Por Luis Linares Zapata
Los votos vienen atados a la auscultación esperanzada que la gente hará. Los intentos de manipularla con ardides y propaganda sólo conducirán al fracaso.
Los conspicuos y poderosos miembros del oráculo superior del conservadurismo empresarial dictaron su nombre: Xóchitl Gálvez es la adecuada. Y empezó la fuga hacia delante a todo vapor. De inmediato, los grupos políticos dependientes giraron sus preferencias. Se han ido alejando de sus anteriores escogidos, seleccionados en sus conciliábulos y los propios intereses grupales. Los intelectuales de su mismo perfil empezaron el redundante regodeo difusivo sobre las sorpresivas virtudes de la preferida de las cumbres. Los grupos de interés social y político, que se han formado a la sombra de ese caudal inagotable de negocios, méritos y reconocimientos, iniciaron intensa ronda en las redes sociales. La avalancha informativa cuajó su pretensión promotora. Ya se tiene el antídoto preciso para nulificar la narrativa presidencial, claman con alegres voces. Ella será, de aquí en adelante, el centro del espectro comunicacional esperado, la fuente segura de sus esperanzas.
Aquellos pretendientes a ser avalados y que se percataron de su abandono, de inmediato renunciaron. Tocaron retirada y se bajaron de la competencia. Otros permanecen, pero claramente se aprecia que ninguno de ellos logrará conquistar sus sueños. La cargada apenas permite la más pequeña y diferente oportunidad. Algunos, empero, de seguro perseverarán en su cometido, pero desembocarán en triste frustración. Otros irán adelante para tender el velo, de mínima discreción, que el proceso selectivo exige. Pero ya quedan pocos inocentes que, todavía, esperen un resultado distinto al prefigurado desde lo alto.
Las pulsiones íntimas, privadas, ansiosas, de los que fueron desplazados de las cúpulas decisorias del poder creen haber encontrado su adalid para reponerles sus anhelados sitiales perdidos. Será el adalid que puede vencer al odiado conductor de los morenos. Y tras ella irán al galope, seguros de que se montarán en una candidatura veloz, simpática, atractiva, penetrante y, lo mejor, moldeable a sus quereres de mando. Lo que parecía un yermo de personalidades adecuadas para la pelea electoral, de pronto les sonríe a sus profundas alforjas. Por lo demás, los recursos de sostén están listos para la contienda. No será asunto de fácil tratamiento pero confían en sus fuerzas y ahora en su puntera figura que, ya no dudan, será estelar. De esto último no les caben sino certezas. Recuerdan algo similar cuando apareció en el horizonte aquel ranchero saleroso, dicharachero y vacuo que se persignaba. Aquel que les permitió seis años de regodeo. Años cargados con la inmensa fortuna petrolera que les hizo realidad ideales sueños de riquezas y ambiciones. La historia siguiente, sin embargo, bien asentó las dramáticas consecuencias del dispendio, la tontería e ineficiente gestión de los asuntos públicos. Un primer experimento panista fracasado en toda la línea. La factibilidad de que se vuelva a repetir semejante experimento fallido cae en prevenciones ciertas o en incertidumbre que la nulifica.
Lo interesante del proceso electivo en marcha es lo que revela sin tapujos. Por arriba y detrás se destaca un sedimento preciso, denso y apreciable: dos modelos de gobierno enfrentados. Uno que insiste en prolongar, perfeccionando, las transformaciones iniciadas desde hace ya algunos años. Logros que han cuajado en un régimen justiciero. El otro, ofertará una narrativa parecida de pretensiones sociales, avances económicos y arañazos democráticos. Aunque, en su mero y cierto fondo, volverá sobre añejas formas de poder concentrado. El retorno de privilegios para los escogidos de la fortuna. Ahí, en esas depuradas alturas, donde sólo anidan los pocos que han sufrido su desplazamiento del mando al que piensan retornar.
Con la misma y férrea voluntad con que han amarrado a las dirigencias políticas opositoras a sus terminantes órdenes, lo harán con la ciudadanía que contemplan allá abajo y a lo lejos. Mientras, los morenos, compactados en sus acciones, continúan por la senda que, en conjunto, marcaron como derrotero. No cejarán de buscar al pueblo que ya los oye y atiende. Le ofertan su cercanía y solidaria pasión por seguir adelante en abrir oportunidades, reivindicar sus aspiraciones. De este singular modo, el juego está en movimiento, el terreno va siendo sembrado por ambos bandos ya bien delimitados. El electorado se decantará por lo que puede aceptar como propio. No hay atajos que acorten el camino que se acepten tretas o engaños. Los votos vienen atados a la auscultación esperanzada que la gente hará. Los intentos de manipularla con ardides y propaganda sólo conducirán al fracaso.
Fuente: La Jornada