Por Violeta Vázquez Rojas Maldonado.
¿Cómo mantener una sociedad despolitizada y a sus individuos ajenos a los asuntos públicos? Muy sencillo: convénzalos de que opinar es facultad exclusiva de expertos, que la política no es un acontecer cotidiano, sino un área misteriosa e impenetrable y que para comprenderla se necesitan un conocimiento y un lenguaje especializados a los que no cualquiera puede acceder.
Esta postura, que a muchos nos parece absurda, es común entre ciertas élites intelectuales: profesores que no toleran que se hagan comentarios si quien comenta no es “experto/a en políticas públicas”, doctorantes que descalifican las opiniones de otros porque no tienen posgrado en “PolSci” (que es su manera peculiar de referirse a la llamada “ciencia política” y al mismo tiempo anunciar que estudian en el extranjero), abogados que, en un lenguaje abigarrado e incomprensible, justifican con términos supuestamente técnicos el atropello a las decisiones populares.
La evidencia de que esa postura no tiene sustento lógico es que es una exigencia que sólo blanden contra aquellos que no concuerdan con sus opiniones. Si, en cambio, alguien opina de una manera que les parece favorable, no le recriminan la falta de títulos y técnica o, en otras palabras, no les molesta, por ejemplo, que Krauze sea ingeniero y Aguilar Camín, historiador.
Una de las premisas más sólidas de la llamada Cuarta Transformación es que la discusión política es arena de todos y no, como defiende la tradición conservadora, monopolio de unos cuantos. Para que la sociedad se involucre en los asuntos públicos, desde luego, hace falta que cuente con información, y que ésta no sólo sea confiable y respaldada por hechos, sino, además, que sea comprensible. En la conferencia matutina del 10 de enero, el presidente volvió a recordar este precepto: “A veces los servidores públicos, los técnicos, no comunican bien, hay términos que la gente no entiende y creen muchos profesionistas o profesionales que, entre más términos técnicos, entre más hablen físico, como se decía antes, son más importantes. Por eso, cuando se escribía antes, se decía: ‘Bájale’, no, no es ‘bájale’, es ‘súbele, escribe bien, que te entienda la gente’”.
Esta postura de que el análisis de la realidad política, de la ideología y de la opinión pública es un asunto al alcance de todos ha sido defendida desde hace años por pensadores como Noam Chomsky. En una entrevista con Mitsou Ronat, por ejemplo, lo dice así: “no hay que dar la impresión de que sólo los intelectuales dotados de una formación especial son capaces de un trabajo analítico. En realidad, eso es lo que quiere hacer creer la intelligentsia, que pretende estar comprometida en una empresa esotérica, inaccesible a las personas normales. Lo cual es un perfecto sinsentido (…) El análisis de los asuntos de actualidad es bastante accesible a quienquiera que quiera interesarse en ellos”.
Esto no equivale a negar que hay áreas, temas y actividades que requieren una cierta formación y especialización. La ciencia se distingue de la opinión pública, crucialmente, en tener un sistema de validación y evaluación que garantiza que, en la generación de un determinado conocimiento, se aplicaron las metodologías correctas y el razonamiento adecuado. Confiamos en lo que dice un científico no porque es científico, sino porque su aporte al conocimiento fue revisado, evaluado y dictaminado por sus pares.
Pero el análisis político no cuenta con este sistema de validación. Si lo hiciera, las secciones de opinión de los medios y los noticieros estarían previamente sancionadas por cuerpos colegiados y avaladas por dictámenes doble ciego. El estándar de la opinión pública no es el estándar de la ciencia, ni tiene por qué serlo. La opinión y el análisis de la realidad social, en una democracia, están al alcance de cualquiera que, como diría Chomsky, tenga “la voluntad de observar los hechos con un espíritu abierto, de someter a prueba las hipótesis y de seguir una argumentación hasta sus conclusiones. Más allá de eso no se requiere ningún saber esotérico especial para explorar profundidades que no existen”.
Que cualquier persona esté facultada para hacer un análisis de la realidad social no implica que esta realidad no pueda, además, ser objeto de una investigación científica: “No digo que sea imposible crear una teoría intelectualmente interesante sobre la ideología y sus bases sociales” -continúa Chomsky- “Pero distingamos dos cosas: 1. ¿Es posible ofrecer un análisis científico de este asunto? Sí, sin duda, en principio. Y este tipo de análisis exigirá una formación y será parte integrante de la ciencia. 2. ¿Es necesaria esta ciencia para suprimir el prisma de distorsión impuesto por la intelligentsia a la realidad social? Respuesta: no. Basta un escepticismo ordinario”.
El escepticismo ordinario nos obliga también a cuestionar la autoridad de quienes se ostentan como expertos en algunas materias. La especialización y la formación -ya sea académica o no-, en un determinado tema son fundamentales cuando lo que se ofrece no es un análisis o una opinión de un hecho público, sino la revelación de verdades novedosas o interpretaciones novedosas de verdades conocidas. A quien nos dice “las cosas no son como crees que son, sino que son de esta otra manera”, lo mínimo que estamos obligados a preguntarle es, “¿cómo lo sabes?”.
Durante una crisis como la pandemia que hemos padecido durante ya casi dos años, hemos escuchado información de decenas de expertos (y este sí es un tema donde se debe escuchar a expertos) y también de decenas de charlatanes. Identificar quiénes son unos y otros es parte de la responsabilidad de los analistas de lo público, es decir, de todos nosotros, y una tarea para la que debe estar preparado cualquier observador crítico de la realidad y sus discursos. Hay que distinguir entre “hablar de epidemiología” y sopesar los argumentos y la preparación de las voces públicas que hablan de epidemiología. Lo primero es una labor de especialistas. Lo segundo, una labor de ciudadanos comunes que, con todo derecho, se apropian y participan de los asuntos que les conciernen.
Cuando ciertos politólogos tratan de acallar adversarios con el pretexto de que éstos no tienen un doctorado en ciencia política, o cuando exigen títulos y credenciales para que una persona exprese su opinión sobre el acontecer social, no sólo demuestran que no entienden la naturaleza de la opinión pública, sino que exhiben una ignorancia manifiesta acerca del alcance y el propósito de la actividad científica y, por lo tanto, revelan que no comprenden tampoco los límites de su propia especialidad.
* Violeta Vázquez Rojas Maldonado es Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York. Profesora-investigadora en El Colegio de México. Se dedica al estudio del significado. Ha publicado investigaciones sobre la semántica del purépecha y del español y textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje y política.
Fuente: El Chamuco