Las familias y los menores de edad se han vuelto un negocio de altas utilidades y bajo riesgo para los líderes de los cárteles mexicanos de la droga que se han apoderado del control del tráfico humano en el Río Bravo. Ahora hasta ofrecen paquetes familiares
Por Julia Preston/ The New York Times
Hidalgo, Texas— Unos agentes fronterizos condujeron durante un reciente anochecer sus patrullas por este tramo de tierra situada a la ribera del Río Bravo.
Aquí, en un lugar conocido como el Rincón del Diablo, los “polleros” han decidido traer a suelo estadounidense a miles de mujeres y niños desde México.
Tras unos cuantos minutos reconociendo los caminos de terracería, los agentes arribaron hasta un grupo de migrantes indocumentados, reunidos en pequeños grupos en el pasto que hay bajo las palmas, en busca de un respiro del abrasador calor. No intentaron huir al acercarse la Patrulla Fronteriza.
Al ser interrogado por los agentes, un menor hondureño dijo llamarse Alejandro y tener ocho años de edad.
“¿Con quién vienes?”, preguntó en español Raúl L. Ortiz, agente de la Patrulla Fronteriza en el valle del Río Bravo.
“Solo”, contestó Alejandro, mirando al hombre de uniforme verde olivo y sacando un acta de nacimiento, cuidadosamente doblada, de sus pantalones de mezclilla –único artículo que portaba.
“¿Dónde están tus papás, Alex”?, preguntó Ortiz, usando el diminutivo para tranquilizar al niño.
“En San Antonio”, dijo.
Pero el menor no tenía ningún domicilio de su familia en la ciudad texana ubicada 400 kilómetros al norte, ni el de una tía en Maryland, que pensaba se hallaba igual de cerca. Los agentes le dieron agua y el niño sonrió agradecido, sin saber que probablemente su travesía, en la cual ya llevaba tres semanas, sería mucho más prolongada.
Las familias y los menores se han vuelto un negocio de altas utilidades y bajo riesgo para los líderes de los cárteles mexicanos de la droga que, dijo Ortiz, se han apoderado del control del tráfico humano en el Río Bravo. Ahora ofrecen paquetes familiares, señalaron migrantes, cobrando hasta 7 mil 500 dólares por traer desde América Central hasta el lado estadounidense del río a un menor solo o a una madre con hijos.
A los “polleros” les gusta usar para cruzar a sus clientes esta zona de matorrales infestada de serpientes y plagada de espinas. Refugio federal de especies silvestres, el lugar se encuentra río abajo desde la presa Anzaldúas, donde el río frena y se estrecha, facilitando cruzarlo a remo. En la ribera se encuentran esparcidos tenis gastados, biberones rotos y salvavidas carcomidos, desperdicios dejados por los migrantes que lograron cruzar y siguieron adelante. En menos de dos horas durante una noche de la semana pasada, los agentes de la Patrulla Fronteriza encontraron a 37 migrantes caminando aquí por rutas de terracería.
Alejandro dijo haber sido traído por “Santiago el pollero”. Probablemente estuviera viajando con el menor otro migrante del grupo, un vecino o primo, dijo Ortiz. Cuando regresaran a la estación de la Patrulla Fronteriza, los agentes tendrían que determinar quién era el otro.
Más de 52 mil menores que viajan sin sus padres han sido detenidos a partir de octubre por cruzar sin documentos la frontera surponiente, incluyendo la cifra récord de nueve mil tan sólo en mayo.
El drástico aumento migratorio incluye asimismo 39 mil adultos con hijos detenidos desde octubre, también cantidad sin precedentes. Las autoridades esperan aprehender durante el presente año fiscal a más de 240 mil migrantes indocumentados, alrededor del 75 por ciento de ellos centroamericanos, en el valle del Río Bravo. Pero muchos, sobre todo los de menor edad, están llegando para reunirse con sus familias, con la esperanza de encontrarse con sus padres o con parientes cercanos que radican en este país, a menudo sin papeles.
“Obviamente existen una multitud de razones que motivan a las personas a cruzar”, señaló Ortiz. “Pero tratar de reunirse con un familiar que pudiera ya estar aquí probablemente sea una de las principales”.
Ortiz observó a los agentes ingeniárselas para sacar información a los nuevos detenidos. Los migrantes contestaban, algunos de manera aprensiva, otros dando la apariencia de quitarse un peso de encima, ninguno intentó resistir.
Un menor hondureño de 14 años dijo “mis papás se murieron”. Había una tía en Nueva Orleans a quien él deseaba localizar.
Una guatemalteca de 19 años traía a su hijo de dos años, cuyo padre dijo se hallaba en Indiana. Habiéndose perdido a mediodía, la mujer estaba tambaleándose deshidratada. Tomó sin parar el agua que los agentes le ofrecieron.
Cada vez son más los mujeres y niños detenidos al cruzar sin documentos que han logrado permanecer en Estados Unidos. Las autoridades fronterizas deben turnar en un lapso de 72 horas a los menores sin compañía de adultos al Departamento de Servicios Humanos y de Salud, el cual supervisa los centros de detención y se dedica a localizar a los padres o tutores que se encuentren en Estados Unidos. Luego de que este mes el presidente Barack Obama declarara una crisis humanitaria, en tres bases militares se abrieron albergues para menores.
Los funcionarios han estado dejando libres a la mayoría de las mujeres detenidas con niños, pero la semana pasada funcionarios de la Casa Blanca anunciaron que empezarían a detener o monitorear a más de tales familias en un intento por desalentar la llegada de otras.
La mayoría de los días, en este sitio los migrantes cruzan al amanecer o al atardecer. Los polleros acercan ‘vans’ del lado mexicano, enviando a los migrantes en balsas inflables, a veces realizando tres o cuatro viajes por hora.
Los guías saben que existen pocas posibilidades de ser detenidos por la Patrulla Fronteriza en el río que delimita la frontera internacional.
“Muchas veces nos conviene más a nosotros y les conviene más a las personas que vienen en la balsa no intentar necesariamente sacarlos de la balsa”, dijo Enrique Romero, un agente de la Patrulla Fronteriza, permaneciendo de pie junto al río viendo a los exploradores enviados por los polleros que lo vieron desde la ribera lejana. “Uno arriesga sus vidas”.
Mientras que a los hombres les indican que corran, a las mujeres y los niños los polleros les dan instrucciones de buscar a la Patrulla Fronteriza y entregarse. Les dicen, falsamente, que así obtendrán el permiso.
Al principio los agentes se mostraron cautos con los migrantes, alertas ante la presencia de pandilleros o personas transportando droga. Pero pronto Ortiz estaba jugando con los menores. Un niño, de cuatro años, le jaló las orejas para hacer reír a los agentes.
Esta semana el secretario de Seguridad Interna, Jeh C. Johnson, envió una carta abierta advirtiendo a los padres centroamericanos que están considerando mandar a sus hijos. “En manos de los polleros, muchos niños son traumatizados o maltratados sicológicamente o vendidos para la trata de blancas”, escribió. “Al final no hay permisos ni pases gratis”.
En la frontera, los agentes entrenados para detener traficantes de droga e inmigrantes indocumentados adultos están adaptándose a los nuevos migrantes.
“Somos agentes del orden público, pero muchos de nosotros somos padres o tenemos familiares jóvenes”, dijo Ortiz. “Tratamos de asegurarnos de que ellos se den cuenta de que, saben qué, las cosas van a estar bien. Aquí tienes algo de protección y seguridad”. (Julia Preston/
Fuente: The New York Times