Por Epigmenio Ibarra
Tal y como lo dijo Andrés Manuel López Obrador en la mañanera del viernes pasado, yo hoy le reitero a Ciro Gómez Leyva, que “no está solo” y que ante el artero atentado del que fue víctima -y que condeno enérgicamente- estoy, respetuosa y solidariamente, a su lado.
Son muchas las cosas que nos separan. Hemos ventilado públicamente nuestras diferencias. Hemos debatido incluso ríspida y duramente, pero, entre nosotros, la palabra prevalece siempre.
También -es preciso reconocerlo- hemos encontrado, muchos puntos de acuerdo, más de los que nosotros mismos creíamos posibles.
Así, entre personas que, al hablar, se reconocen no como iguales sino como semejantes y que pueden nutrirse y enriquecerse con sus diferencias, se construye la paz.
La violencia es la hija predilecta del silencio. En silencio se gestan los grandes crímenes. Quien calla sus diferencias políticas e ideológicas con otro las magnifica, acumula rencores, engendra deseos de venganza. El silencio evita el entendimiento y al cerrar la puerta al diálogo extiende patente de corso a la violencia.
“Si abrí los ojos -dice Blas de Otero- para ver el rostro duro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra”. No puedo ni debo aceptar mansamente que ése, uno de los más sagrados derechos de los seres humanos, el de abrir los ojos y los labios, le sea negado a Ciro a balazos.
Así como exijo que se capture y castigue a los sicarios que intentaron asesinarlo -y también a quienes ordenaron jalar el gatillo- y se proteja a Ciro y a su familia, exijo a las y los infames que, en los medios de comunicación y en la tribuna pública, intentan sacar raja política de este hecho, que detengan, de inmediato, la operación de linchamiento que han lanzado.
Mienten; López Obrador, el presidente más demócrata que se ha sentado en la silla, al que no puede adjudicarse ni un solo intento de censura, no ordenó el atentado. Tampoco este hecho violento es resultado de lo que dice el presidente en las mañaneras.
Reconocer abiertamente las diferencias. Llamar a las cosas por su nombre, decir sus verdades a quienes mienten impune y constantemente y traicionan así la ética y el oficio periodístico, no solo es necesario y saludable en una democracia también es la mejor y la única forma de conjurar la violencia.
Quienes, con la mentira y la calumnia, aprovechando su posición de liderazgo y para defender los intereses de esa oligarquía rapaz que ha sido desplazada del poder, exacerban el miedo y el odio. Esas y esos que buscan imponer la suya como la única voz en este país, silenciando al presidente, no hacen más -hay que decirlo con todas sus letras- que invocar y allanar el camino a los sicarios.
Como abren también el paso a la violencia quienes, desde posiciones supuestamente de izquierda, hablan despectivamente del “auto atentado” o peor todavía quienes se niegan, por considerar a Ciro un “enemigo”, a condenar este crimen.
A la paz, que es fruto de la justicia, apuesta la cuarta transformación. A la paz que no ni mansedumbre ni sosiego; sino debate y diálogo vivo.
“Yo no tengo enemigos, tengo adversarios” repite una y otra vez López Obrador y con palabras y abiertamente los enfrenta. Sin violencia llegó a la presidencia; sin violencia, ni censura, ni coerción de ningún tipo se mantiene en ella.
Alertas hemos de estar, es preciso tenerlo en cuenta, para cerrar el paso -si después de las investigaciones resulta que este es el caso- a quien o a quienes, con una acción criminal como este atentado contra Ciro, intente desestabilizar al país.
Mientras nos quede la palabra -insisto- nos queda todo. Que nada, ni nadie nos la arrebate.
@epigmenioibarra