Por Pascal Beltrán del Río
Ahora que se está inaugurando una nueva temporada electoral, en la que miles de candidatos recorrerán sus municipios, distritos y estados en busca del voto, conviene recordar que buena parte de las prácticas y motivaciones de los políticos fueron concebidas en la antigua República Romana (509 a.C.-27 a.C).
La propia palabra candidato tiene ahí su origen, pues quienes buscaban el voto vestían una toga llamada cándida (puramente blanca, en latín) para distinguirse del resto de los ciudadanos.
En el año 64 antes de nuestra era –cuando la República vivía sus últimas décadas–, el jurista, filósofo, orador y escritor Marco Tulio Cicerón, quien había incursionado en la política unos diez años antes, decidió postularse para cónsul, el máximo cargo al que se podía aspirar entonces.
Su hermano menor Quinto Tulio, un soldado de temperamento impulsivo pero astuto, también, decidió escribirle una carta con motivo de la contienda que el más famoso Cicerón emprendería contra Lucio Sergio Catilina, militar que había alcanzado el cargo de gobernador de la provincia de África y militaba en la facción de los populares.
La carta, titulada Commentariolum petitionis (notas sobre la campaña electoral), contiene observaciones y recomendaciones sobre cómo debe comportarse y desempeñarse un candidato.
Una elección, dice la carta, es un tiempo para asegurarse de que “todos los que estén en deuda contigo se enteren que ahora es el momento de devolver tus favores y que los que quieran hacerte un servicio comprendan que no encontrarán mejor ocasión para ganar tu agradecimiento”.
Y le aconseja que, aunque su temperamento sea fuerte, “durante unos meses aparenta otra forma de ser y comportarte”. Por su parecido con lo que sigue ocurriendo dos milenios después en las campañas electorales –y pese a que algunos especialistas de la historia romana han puesto en duda su autoría–, vale la pena reproducir los pasajes principales del texto.
“Por mucha fuerza que tengan por sí mismas las cualidades naturales del hombre, creo que, en un asunto de tan pocos meses (la campaña electoral), las apariencias pueden superar incluso esas cualidades.
“A pesar de todos sus inconvenientes, una campaña electoral tiene al menos la ventaja que permite decir y hacer cosas inconcebibles en situación normal y de que, incluso, está bien visto mezclarse con individuos cuyo trato sería impropio o vergonzoso en otra situación.
“Con tantos obstáculos en contra, la obtención de la más alta magistratura del Estado exige no descuidarse un momento y dedicar atención, diligencia y trabajo hasta al más mínimo detalle (…) Ocúpate primero de ganarte a quienes te aseguren el voto de las centurias (los electores).
“Por prestigio, hazte amigo de quien tiene nombre y fama, porque dan buen lustre a un candidato… (pero) para hacerte de los votos de las centurias, busca la ayuda de los que pueden influir en ellas (…) La experiencia de pasadas elecciones enseña que hay que contar con la colaboración de esos hábiles muñidores que consiguieron que las tribus votasen como ellos querían.
“No habrá nadie (salvo, quizá, los partidarios de tus rivales) que no puedas ganar haciéndoles ver tu sinceridad y la alta estima que le tienes; demostrándole que apoyarte será una buena inversión y convenciéndole de que tu interés por él ni nace de la conveniencia ni va a ser efímero como la propia campaña electoral.
“Nadie con sentido común dejará escapar esta oportunidad de ganarse tu amistad.
“Cuentas con muchas personas, haz que sepan la importancia que les das. Si consigues que deseen apoyarte los indecisos, éstos te ayudarán mucho.
“Procura a los incondicionales, cuyo apoyo será conveniente consolidar con muestras de agradecimiento, adaptando tus discursos a las razones por las que cada uno parece ser partidario tuyo.
“Se necesita poseer una gloria y un prestigio excepcionales y la celebridad de grandes empresas, para que unos ciudadanos, a los que nadie ha pedido el voto, le confieran el honor de un cargo a un candidato que ni tan siquiera los conoce”.
Fuente: Excélsior