Jorge Mario Bergoglio subió al trono de San Pedro decidido a cambiarlo.
“Me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”, remarcó en su día.
En sus sermones, llamaba a la inclusión social y criticaba a los gobiernos que no prestaban atención a los más pobres de la sociedad.
A Francisco se le reconoce también por incentivar y privilegiar el diálogo.
Durante su papado, llamó la atención sobre los migrantes que llegaban en precarias embarcaciones a Europa y comparó los centros de detención de inmigrantes en ese continente con campos de concentración.
Y, como latinoamericano de habla hispana, brindó un servicio crucial como mediador cuando el gobierno de Estados Unidos avanzó hacia un acercamiento histórico con Cuba, bajo el gobierno de Barack Obama (2009-2017).
Pero aunque fue progresista en en algunos ámbitos, también fue señalado por muchos como ambivalente.
En muchos aspectos era un tradicionalista, sobre todo en temas como la eutanasia, pena de muerte o el aborto.
Y aunque dijo que la Iglesia debería dar la bienvenido a las personas independientemente de su orientación sexual, insistió en que la adopción para parejas del mismo sexo era una discriminación contra los niños y se negó a llamar “matrimonio” a las uniones homosexuales, ya que consideraba que estas eran “un intento de destruir el plan de Dios”.
Aunque tomó algunas medidas concretas para frenar los abusos sexuales dentro de la Iglesia, muchos esperaban más contundencia por su parte a la hora de hacer frente a esta problemática,
No obstante, Francisco será recordado por su trabajo incansable para difundir la palabra de Dios, con visitas a más de 60 países en todos los rincones del planeta.
Y, como un hombre humilde que practicaba lo que predicaba, mantuvo la calidez y sencillez a pesar de ocupar el que es el cargo vitalicio con más poder del planeta.