La bailarina rusa, premio Príncipe de Asturias, fue directora del Ballet del Teatro Lírico Nacional. Ha fallecido en su casa de Múnich
De manera repentina, en palabras de su atribulado viudo, el compositor Rodion Shchedrin, falleció ayer a los 89 años de un infarto, en su residencia de Múnich (Alemania), la gran bailarina, verdadera diva del ballet del siglo XX, Maya Mijailovna Plisétskaya. Niña prodigio que comenzó a bailar con solo tres años, había nacido el 20 de noviembre de 1925 en Moscú, en el seno de una familia de pintores, actores y bailarines de origen judío y de gran renombre y prestigio. De pequeña padeció la salvaje represión de Stalin, que ordenó la ejecución de su padre, y vio cómo su madre, una actriz, era enviada a un campo de internamiento. El genio de la artista despegó a los cuatro años, acompañando en escena a su tía Sulamit Messerer. Maya estudió seis años con Elizabeta Gert, que cultivó su nobleza y acentuó la notable plasticidad de sus brazos. También trabajó un curso con Agripina Vaganova y a los 11 años aparece en una variación de las hadas de La bella durmiente en el Bolshói. De ahí pasó a su primer ballet de tema español, en 1941: el Grand Pas dePaquita, y después llegó su Reina de las Dríadas en Don Quijote. Ya la leyenda estaba en marcha.
Fue ayer domingo, sobre las ocho de la tarde, cuando el director del teatro Bolshói, Vladímir Ourine, anunció oficialmente el fallecimiento de la dama del ballet clásico. El presidente de Rusia, Vladímir Putin, mandó un comunicado de pésame lamentando su muerte. Durante la época comunista, fue una de las pocas estrellas a las que las autoridades de la Unión Soviética permitían actuar en el extranjero, y fue la estrella del Bolshói en las giras a Norteamérica y a Reino Unido en plena Guerra Fría.
Plisétskaya fue una figura que se mantuvo fiel a la que era su única religión, el ballet, luchando dentro de un teatro implacable y burocratizado en el que gracias a su excepcional talento fue capaz de vencer los intentos de ostracismo y menoscabo a su carrera y personalidad.
Considerada como la prima ballerina assoluta, fue cabeza de cartel de una generación irrepetible de la danza clásica en la que también sobresalen la cubana Alicia Alonso (que la sobrevive con 94 años) y la británica Margot Fonteyn (que murió en 1991).
Con su talento luchó contra un teatro implacable y burócrata
La moscovita ingresó en 1934 en la escuela de ballet de la capital rusa y en 1941 ya era parte del elenco del Teatro Bolshói. Tras graduarse, debutó profesionalmente en 1944 y solo un año después actuó como solista del Bolshói, acumulando papeles como Myrtha Reina de las Wullis en Giselle. En 1948 pasó a ser primera bailarina tras sustituir a Galina Ulanova en El lago de los cisnes.
Su espíritu indómito encontró realización en 1967 con el balletCarmen, que coreografiara para ella y por encargo expreso suyo el cubano Alberto Alonso. Carmen representaba el irrefrenable deseo de victoria e imposición de la mujer por encima de cánones y convenciones; su tío Boris Messerer pintó los decorados y Rodion Shchedrin preparó una preciosa suite sobre los temas de la ópera homónima de Bizet. Con ellos, Maya regaló al mundo y a la historia del ballet un carácter único y un ejemplo de patria universal en el arte.
Cabría extenderse en la influencia poderosa que su baile ciertamente autoritario fue capaz de marcar, de manera indefectible, toda una época en el desarrollo de la danza académica del siglo XX. En este punto hay que mencionar sus cisnes: Odette el cisne blanco, Odille el cisne negro y la trémula ave agonizante de La muerte del cisne, de Mijail Fokin, que Maya elevó a cotas inigualables que no admiten comparación alguna, salvo con Anna Pavlova, para quien fue creado a principios del siglo XX.
Hace dos décadas, Maya Plisétskaya publicó unas explosivas y reveladoras memorias donde hablaba del presente, del pasado y de la sombra de un futuro en el que no veía nada claro. En su verbo, tan afilado como su baile, burócratas e intrigas quedaron echados por tierra y solo quedaba al final la férrea voluntad de una artista que luchó siempre por la libertad de su arte y en la vida.
A Plisétskaya le ha sorprendido la muerte haciendo las maletas para desplazarse a Lucerna (Suiza), donde el próximo 15 de mayo iba a recibir el primero de una serie de homenajes que culminarían en Londres en noviembre, con motivo de su 90 cumpleaños. Plisétskaya pasó por España y dejó la huella que le permitieron: dirigió el Ballet del Teatro Lírico Nacional entre 1987 y 1990 y luchó por recuperar el perdido patrimonio de la danza académica española. Fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2005 junto a la también bailarina Tamara Rojo. Se le concedió la Medalla de Oro de Bellas Artes y desde 1993 tenía la nacionalidad española.
Fuente: El País