“Ustedes todos, ustedes todas, héroes plurales,
honor del género humano, único orgullo
de lo que sigue en pie sólo por ustedes
Reciba en cambio el odio, también eterno, el ladrón,
el saqueador, el indiferente, el despótico,
el que se preocupó de su oro y no de su gente”
José Emilio Pacheco
Se nos vienen encima semanas oscuras. La pandemia —así se nos ha advertido desde Palacio Nacional con argumentos científicos y una franqueza brutal desde hace meses— ha de golpearnos con dureza y, como siempre sucede con las plagas, se cebará, si no se actúa con firmeza, en los más necesitados, los más vulnerables.
En ellos, los olvidados por el régimen corrupto, los condenados a la pobreza y a la marginación (y no en los pregoneros del desastre), tengo confianza. Serán quienes de nuevo nos iluminen, nos devuelvan al sendero de la vida, le abran camino a la esperanza.
Serán ellos, los que no pueden aislarse, ¿cómo habrían de hacerlo cuando cinco o más miembros de una familia ocupan una reducida vivienda? Los que no pueden dejar de trabajar porque viven al día; los que pasan muchas horas en el transporte público; los que, en las ciudades dormitorio, no encontrarán el refugio de los cómodos departamentos y residencias con todos los servicios.
Serán las y los que no gritan histéricos ni se dejan arrastrar, como las clases altas, por la paranoia y el pánico, quienes pondrán al país de pie.
Por ellas y ellos, los más pobres, los que más riesgo corren, es que Andrés Manuel López Obrador, sometido al criterio de médicos y científicos, ha ordenado dar paso, gradualmente y con prudencia, a las medidas de contención más radicales.
De nada serviría detener por completo la marcha del país antes de tiempo; a la crisis sanitaria, que llegará de todas maneras, y a la crisis económica que ya nos golpea se agregaría así una crisis social de enormes proporciones.
Mientras los canallas gritan pidiendo la cabeza de López Obrador, mientras columnistas, comentaristas de radio y Tv en un afán suicida se empeñan en desacreditar al gobierno y minar la confianza de la población en su capacidad de reacción; mientras los más rapaces de los empresarios hacen pronunciamientos golpistas; el Estado —el único que asumirá la responsabilidad de atender a millones de personas porque los canallas se lavarán las manos— se prepara.
Yo confío en quienes trabajan en el sistema de salud pública: desde los más humildes empleados de intendencia hasta los científicos que diseñan la estrategia de combate a la pandemia.
Confío en esas y esos enfermeros que trabajan en clínicas y hospitales; en los médicos rurales; en los que trabajan en municipios apartados; en las y los que prestan sus servicios en los grandes complejos de salud urbanos y en los institutos nacionales.
En todas y todos ellos, a los que el viejo régimen abandonó a su suerte, pagó sueldos miserables, les entregó hospitales a medio construir, sin equipos y sin medicamentos. En los que fueron testigos presenciales y víctimas directas de la corrupción y la demolición de la salud pública, tengo confianza.
“Por el bien de todos, primero los pobres”, dice López Obrador y tiene razón. Primero, porque son los más. Son ellos los que se enferman, y son ellos los que curan. Que los canallas griten cuanto quieran. Aquí sobrarán las heroínas y los héroes; el México profundo se unirá de nuevo para enfrentar la emergencia.
Fuente: Milenio