Nuestras transformaciones

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Por Rolando Cordera Campos

La Cuarta Transformación proclamada por el presidente López Obrador responde a una particular interpretación de la historia y una voluntariosa periodización de la misma. Se quiera o no, trata de equiparársele con otras gestas que habrían marcado la evolución política del pueblo mexicano, como dijera Justo Sierra. Nada más ni menos se nos ha propuesto con insistencia en estos meses de estreno del nuevo gobierno.

No es aconsejable juzgar la propuesta como si ésta hubiere acabado de desplegarse; tampoco lo es proyectarla en el tiempo y el espacio mexicanos, tan cruzados como están ahora por las grandes corrientes y mareas de la historia presente, a su vez sometida a los avatares de una globalización que así como nos parece ineluctable se nos presenta como un proceso no sólo inacabado sino pletórico de ominosas contradicciones y asimetrías. Desigual y desigualadora, la globalización que irrumpiera impetuosa a finales del siglo XX, no es más la muestra imbatible de la superioridad capitalista. Aunque el desplome de la alternativa haya sido tan estruendoso que reditarlo suene a sueño de opio.

Salvo la portentosa experiencia china, poco queda de aquello que conmovió conciencias y movilizó voluntades por décadas, cuando el orden soviético atraía ensueños y voluntades disímbolas que buscaban horizontes de transformación trascendentes. Hoy, sin embargo, aquella victoria incontestable del capitalismo se ve plagada de derrotas sucesivas en el orden moral y político, hasta el grado de que desde los miradores privilegiados del pensamiento occidental, en Europa y Estados Unidos, muchos se preguntan por la supervivencia de ese capitalismo que pudo combinar la libertad y la democracia con la eficiencia económica y hasta con una redistribución justiciera y portadora de grandes seguridades para el futuro.

Ante estas y otras preguntas similares tenemos que apostarnos los mexicanos y frente a ellas es que la 4T debe ponerse a prueba, conceptual y políticamente hablando. Para luego someterse al duro escrutinio de la economía política por sus potencialidades de desarrollo y soberanía bajo la tormenta global cuyos perfi-les extremos se nos presentan como fintas fascistas y xenófobas, proteccionismos irracionales y amenazas bélicas desde la primera potencia mundial.

Las tendencias globales no pueden dejar de lado la amenaza de nuevos autoritarismos que sin rubor prometen vueltas atrás en defensa de las patrias y las seguridades personales y comunitarias frente a los bárbaros que, a las puertas de Palacio, reclaman inclusión. Esas amenazas son reales y quitan el sueño de los políticos y estrategas que atestiguan sus avances en las preferencias ciudadanas de varios países europeos, integrantes de la gran proeza democrática y de progreso económico y social que ha sido la Unión Europea. Mucha gente se manifiesta dispuesta a cambiar libre participación política por seguridad personal y, tal vez, también económica, hoy acosadas, según lo ven sus promotores, por la inundación migratoria del lado osbcuro del planeta.

Esa inquietud, sorda por mucho tiempo, hoy se vuelve afiliación a los nuevos partidos de la ultraderecha o a personalidades autoritarias y desaforadas, como ocurre en la patria de Lincoln y Roosevelt con Trump, pero más allá de él. Son los otros la amenaza al bienestar logrado y a las certezas acariciadas y soñadas como privilegio del hombre blanco. Su carga como la llamara Kipling, se ha convertido en fiera exigencia de igualdad y reparto o, de perdida, en ruptura de la idea misma de fronteras y soberanías de los Estados nacionales.

La migración se vuelve, así, fuerza subversiva, palanca para buscar una igualdad que la economía no asegura más y que la política mundial, trazada todavía a través de demarcaciones nacionales y democracias de los intereses creados, simplemente desconoce o rechaza sibilina a la vez que violentamente. Nosotros somos pioneros y víctimas de esta saga que hoy se nos planta en el sur y el norte como inapelable desafío a los principios y derechos fundamentales que son para todos y no para ciudadanías particulares y particularistas.

Junto a esto, sigue con nosotros el reclamo social que es económico de principio a fin, pero que del mismo modo pone en entredicho las formas con las cuales pudimos dar cauce al reclamo democrático que nos heredaran el 68 y su secuela de movilización social justiciera de los años 70.

Si algo debe reconocer hoy con claridad y amplitud el discurso de la 4T es que su ascenso al poder constituido no lo excusa de asumir la cauda de injusticia social acumulada por decenios ni de darle satisfacciones a las muchas víctimas del cuasi estancamiento económico impuesto por más de 30 años en aras de una estabilidad monetaria siempre frágil e infructuosa. También debe reconocerse el daño causado por una insensibilidad grotesca frente a la desigualdad y la penuria por parte de unos legisladores y funcionarios carentes de reflejos frente al drama social que deviene tragedia a medida que ellos aprueban presupuestos de hambre supuestamente austeros.

Poner en sintonía el discurso triunfante con un nuevo rumbo en materia económica y social se convierte con los días en la asignatura pendiente que urge cursar, aunque sea a título de suficiencia. En vez de quemar pólvora en infiernitos gremiales abusivos que no tienen razón de ser ni legitimidad política alguna. Mucho menos para volverlos cuestión de Estado, como infortunadamente lo ha hecho el Presidente con su tristemente célebre memorandum.

Fuente: La Jornada

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