Por John Ackerman
La visita de Barack Obama a México programada para la primera semana de mayo será una excelente oportunidad para que el pueblo mexicano le demuestre al mandatario estadunidense su indignación frente al inhumano y degradante trato a que ha sido sometido por las políticas de Washington en los años recientes. Enrique Peña Nieto y Obama buscarán utilizar el encuentro para acarrear reflectores mediáticos y legitimar de manera falsa los pactos cupulares que han caracterizado a ambos gobiernos. Pero la sociedad tiene el deber de ofrecer una visión alternativa y exigir cambios radicales en la relación bilateral.
En su primera visita a México en abril de 2009, Obama fue recibido con los brazos abiertos por una sociedad esperanzada en que su llegada a la presidencia de los Estados Unidos pudiera ayudar a mejorar la situación de los mexicanos de ambos lados de la frontera. Muchos ciudadanos salieron a las calles para ver y saludar al afamado político que había llegado a la presidencia de Estados Unidos bajo la promesa del “cambio”, algunos incluso se arremolinaban en los puentes del Paseo de la Reforma con la ilusión de poder ver el paso de la caravana del nuevo mandatario.
Pero Obama no se dignó ni siquiera a sacar la mano de su limusina para saludar la tradicional hospitalidad mexicana. Simplemente se limitó a encerrarse con Felipe Calderón para girarle instrucciones al mandatario mexicano y a su equipo. Esa actitud marcó una diferencia radical con sus primeras visitas a Europa y a África, que fueron caracterizadas por discursos en plazas llenas y diálogos con una gran diversidad de actores políticos y sociales.
Desde entonces, el presidente estadunidense ha ratificado una y otra vez su falta de respeto para México y los mexicanos. Ha expulsado de Estados Unidos a cientos de miles de connacionales, gastado cantidades exorbitantes en “sellar” la frontera con México e intervenido de manera agresiva e intrusiva en la política de seguridad mexicana. Hoy las instituciones de seguridad y de inteligencia mexicanas se encuentran plenamente infiltradas por las agencias estadunidenses. Los más de 70 mil muertos, 25 mil desaparecidos y 250 mil desplazados durante la administración de Calderón son también responsabilidad de Washington.
Durante sus primeros cuatro años, Obama no logró avanzar en su país con respecto a la necesaria reforma migratoria, el control de armas de fuego o la legalización de las drogas. Los pequeños pasos que empiezan a darse hoy en estos temas no se deben a su liderazgo, sino a la acción ciudadana, a reformas de nivel local en los estados de la Unión Americana y al renovado interés del Partido Republicano, de derecha y abiertamente antimexicano, de simular un falso apoyo a la comunidad “hispana” para evitar una total desbandada del sector en las próximas elecciones.
Como ya se ha vuelto costumbre, los Estados Unidos concibe a sus relaciones con México más como un asunto de política interna que de política exterior. Hoy más que nunca México se consolida como el “patio trasero” del imperio. Mientras, Peña Nieto acepta gustoso su papel subordinado e incluso presume su deseo de apoyar a Washington en su proyecto de lograr la “independencia energética de América del Norte”. No sorprendería si el mandatario mexicano incluso aprovechara la visita de Obama para invitarlo a formar parte de su Pacto por México.
Obama viene a México por dos razones. Primero, para acarrear el apoyo de los votantes de ascendencia mexicana en los Estados Unidos con una muestra de supuesta “amistad” con México. Segundo, para urgir la privatización petrolera y respaldar la consolidación del proyecto neoliberal enarbolado por Peña Nieto. Obama y los Estados Unidos no conocen de principios o ideales en sus relaciones internacionales, ellos únicamente tienen intereses estratégicos. El botín del petróleo mexicano es particularmente importante hoy para el país vecino por el contexto de inestabilidad política tanto en el Medio Oriente como en Asia. Y todas las petroleras norteamericanas sin excepción tienen puesto el ojo en Pemex.
Obama ha traicionado la esperanza de los mexicanos. Hoy, en lugar de poner la otra mejilla, habría que demostrarle al presidente norteamericano que no aceptamos que su gobierno siga fomentando la muerte, la explotación y el saqueo de México y los mexicanos. Los ciudadanos deberían mostrarle a Obama su inconformidad y decirle con todas sus letras que si el presidente estadunidense no está dispuesto a cambiar sus políticas y respetar al pueblo mexicano, lo mejor será que se regrese a la Casa Blanca. Ya tenemos suficientes políticos deshonestos en México como para importar otros más desde el norte.
De manera paralela, también valdría la pena ir desarrollando una nueva agenda ciudadana con respecto a las relaciones México-Estados Unidos. Esta agenda podría incluir, por ejemplo, cancelación de todo financiamiento militar y de seguridad hacia México, renegociación del Tratado de Libre Comercio, incorporación de México en la OPEP, así como una fuerte y decidida defensa de los connacionales al norte de la frontera. Un presidente mexicano realmente digno también exigiría al ocupante de la Casa Blanca el pago de reparaciones por la enorme destrucción humana y material causada por la guerra contra las drogas ideada y coordinada desde Washington. México solamente avanzará en el concierto de las naciones a partir de una actitud digna y de acciones decididas a favor de su soberanía y fortaleza nacional.
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