que oliera a Estados Unidos de América; los ponía en sobre aviso su protestantismo. Les ayudó a soportar ese olor el peligro del comunismo.
Ese partido nunca fue una opción válida para los evangélicos o protestantes. Los pocos que se llegaron a afiliar a él pronto se decepcionaron. Los libre pensadores e independientes repudiaron su dogmatismo. Nunca lo consideraron una alternativa aceptable. Finalmente, el partido encontró como afiliados naturales a los católicos del Bajío y a los de los estados del Norte. No pudo posicionarse en entidades con presencia indígena: Guerrero, Puebla, Oaxaca, Chiapas, Tlaxcala, Veracruz, Quintana Roo o Chiapas. Tampoco encontró espacio en Tabasco, debido a su historial anti religioso y evangélico.
La ciudadanía comenzó a sospechar de los líderes de Acción Nacional en el momento en que ellos, por “razones” no del todo claras, legitimaron el triunfo de Carlos Salinas de Gortari; propusieron la quema de las boletas electorales, dieron su voto para cambiar el marco normativo relativo a las asociaciones religiosas, a la tenencia de la tierra, al petróleo y energía eléctrica y a la modificación de la fracción I del artículo 82 constitucional para permitir la llegada de Vicente Fox Quezada, como una alternancia pactada y, con ello, impedir la llegada a la Presidencia de la República de un candidato de izquierda.
Acción Nacional en la actualidad no cuenta con líderes confiables, visibles, carismáticos y que conozcan el pensamiento conservador o que estén identificados plenamente con la ideología de su partido. No tienen ideología ni hacen política cuando sus líderes:
Buscan posiciones redituables dentro y fuera del partido;
Inciden en el tráfico de influencias para enriquecerse con el ejercicio paralelo de sus profesiones;
Abusan del poder cuando lo detentan; y
Utilizan la ofensa como forma cotidiana de hacer política; injurian a su adversario; lo califican de Tartufo, farsante y más; recurren al uso de palabras que el mexicano califica de “disparates” u ofensivas; incluso, en forma solemne y agresiva se mienta la madre a AMLO. Esas prácticas, que son usuales en algunos líderes de Acción Nacional, son reprobadas por la sociedad mexicana. Las censuran, incluso, quienes simpatizaban con el PAN; las consideran inadmisibles en los negocios públicos.
Existe la sospecha, más fundada que infundada, de que sus legisladores recibieron dinero de los gobiernos priistas por votar en determinado sentido en materias a las que ahora el gobierno de Morena pretende dar marcha atrás. El encarcelamiento, al parecer fundado, de algunos exlegisladores panistas ha sido, no la gota, el chorro que derramó el tinaco.
Un pecado adicional: existe la sospecha de que en el PAN están incrustados e influyen notablemente en sus decisiones, los miembros de El Yunque.
El PAN durante algún tiempo estuvo en manos de gente idealista, bien intencionada y patriota. Al probar sus líderes las mieles del poder y del dinero, perdió su mística y extravió su ruta. La ciudadanía, sobre todo la conservadora, percibió el cambio, la pérdida de valores, el desprestigio de la institución y la prostitución de sus líderes. Le retiró su confianza, le negó sus votos, se desafilió y les dijo “ahí se ven”.
De ser real que los electores le volvieron la espalda al PAN, tenemos que reconocer que estamos frente a una auténtica tragedia. Por estar de por medio una organización política importante, el daño nos afecta a todos. No podemos permitir que un partido que tuvo ideología y que alcanzó posiciones de poder desaparezca. Sería nocivo. México necesita que todas las tendencias ideológicas y políticas tengan vida y presencia. Ello es sano para el juego político y necesario para evitar la instauración de un estado absolutista. Las dictaduras comienzan con la supresión de los partidos políticos independientes. El PAN, con sus altas y bajas, lo ha sido.
La existencia del PAN, como pensamiento de derecha y conservador, es necesaria para la vida política del país. La ciudadanía debe tener opciones reales por las cuales inclinarse al emitir su voto. Ese partido lo fue.
Bien dice el dicho: todo por servir se acaba y acaba por no servir. El PAN se dejó utilizar; al permitir ser manoseado, dejó de ser deseable.
Fuente: Proceso