Por Jorge Ramos Avalos
Monseñor William Lynn pasará al menos tres años en la cárcel. Es ahí donde siempre tuvo que estar. Es un criminal: permitió que otro sacerdote abusará sexualmente de un niño de 10 años de edad. Como lo dijo la jueza en el caso, monseñor Lynn protegió a “monstruos en sotana”.
Es la primera vez en la historia de Estados Unidos que un sacerdote católico es sentenciado por encubrir a abusadores sexuales dentro de la iglesia. En lugar de denunciarlos o entregarlos a la policía, monseñor Lynn cambiaba a estos sacerdotes de parroquia o, simplemente, se hacía de la vista gorda.
Durante el tiempo que estuvo a cargo de investigar acusaciones de abuso sexual en la Arquidiócesis de Filadelfia (1992-2004) monseñor Lynn nunca –nunca- se puso del lado de las víctimas. Prefirió, en cambio, esconder los crímenes de religiosos pederastas. Por eso va a la cárcel.
Monseñor Lynn expuso a muchos niños a ser violados sexualmente. Pero, en concreto, fue encontrado culpable por encubrir los crímenes de un sacerdote: Edward Avery. Avery pasó seis meses en un centro siquiátrico de la iglesia, en 1993, luego de una acusación de abuso sexual. Pero luego Lynn lo envió a vivir a una rectoría -con acceso a niños y violando las recomendaciones de los doctores. La decisión tuvo terribles consecuencias. En 1999 Avery obligó a un monaguillo de 10 años de edad a tener sexo oral con él. Avery reconoció su crimen y pudiera pasar hasta cinco años en una prisión.
Lo que hizo monseñor Lynn es lo mismo que hacen muchos líderes de la iglesia católica en todo el mundo. En vez de denunciar judicialmente a sacerdotes pederastas se convierten en sus cómplices y los encubren.
Eso es exactamente lo mismo que hizo el actual papa, Joseph Ratzinger, con el criminal Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo en México. El entonces cardenal Ratzinger estuvo encargado de la Congregación de la Doctrina de la Fe de 1981 al 2005 y su responsabilidad era, precisamente, investigar los casos de abuso sexual dentro de la iglesia. A su oficina llegaron todos los documentos que comprobaban los crímenes sexuales de Maciel. Pero no hizo nada.
Ratzinger obedeció al entonces papa Juan Pablo II –el principal encubridor de Maciel- o decidió ocultar sus delitos. Como quiera que sea, se puso del lado de los criminales y no de las víctimas, que eran todas menores de edad. El comportamiento del actual papa Benedicto XVI fue idéntico al de monseñor Lynn. La diferencia es que Lynn está en Estados Unidos e irá a la cárcel y Benedicto XVI está en el Vaticano y nunca tendrá que responder a estas acusaciones.
Sé que es incómodo hablar de esto pero es preciso hacerlo. Recibo muchos correos y tweets preguntándome sobre por qué insisto en hablar sobre este tema. Y creo que debo dar una explicación. Es primero, una cuestión periodística: es nuestra obligación denunciar los abusos del poder. Donde sea. Pero, también, es una cuestión personal.
Cuando era niño, en la escuela del Centro Escolar del Lago (antes Colegio Tepeyac) en el estado de México, había tres sacerdotes benedictinos que nos golpeaban, humillaban e intimidaban. Varios estudiantes sufrimos sus abusos de autoridad durante primaria, secundaria y preparatoria.
El padre Rafael, el padre Hildebrando y, sobre todo, el padre William nos golpeaban brutalmente con suelas de zapatos –“neolaitazos” le llamaban-, nos jalaban de las patillas de la cabeza hasta levantarnos del piso y crearon un dañino clima de miedo y represión en la escuela. Con ellos mismos nos teníamos que confesar los viernes.
Supongo que mis compañeros y yo tuvimos suerte de no ser abusados sexualmente, como ocurrió en otras escuelas y parroquias. Pero el abuso físico y mental fue constante, abierto y hasta presumido por estos supuestos educadores religiosos. Nací católico pero ahí, golpe a golpe y de amenaza en amenaza, dejé de serlo. Muy pronto aprendí que yo no quería ser parte del mismo grupo al que pertenecían esos tres sacerdotes. Muchos maestros y padres de familia sabían lo que estaba pasando en la escuela –las golpizas, los abusos físicos, las humillaciones públicas, las sádicas amenazas- pero nadie salió a defendernos. Nadie.
Por eso hoy, cuando nos enteramos de otros abusos por parte de religiosos católicos, no debemos quedarnos callados. Particularmente en América Latina donde pocos se atreven a cuestionar a los sacerdotes. Ese silencio es cómplice y promueve más abusos. Hay demasiados sacerdotes que deberían estar en la cárcel. Pero las más altas jerarquías de la iglesia católica han creado todo un sistema mundial de impunidad y protección a religiosos criminales.
La encarcelación de monseñor Lynn es bienvenida y necesaria, pero tardía e insuficiente. Los “monstruos en sotana” y sus cómplices no deben sentirse seguros en ningún lado. Aunque nos hablen del cielo tienen que saber que su próxima parada puede ser la cárcel.