Por: Andrea Chávez
La izquierda en México vive un momento de auge que responde a la consolidación institucional de la Cuarta Transformación, encabezada por el Licenciado Andrés Manuel López Obrador, quien finalmente, y tras muchos años de lucha, llegó a esa pequeña parte del poder que da el gobierno.
El éxito de este movimiento político, hoy gobernante, radica en la capacidad de cobijar las demandas históricas de la gente que por mucho tiempo no habían encontrado solución, y que surgieron desde la revolución, amparadas en los dolores y carencias de la clase obrera y campesina que luchaba en contra de la abusiva generación de capital privado a costa del hambre y la miseria.
Desde la represión estudiantil del 68, se instauró definitivamente en México para las décadas posteriores el paradigma de la criminalización, el espionaje, las desapariciones forzadas, y las violaciones a derechos humanos; estrategia que el Estado utilizaba para dominar a las grandes mayorías y a sus movimientos sociales, que durante tanto tiempo han buscado disminuir las grandes brechas de desigualdad generadas por la larga, espesa y oscura noche neoliberal que vivió nuestro país durante, por lo menos, treinta años.
Estas demandas constituyen la columna vertebral de la Cuarta Transformación, basadas en el rescate a los grupos históricamente desprotegidos y condenados al olvido, o peor aún, a la violencia y a la represión a la que el Estado condenó a los estudiantes, los obreros, los campesinos, los pueblos originarios y a la case trabajadora.
Nuestras instituciones tienen el gran reto de tomar en cuenta que dentro de estos grupos hay un elemento que en todos los casos empeora las cosas y que conjuga a todos los perfiles anteriores: el género. Porque la persona más vulnerable en este país es indígena, sufre de una discapacidad, vive en una zona rural, es pobre y es mujer. Porque las más propensas a permanecer en la informalidad laboral son mujeres, porque dentro de la formalidad laboral, las que ganan menos son mujeres, y atendiendo la coyuntura, las que más sufren la llegada de la Pandemia provocada por el virus SarsCov2, también son mujeres. Porque estamos aún mas expuestas a ser asesinadas por nuestras parejas sentimentales, por nuestros padres, por nuestros hermanos o nuestros hijos dentro de las paredes de nuestros propios hogares, que hoy se descubren nuevamente como un espacio hostil para nosotras.
Un importante sector poblacional ignora deliberadamente que al día de hoy asesinan a once mujeres al día e, incluso, se escuda en que impulsar estas demandas es caer en la trampa de la derecha, la cual, efectivamente, se sube de manera deshonesta a la problemática al utilizar al único movimiento que ha tenido una exigencia legítima hacia el gobierno de López Obrador.
La derecha ha buscado cómo hacer parecer que el movimiento feminista le pertenece, deslegitimando, a la interpretación de los militantes y simpatizantes del obradorismo, al movimiento. Así lo ha hecho, deshonesta e hipócritamente. La derecha no puede ser feminista porque es neoliberal, porque está en contra de la libertad de las mujeres a decidir sobre nuestros propios cuerpos, porque estando en el poder nunca combatió a la pobreza, la discriminación y las diversas forma de opresión que sufrimos las mujeres.
Este movimiento es de quienes siempre hemos estado en las calles y de quienes hemos impulsado al proceso transformador de la vida pública nacional y nuestras demandas no podrían hacerse si no fuera por la ventana democrática que abrió la 4T: es de todas las mujeres que buscan una vida más libre, más justa y más igualitaria.
Quien crea que obradorismo y feminismo son contrarios no esta entendiendo nada. El obradorismo articuló los dolores de la gente para dignificar la vida al igual que el feminismo busca transformar la realidad de las mujeres para que nuestras vidas tengan peso, para que nuestra libertad sea irrestricta y para que nuestros dolores encuentren cabida en la agenda nacional. Porque no hay feminismo sin combate a la violencia, a la corrupción y a la impunidad, al igual que no hay transformación real sin combate a la violencia de género.
Fuente: El Soberano