Oscuros días sin cambios

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Por Adolfo Sánchez Rebolledo

Hace apenas unas semanas, la naturaleza probó la fragilidad de los asentamientos construidos sobre zonas de riesgo, depredadas como resultado del entramado de relaciones viciadas, de negocios oscuros, de autoridades que no respetan la ley, alimentando la multiplicación de voraces desarrolladores que nadan como tiburones entre las necesidades de la gente.

El desastre humano aún no termina y falta lo fundamental: la reconstrucción que mitigue las pérdidas, devolviendo a las comunidades arrasadas la oportunidad de sobrevivir, pues de eso se trata en muchas regiones. Pese a la cascada declarativa es probable que se vuelva  a lo mismo y, aparte de algunas lecciones elementales de protección civil, las cosas sigan igual. La ayuda oficial seguirá siendo un instrumento para contener en niveles manejables la pobreza, pero no se habrá aprovechado la ocasión para rectificar el rumbo que nos ha traído hasta aquí.

Por el contrario, si se observa la discusión sobre las llamadas reformas estructurales impulsadas por la Presidencia, salvo los matices más impugnados por la derecha, persiste la misma orientación que ha presidido la política económica en las décadas recientes. Las élites no solamente se resisten a dejar atrás el viejo catecismo vulgarizado por la Dama de Hierro, sino que compiten por parecer los más adoradores de la ortodoxia, como tristemente le ocurre al PAN que quiere ser más clasista que la propia patronal, que ya es decir.

Además, en los altos círculos del poder se habla de la economía como si fuera un juguete creado para medir el ingenio de algunos gurús de la tribu, sin que se les ocurra jamás establecer una relación de causa-efecto entre las medidas que ellos deciden y las necesidades de la mayoría de la sociedad.

La voluntad de rectificar es nula. No obstante que las estadísticas (que dicen que no mienten) dan cuenta de que hoy hay más pobreza que ayer, que la desigualdad se mantiene como la gran estructura sobre la cual se perfilan las ambiciones modernistas de la élite; los sueños de las clases medias enmascaradas entre el privilegio informal y la miseria salarial, definida al capricho de los supuestos expertos por la pasión consumista que da identidad a la fantasmagórica pequeña burguesía de otros tiempos. La verdad es que salidas al estancamiento se anulan por cuanto se mantiene la tesis de que no hay alternativa, feroz grito de guerra que ha impedido el marasmo financiero o la caída del estado de bienestar.

En vez de sopesar nuevos arreglos, fundados en el interés de la mayoría para reducir la desigualdad, crear empleo y lanzar un ciclo de crecimiento, lo que se escucha en medio de la recesión es un acto de fe en el modelo actual con variantes en favor de la irrestricta libertad de empresa. Las evidencias abundan. Véase, por ejemplo, la unanimidad para decir que el Banco de México debe conservar como único mandato el de reducir la inflación, sin que sea su responsabilidad poner en práctica acciones de impulso a la economía y el empleo.

Nada importa si la generación de empleos en el sector formal de la economía mexicana registró una caída anual de 38 por ciento de enero a agosto de este año (La Jornada, 15/10/13) ¿Es un dato inocuo? ¿Lo es a pesar del notorio aumento de las protestas sociales en todo el país? Si por voluntad superior, se han desvanecido día a día las cifras del horror criminal, la violencia estalla aquí y allá, sea como advertencia de que algo va mal, sea como anticipación de lo que nos espera si no se toman en serio las señales.

El malestar es palpable. Pero no pasa nada; no en la forma y magnitud que podría suponerse si la realidad se ajustara a las visiones, normas y principio éticos que creemos universales.

El gobierno no es serio en sus planteamientos. No habla de frente sobre sus intenciones en materias decisivas como la reforma energética, pero sin duda sabe qué quiere, aunque prefiera la opacidad de las supuestas negociaciones que le permiten crear la ficción de la unidad. De algo sí están seguros: lo más importante es la reforma constitucional y luego todo vendrá por añadidura, aunque la corrupción siga intacta. El PAN chantajea porque sabe que coincide en lo fundamental con la Presidencia y quiere sacar raja.

La izquierda, dividida, está en contra de sacrificar el interés nacional al proyecto de subordinación salvaje a la globalización o, cuando menos, al capitalismo estadunidense, pero tampoco acaba de ofrecer un camino transitable a corto plazo para construir la opción que hace falta, pues no es un asunto reductible a la ética o al diseño técnico. Hace falta unir todas las piezas en un genuino proyecto nacional compartido.

Desde la coalición dominante, sin duda la minoría que decide el camino a seguir, se pretende, desbrozar al capitalismo cojo de las rémoras populistas o justicieras de la Revolución Mexicana, superar el populismo del pasado, tal como lo entienden estos nuevos libertarios del sector privado. Para algunos de sus voceros está en juego la seguridad nacional, como dijo el señor Elías Ayub en un foro. ¿A qué se refiere este experimentado administrador de la industria eléctrica privatizada violando la ley? ¿De verdad alguien cree que la política de seguridad nacional del Estado mexicano pasa por la apertura de las áreas estratégicas a los capitales trasnacionales?

Pero ese ideal, sin embargo, no cabe en el marco constitucional mexicano sin comprometer sus principios y la coherencia indispensable. ¿Por qué no optan los partidarios de mayor liberalismo por una Carta  Magna fundada sobre el principio de que la democracia se asienta sobre la libertad de empresa y le dan al clasismo estrecho del empresariado el lugar que a sus favorecedores les merece? Quizá, como en el caso de la reforma petrolera, podrían seguir los pasos de otras experiencias exitosas. O pedir su incorporación como Estado asociado a una gran potencia muy cercana. No lo hacen porque no pueden, pero ganas no les faltan.

Fuente: La Jornada

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