Nueva etiqueta para asistir a las fiestas del jefe Diego

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Por Fabrizio Mejía Madrid

1. RSVP

a) Si no recibió la invitación, lo primero que debe hacer es no sentirse excluido. Fínquele responsabilidades a un error de los servicios postales en donde usted resida: Dubái, Islas Caimán, Miami, Nueva York, San Francisco del Rincón. Quizás su operador traspapeló la convocatoria al convite entre las maletas que intercambió cualquiera de estos días en el estacionamiento de un centro comercial. Vaya Ud. a saber: son tantos, en tantos países. Revise su correo electrónico una vez más, seguro de que su anfitrión no usaría ese medio por la maldita culpa del populista Snowden.

b) Si sí la recibió, no se precipite. Siempre hay que dejar la noción de que Ud. está ocupado en, por ejemplo, salir a montar, entrenar su backswing en uno de sus campos de golf, cazar el antílope que se esconde en uno de sus jardines, o escribir las 800 páginas de la nueva versión de por qué Ud. no tuvo nada que ver con el más reciente derrumbe económico o con el asesinato de su compadre. No utilice un posible secuestro como excusa. Probablemente sería considerado de mal gusto. Diga, en cambio, que “hará lo posible por asistir”. Su anfitrión entenderá que se refiere a si la marea debajo de su yate le permitirá llegar esquivando las populistas corrientes del cambio climático hacia el embarcadero o si cabe la posibilidad de que su pista aérea no tenga la visibilidad pertinente para despegar. No haga referencias explícitas a la caída accidental de algunos aviones. Probablemente eso también se consideraría de mal gusto.

c) Indíquele a Ana Paula cómo quiere referirse con cariño contenido a su anfitrión. “Jefe”, “Comodoro de la República” o “CEO de la Transición Democrática”. De mal gusto: “Mi Góber Precioso”.

2. De la asistencia

a) A pesar de que su anfitrión reivindica la valía y el patriotismo de Porfirio Díaz, el despliegue de carruajes a la entrada de la fiesta no se considera ya muy moderno. Llegar en dromedario tampoco es aconsejable en este tipo de convocatorias: recuerde que está tratando con personas que no entenderían la referencia retozona a Alí Babá. Utilice cualquiera de las camionetas blindadas y monitoreadas vía satélite de sus choferes. Si va a obsequiar algo a su invitante, ordene que se tomen las previsiones para transportar sin raspar aquella escultura de Rodin que tanto le gusta. Tenga en cuenta que los demás turbadores de la conciencia van por cuenta de la casa. Si no quiere hacerse notar, lleve simplemente una botella. Nota para las compras que ordena Ana Paula: en estos días, arribar con un tequila “Honor del Castillo” no está bien visto.

b) Como es muy probable que el encuentro sea transmitido aunque sea por Periscope, los varones deberán vestir trajes formales y sus acompañantes procurarán cubrirse con ropa después de su sesión fotográfica del día. Por ningún motivo se permitirá repetir el vestuario con el que saludaron al Papa. La piel de tepocata en botas vaqueras y cinturones ya pasó de moda y, como todavía no son tiempos electorales, el uso del bótox será discreto. Si lleva a sus mascotas, no diga sus verdaderos nombres: pueden ser secuestradas. Ud. refiérase a ellas tan sólo como “Nikkei y Dow Jones”.

c) No existe motivo alguno por el que un invitado no conozca al otro –recuerde que lo que conocemos como “mexicanos” no son más de 30 en cada sexenio y todos tienen apellidos compuestos, uno de los cuales no se pronuncia como se lee–, por lo que no tendrá que pasar por la tribulación de decir cosas como: “Le presento al Ingeniero Fulano de Tal, el del desfalco a los ahorradores”; o “Licenciado Zutano, el que siempre gana, aunque sea cortando camino en los maratones”; o “Mengano, al que le acaban de perdonar todos los impuestos”. Con las acompañantes se aconseja discreción porque cambian con la celeridad de “la plástica mexicana” y, salvo que hayan participado en una telenovela reconocible, no resulta aceptable decir cosas como: “probablemente la viste en el infomercial del Torso Toner” o “ella es asesora de imagen de La Profesora”.

3. Temas de conversación

No resulta recomendable contar anécdotas humillantes: quién bajó en el año anterior en la lista de los más ricos de Forbes, cuántas inversiones han sido cubiertas por rescates gubernamentales, quién le prestó a quién para sacar a sus empresas de la bancarrota, quién no paga pensión alimenticia, qué es lo que se pide al room service, quién emplea militares para que resanen una de sus residencias de campo. Tampoco es digno mencionar artículos específicos del convenio matrimonial ni de contrato de exclusividad televisiva alguno. Lo que es tolerable, tratándose, como es, de gente muy cercana, es referir todo a la política. Por ejemplo:

–Este puro apagado me recuerda a Obama.

–Este wey se empuja en la fila cuando anuncian descuentos en línea blanca.

–De líneas, yo prefiero las de crédito.

–Lo único malo de Díaz Ordaz era su dentadura.

–Yo creo que Morena se las está viendo negras.

Entre las acompañantes se recomienda agitar mucho las cabelleras mientras se intercalan atinadamente sus respectivos silencios. Se les recomienda hablar sin decir, no en la fórmula del priismo antiguo –“Ni bien ni mal, pero lo bueno es que contamos con rumbo”–, sino en la nueva:

–Y yo así, ¿no? Y él como así, de ¿cómo? ¿Sí me entiendes? Y yo de tipo: “Hellooouu”. Y él así de, bueno. Y así, wey.

Nota mental: probablemente resulte de mal gusto preguntar: “¿Qué libro estás leyendo?”.

Último y más importante

Fuera de estos tres puntos de etiqueta, le aconsejamos, sin sobreactuar, disfrutar de la fiesta.

Fuente: Proceso

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