A la élite de la derecha conservadora le faltan ideas, le faltan propuestas, le falta base social para lograr una victoria decisiva en las urnas, le faltan posibles candidatos a la presidencia que tengan siquiera una remota posibilidad de triunfo, pero le sobra el dinero.
Tienen plata a montones y una muy definida y criminal tendencia a resolver con plomo cualquier asunto. Lo que no compran, lo aniquilan.
El dinero les sobra porque se dedicaron a robar impune y descaradamente durante décadas; explotaron a México como si fuera una más de sus haciendas y trataron a las y los mexicanos como peones acasillados.
Fueron los gobernantes, para ellos, primero mayordomos, después capataces y luego gerentes que administraron el saqueo a cambio de una parte del botín.
Para repartir plomo han sido los conservadores siempre muy pródigos: de los pronunciamientos y asonadas constantes, a la intervención extranjera y la fallida imposición de un monarca austriaco, pasaron en el siglo XIX a la dictadura de Porfirio Díaz; ya en el siglo XX, del golpe a Francisco I. Madero y su asesinato, a la Guerra Cristera, los ensayos de fascismo mexicano, la oposición a Lázaro Cárdenas y finalmente a la complicidad con el gobierno de la “revolución institucionalizada” del que, con las concertacesiones y los fraudes de 1988 y 2006, terminaron, ya en el siglo XXI apropiándose por completo.
¿Para qué dar un golpe o conspirar contra un gobierno que podían compartir? ¿Para qué pelear contra un Estado que podía pertenecerles? ¿Para qué disputar un botín que explotado de manera conjunta podía ser aún más grande?
La “alternancia democrática”, el mantenimiento de un solo proyecto económico-político bajo las banderas de dos partidos aparentemente distintos, se presentó como la solución criminal idónea y México entró así en la larga noche del neoliberalismo; una noche que, según los conservadores, no habría de terminar nunca.
“Y en eso…”, habría que decir parafraseando a Carlos Puebla, y gracias a la tenacidad y a la lucha democrática de millones de mexicanas y mexicanos, llegó Andrés Manuel a la presidencia, “mandó a parar” y para la derecha “se acabó la diversión”.
“En 2006 y en 2012 me equivoqué”, me confesó en 2018 López Obrador durante la campaña, en el camino de Ciudad Victoria a Monterrey. “Hablé del capital y la plusvalía como las causas principales de la desigualdad. Ahora hice un giro radical, cambié el discurso: es la corrupción la causa de la desgracia de este país. La gente lo sabe. La gente lo entiende. La gente asume esa lucha como propia. Vamos a ganar”.
Que hoy en México baste con ser decente y querer un país mas digno, justo y en paz para ser revolucionario es algo que aún no entiende el más rancio conservadurismo al que hoy digo, cambiando por completo el sentido de la frase de Bill Clinton: “No es el dinero ni la violencia, estúpido”, y le recuerdo que “las bayonetas —como decía Talleyrand— sirven para casi todo menos para sentarse sobre ellas”.
Ni con plata ni con plomo, aunque les sobren ambos, habrán de frenar la transformación de este país.
Tendrían los conservadores —como dijo Miguel de Unamuno— que convencer para vencer; tendrían que saber hablarle, sin trucos ni engaños, con argumentos y razones, a un pueblo que masacraron, sometieron y saquearon. Tendrían que buscar votos, esos que solo saben robárselos o comprarlos. Si no pueden entenderlo, la sociedad hará que lo entiendan.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio