El cardenal vive una soledad política y eclesiástica patente en la reciente visita de Francisco a México. Al final de su ciclo Rivera vive fuertes presiones. El discurso más crítico que Francisco pronunció durante su visita a México fue a los obispos mexicanos y tuvo a Norberto Rivera como uno de sus directos destinatarios. Todavía, de regreso a Roma, a bordo del avión Francisco fue enfático. Responde a una pregunta expresa de Javier Solórzano, quien le inquiere sobre el caso Maciel y sus víctimas; Francisco, con el rostro cansado, responde: Un obispo que cambia a un sacerdote de parroquia cuando se detecta una pederastia es un inconsciente y lo mejor que puede hacer es presentar la renuncia. ¿Clarito?… Bueno, lo de Maciel, volviendo a la congregación, tuvo una intervención, y hoy día el gobierno de la congregación está semintervenido. O sea, el superior general es elegido por el consejo, por el capítulo general, pero el vicario lo elige el Papa. Dos consejeros generales los elige el consejo, el capítulo general y los otros dos los elige el Papa. De tal manera que así vamos ayudando a revisar cuentas antiguas.
Con ligereza y petulancia, el cardenal Norberto Rivera respondió al desafío lanzado por el propio pontífice argentino, ante la pregunta expresa de un reportero quien pidió su reacción a lo que dijo el Papa sobre los obispos encubridores; su respuesta fue: No sé lo que dijo. El reportero insistió, lo que dijo en el avión rumbo a Roma. “No sé –respondió Rivera–, yo no iba en el avión.” Y siguió de largo. La señal que está enviando el cardenal es que el mensaje aparentemente le resbala. El portal encabezó muy bien la nota:Norberto hace como que la virgen le habla.
Sanjuana Martínez ha documentado la trayectoria del cardenal Rivera en torno a los encubrimientos de pederastia. Lo tilda de símbolo de la impunidad de la pederastia clerical; ha amparado a los dos más grandes pedófilos clericales en México: Marcial Maciel y Nicolás Aguilar. Ha sido el protector impune porque nadie se ha atrevido a tocarlo, ni la Iglesia ni el poder secular. En torno a Marcial Maciel sus declaraciones en su defensa ahí están. En 1997 arremetió contra el reportero de La Jornada; revirando la responsabilidad, dijo enfurecido: las acusaciones son totalmente falsas, son inventos. Y tú nos debes platicar cuánto te pagaron. Está el dicho de Joaquín Aguilar Méndez, quien acusa a Mahony y Rivera de haber actuado en confabulación para proteger al sacerdote Nicolás Aguilar, a quien señala de responsable del abuso sexual que sufrió cuando era niño. Ahí están los testimonios de Alberto Athié, hoy heroico defensor de víctimas de abusos sexuales en la Iglesia, en ese momento sacerdote al que Rivera quiso negociar una plaza episcopal para comprar su silencio y complicidad.
Francisco conoce bien a Norberto Rivera. Sus trayectorias se han cruzado varias veces desde el colegio cardenalicio. Mientras Jorge Mario Bergoglio detestaba tener que viajar a Roma, se diferenciaba de Rivera, que no salía de ahí, quien realizaba hasta dos viajes por mes a la ciudad eterna. Bergoglio aborrecía las intrigas palaciegas de la curia, en cambio a Rivera las disfrutaba. Norberto Rivera pertenece al grupo de Angelo Sodano y una generación curial en decadencia que es sacudida en la actualidad por acusaciones de abuso de autoridad, encubrimientos y corrupción financiera. Su caída se precipita con la llegada de Benedicto XVI y, según constata Marco Politi, se desata una guerra intestina en el Vaticano que fue ventilada a los medios a través de filtraciones dolosas. Norberto fue protegido por dos figuras de ese cártelreligioso; me refiero a Girolamo Prigione y al mismo Marcial Maciel. Rivera, fiel soldado de los llamadoslobos, encubre no sólo a Nicolás Aguilar, sino que destruye el proyecto de formación de seminaristas del sureste, identificado con la opción de los pobres que se ubicaba en Tehuacán.
Digámoslo claro, el cardenal Rivera es la antítesis de las propuestas renovadoras de Francisco. Es manifiesta su lejanía teológica y pastoral. El cardenal mexicano encarna la incómoda relación del Papa con el ala más conservadora del clero local. Ambos difieren en cómo ven el mundo y qué papel le asignan a la Iglesia. El cardenal al inicio de su mandato se recargó en los legionarios; ahora, en facciones del Yunque. Francisco conoce bien a la jerarquía mexicana, no sólo por el nuncio, sino que ha mantenido una comunicación estrecha con algunos actores. En el mensaje en catedral no habló al tanteo; cada palabra suya estaba calibrada. Sabe bien de la politiquería y de los golpes internos sucios, por ello les pidió pelearse con lealtad, así como desprenderse de la actitud de príncipes. Con etiqueta clara, Francisco les pide: “Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los ‘carros y caballos’ de los faraones actuales”.
A Norberto Rivera, más que como pastor o líder espiritual, se le identifica con la clase política mexicana. Es un adicto al poder económico y político. Personaje sombrío y soberbio, que ha desencadenado en la anulación del primer matrimonio de Angélica Rivera un sacramento como problema de Estado. Su peso ha decaído notablemente. De no ser por la Guadalupana, Francisco no habría venido a México; así lo declaró. Benedicto XVI también desdeñó su paso por la ciudad por motivos de salud, ya que la ciudad de México tiene una altura de 2 mil 250 metros sobre el nivel del mar; por ello el papa Ratzinger en 2012 prefirió ir oficiar misa al cerro del Cubilete, que está a más de 2 mil 600 metros.
Por canon, en junio de 2017 Rivera deberá presentar su renuncia; seguro Francisco se la aceptará de inmediato. México continúa siendo un lugar cruel de pederastia y complicidad del aparato clerical. Convendría que los obispos se pronuncien fuerte como conferencia porque hasta ahora han callado, y que Norberto Rivera renuncie. Así o más clarito.
Fuente: La Jornada