“No basta rezar…”

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Por Epigmenio Ibarra

Aunque saludo y celebro el llamado a la “Jornada de oración por la Paz” que hace la Conferencia del Episcopado Mexicano y comparto su apuesta “…por el diálogo social para construir un camino de justicia y reconciliación que nos lleve a la paz” debo decir, antes que nada, que lamento profundamente que los obispos mexicanos hayan esperado, más de doce años, para alzar la voz.

Muchas vidas se habrían salvado, mucho sufrimiento se habría ahorrado al pueblo de México, muchos crímenes atroces se habrían impedido, si la alta jerarquía eclesiástica, con su fuerza moral y su poder e influencia, se hubiera pronunciado, tal como lo hace hoy, después del fraude electoral del 2006, para tratar de impedir que Felipe Calderón, nos impusiera una guerra qué, de antemano se sabía, sería sangrienta, habría de durar generaciones y habría de librarse sin perspectiva alguna de victoria.

El incremento de la violencia va siempre ligado a la corrupción, la injusticia y los crímenes contra la democracia. El fraude electoral de 1988 produjo un repunte significativo en la misma: 76 mil homicidios dolosos se registraron en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. La cifra continuó subiendo y llegó a 80 mil con Ernesto Zedillo.

Con la derrota del PRI en el 2000 y la esperanza -a la postre fallida- de una transición a la democracia, la cifra se redujo a 60,280 homicidios en el sexenio de Vicente Fox. Fue la traición de este hombre, en el que tantas y tantos mexicanos depositaron su confianza, la que abrió las puertas del infierno. Que el guanajuatense metiera las manos, ilegalmente, en el proceso electoral, permitió a Calderón usurpar la presidencia.

Entonces señores Obispos hubieran alzado la voz. Trágico y terrible ha sido siempre el saldo de las usurpaciones ocurridas en México y de eso tienen -o deberían tener ustedes- registro y consciencia.

El asesinato de Francisco I. Madero y el asalto al poder de Victoriano Huerta nos costó un millón de muertos y 20 años de guerra. De casi el mismo peso -sin una revolución de por medio- es el legado sangriento del otro usurpador; Felipe Calderón quién, en solo seis años, multiplicó por dos la cifra de homicidios dolosos.

A esas más de 120 mil personas asesinadas durante su mandato hay que sumar, además, al 80% de los más de 100 mil desaparecidos que tenemos en México hasta el día de hoy y a los centenares de miles de personas que se vieron forzadas a huir de sus hogares para evitar quedar entre dos fuegos y ser víctimas de su “cruzada”.

La muerte se ceba con la muerte, la guerra con la guerra, por eso con Enrique Peña Nieto, que continuó la cruzada de Calderón contra los carteles de la droga, la cifra de homicidios dolosos volvió a subir. Más de 156 mil personas fueron asesinadas en ese sexenio que estuvo marcado por la banalidad, una escandalosa corrupción y la total descomposición social y ética del país.

Incontenible se desató la espiral de violencia que aún no se detiene y es que, multiplicadas y más fuertes y despiadadas que nunca, las organizaciones criminales -a las que nunca dejaron de llegar ni los dólares ni las armas y a las que jamás se les impidió que reclutaran, a punta de plata o plomo, a los jóvenes de sus zonas de influencia- actúan hoy, con un nivel de coordinación operativa al menos, con sectores radicales del viejo régimen y de la derecha conservadora.

Solo con la justicia, el respeto a los derechos humanos, el combate a la corrupción y la impunidad -y si eso significa abrazos, con abrazos- es que se podrá encauzar este río violencia que, desbordado, inunda al país. Contra ese fuego con el que se quiso combatir al fuego es que hubiera sido vital alzar la voz. “No basta rezar…”, dice la canción de Jorge Alí Triana, pero tampoco debemos, tampoco deben ustedes, señores Obispos, olvidar y dejar de asumir su responsabilidad; este es el punto de partida para el diálogo.

@epigmenioibarra

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