Identificados como parte de la organización binacional PSF, que desde hace años empezó a organizar las Caravanas del Viacrucis Migrante, siempre desde Tapachula hasta Tijuana, son unos 30 activistas en marcha con el actual éxodo centroamericano. “Nosotros no organizamos el éxodo. Incluso como colectivo dijimos que no era un buen momento para hacer una caravana. Este movimiento se originó en las comunidades en Honduras”, afirman.
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Por Blanche Petrich
Les llaman los chalecos verdes. Se distinguen por llevar megáfonos. Son quienes organizan y coordinan los movimientos de la caravana, llaman a asamblea, vigilan que la columna no se disperse, ordenan la cola para recibir alimentos y forman los comités de aseo. A los ojos de los demás tienen autoridad porque se han ganado el respeto.
Algunos forman parte de Pueblo sin Fronteras (PSF), la organización binacional que desde hace años organizaba caravanas similares, aunque nunca de esta magnitud. Otros no. Simplemente son migrantes, desplazados como todos los demás, con capacidad de liderazgo.
Tras seis semanas de una travesía extenuarte, que cruzó Centroamérica y todo el territorio nacional por carretera, bajo tormentas y soles calcinantes, casi 5 mil kilómetros, que exigió esfuerzos sobrehumanos incluso a los niños –una tercera parte de esta columna humana en movimiento–, recalaron en Tijuana. Aquí encontraron la hostilidad del presidente municipal, las expresiones xenófobas de grupos vociferantes y un albergue insalubre, insuficiente, donde por órdenes de la alcaldía los empleados que lo atienden usan tapabocas y guantes de látex, como si los migrantes –son 4 mil 731, exactamente– fueran focos infecciosos.
En el centro deportivo Benito Juárez no cabe ni una carpa más, y hay más caravanas en camino. Las mínimas instalaciones sanitarias que les proporciona el municipio recuerdan los peores relatos de la literatura sobre campos de concentración. Los periodistas desplegados en esta frontera, obligatoriamente acreditados, sólo tienen permitido entrar al albergue una hora en la mañana y otra en la tarde.
Y lo peor: hacia adelante ya no hay camino. El gobierno de Estados Unidos se ha esforzado en acentuar la imagen amenazante de la frontera con alambradas erizadas de navajas de acero y soldados de infantería armados como robocops. No hay planes de reanudar la marcha, ni mañana ni pasado mañana. Ni para cuándo.
Inevitablemente la factura recae en las pocas cabezas visibles. A Pueblo sin Fronteras se le ha culpado de haber “convocado” el éxodo con fines políticos y de haberlo llevado al callejón sin salida que resulta ser Tijuana para “dejarlos aquí botados”. Ayer, el sacerdote Alejandro Solalinde incluso acusa en un tuit a Pueblo Sin Fronteras de haber “acarreado a esta crisis humanitaria”. Y los compara con Donald Trump.
Sin embargo, los chalecos verdes siguen incansables entre los desplazados del éxodo. Informan y consultan. Ellos mismos son migrantes y desplazados. Reparten responsabilidades: seguridad, sanidad, aseo, enlace con autoridades mexicanas y con organismos cooperantes.
Caminan, duermen, comen y se bañan, cuando se puede, como todos los demás. Se exponen, como todos, a las insolaciones, los chubascos y las enfermedades. Son quienes mejor conocen el tejido de grupos y redes que se han ido formando a lo largo de la ruta y la convivencia en condiciones límite. Los conocen por los nombres que han ido adoptando: Los imparables, Los intocables, Las chicas poderosas, Los tigres cholutecas, Chapines a morir.
Identificados como parte de la organización binacional PSF, que desde hace años empezó a organizar las Caravanas del Viacrucis Migrante, siempre desde Tapachula hasta Tijuana, son unos 30 activistas en marcha con el éxodo. Ginna Garibo, que estudia un doctorado en sociología en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, y Alex Mensing, asistente en un despacho jurídico en Estados Unidos que trabaja temas de asilo, son dos de estos activistas que marchan de tiempo completo con el éxodo desde que entró a México.
Explica Mensing: “Por más que lo hemos dicho parece que no queda claro. Nosotros no organizamos el éxodo. Incluso como colectivo dijimos que no era un buen momento para hacer una caravana. Este movimiento se originó en las comunidades en Honduras. Y sólo cuando ya estaban caminando, en México, en PSF decidimos poner nuestra experiencia de las caravanas previas al servicio de ésta, acompañándola físicamente. Y todo e tiempo les hemos dado la información necesaria sobre los riesgos del camino y, sobre todo, sobre las dificultades de poder entrar a Estados Unidos”.
Ginna Garibo refiere las formas de organización horizontal que caracterizan al éxodo. “En las caravanas del viacrucis se imparten talleres y cursos a los mismos migrantes, preparados ya como cuadros, organizadores. Ahora 15 de ellos se integraron como coordinadores”.
Es el caso de Israel López, migrante, desplazado, coordinador. Guatemalteco de Retaluhleu, dice que ha atravesado México a bordo del tren “como 22 veces”. Iba y venía hasta que en 2011 mataron a su hermano menor y la pandilla sentenció a muerte a Israel por si acaso se le ocurría vengarse. Entonces emigrar ya no fue una opción sino una huida.
Israel y Walter Coello, hondureño, son los responsables de la seguridad de la retaguardia, la parte más vulnerable de la caravana. Son los que llegan al último a todos lados porque se aseguran de que ninguna familia quede atrás. Caminan con las madres que llevan niños, cuidan que los enfermos se repongan para seguir. Ellos llegaron apenas hace dos días al albergue mientras que la vanguardia se había instalado aquí 15 días antes.
Walter fue electo como responsable de los migrantes de Tegucigalpa desde que arrancó el camino de los desplazados. Inicialmente eran 18, uno por cada departamento del país. Ya en Chiapas, cuenta, se formó el comité de responsables y se nombraron colaboradores. Se les consiguieron los chalecos verdes. “Todo el camino la gente nos hizo caso”.
Pero ahora, reconoce, “estamos viendo más división, porque hay un grupo de jóvenes varones a quienes no les interesa tanto las mujeres que vienen con niños. Ellos siempre quieren avanzar rápido. Ahora formaron su propio comité y son los que llaman a ir a las garitas a presionar. Así no se va a lograr nada. Cada movimiento que se haga tiene que tener el apoyo de las organizaciones internacionales, y la prensa. No es tomando las garitas como vamos a poder entrar. Tenemos que ser más cautelosos”.
Fuente: La Jornada