Por Gabriela Rodríguez
Hace más de 100 años, en la segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en Copenhague, las delegadas que acompañaron la propuesta para conmemorar cada 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer centraban su agenda en los derechos de las trabajadoras, el derecho al voto y para hacer un frente común contra la discriminación. Hoy que en la ONU se evalúan los 20 años de la Plataforma de Pekín, no hay duda de que prevalecen desigualdades de género, que van en paralelo con las crecientes desigualdades socioeconómicas. En México el tema que está cobrando importancia es el de la violencia, en grados de horror.
Tuve la oportunidad de estar en Iguala el Día de la Bandera, en un acto simbólico para fortalecer la democracia y refundar la nación desde ese lugar que hoy cobra una intensidad central para la movilización social. Participaron John Ackerman, Rafael Barajas ( El Fisgón), Víctor Suárez, Jaime Avilés y el candidato por Morena para encabezar el gobierno del estado de Guerrero: Amílcar Sandoval. Antes del acto fuimos invitados a visitar a los familiares de los otros desaparecidos. Para conmemorar el 8 de marzo, quiero aquí darle voz a las mujeres de ese grupo.
Xitlali Miranda. Yo soy una más de los miembros del grupo. El comité de familiares de víctimas de desaparición forzada agrupa a 400 personas con familiares desaparecidos de Iguala. Nos reunimos cada martes en el sótano de la Iglesia de San Gerardo (No descansaré hasta encontrarte, es el lema que llevan en camisetas negras). Surgimos a partir de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, cuando llegaron autoridades de nivel federal tomamos la fuerza para reunirnos y empezar a hacer actividades. Es triste porque en una misma familia tenemos tres y cuatro desaparecidos. Estamos unidos en el miedo, porque las propias autoridades de nivel municipal y estatal son las personas acusadas directamente de haber desaparecido familiares. Cada martes nos reunimos un promedio de 120 familias para ver qué actividades podemos realizar. Nuestra actividad más importante es la búsqueda de los domingos. Cada domingo nos juntamos aquí a las 10 de la mañana y subimos a los cerros que rodean Iguala, y empezamos a buscar fosas. Con el conocimiento que nos dejó la UPOEG (Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero) buscamos sitios y los marcamos cuando valoramos que hay alta posibilidad de que adentro podamos encontrar una fosa. Hasta el momento son 50 restos humanos que se han exhumado de las fosas y que estamos señalizando a las autoridades. Hemos tenido el valor de reunirnos porque antes por el simple hecho de decir que tenías un familiar desaparecido era un peligro, era un peligro porque los malos, ellos sabían que estábamos levantando la voz, y lo primero que se te decía: si hablas el siguiente es tu otro hijo, toda tu familia va a desaparecer.
Adriana Baena. Yo quisiera pedirles que reflexionen y si tienen hijos, nos miren. Mírennos y dígannos qué harían si una noche deciden que ya no va a regresar, y la única esperanza de encontrarlo es en una fosa. Es una agonía, estamos sufriendo, estamos llorando todos los días. Son casos de 2008 hasta 2014. Aquí hay una señora que perdió a su hijo una noche antes que los jóvenes de Ayotzinapa, y ni siquiera han venido a decirle ¿qué le pasa, señora? Nadie se conmueve si no tienen un familiar desaparecido. Es triste ver que las autoridades que tienen que hacer su trabajo no lo hacen, no hacen nada por las víctimas. No tenemos voz, estamos encerrados en este sótano de la iglesia porque no nos escuchan, tenemos que ir nosotros a buscar las fosas porque ellos no lo han hecho. Cuando vinieron a buscar a los estudiantes de Ayotzinapa y vieron que no eran ellos, allá las dejaron, como si el que estaba ahí fuera un perro, como si no tuviera nombre. Agradezco que se hayan atrevido a venir al sótano, porque este es un lugar que a nadie le gusta, porque este es un lugar donde huele a dolor, donde se siente el hambre, donde se siente la ausencia, donde se siente vivir y morir lentamente y donde se entra con mucho temor. Hay muchos ojos allá afuera que no les conviene que muchos de las mujeres y hombres que están en este lugar hablen de lo que les pasa adentro, de lo que les está quemando, de lo que les está doliendo. Algunas mujeres cuando llegan se sientan atrás, por miedo. En mi caso son cuatro años, tocando puertas durante mucho tiempo yo sola, durante mucho tiempo con lágrimas, con cansancio, con hambre, con sed, con dolor, y nadie te hizo caso. Hasta que llegó el momento, cuando se dio a conocer que ya no estaban los 43 de Ayotzinapa. Yo dije ¡gracias a Dios por Ayotzinapa!, ¡gracias a Dios por los 43 que ya no están! Porque solamente así se van a dar cuenta de que yo soy una más, una más que estuvo escondida en su casa, que el dolor me calcinaba, y que tenia que trabajar, porque me quitaron todo lo que me hacía fuerte. Porque ya el dolor y el desgaste es demasiado, con el deseo intenso de que pongan los ojos y se den cuenta que son 43 los que siguen sonando, pero que somos miles, somos miles, y que tu voz pesa, ¡porque sé que pesa!, y que tu voz se oye, ¡porque sé que se oye! Y que cuando camines sientas mi dolor, déjate sentir lo que yo he sentido y cuando te salgas, despójate de lo que viste, pero que en este momento sientas un poquito lo que yo vivo, día con día, noche con noche. Lo único que deseo es que en algún momento a mí se me haga justicia. Porque no estoy suplicando ni que me regalen nada, simplemente pido justicia. Eso es todo.
Considero que este tipo de movimiento social, el verdadero, es la fuerza a la que tenemos que unirnos los ciudadanos, las ciudadanas. Para terminar con la impunidad y la corrupción urge fortalecer la democracia: vincular movimiento social con las movilizaciones de orden político y electoral. Yo estoy por este camino.
Twitter: @Gabrielarodr108
Fuente: La Jornada